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Román Lozinski, Miguel Delgado y yo somos unas doñas de El Cafetal

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Foto: Jeanette Ortega Carvajal

 

El maestro Miguel Delgado Estévez, mi primo, trabaja con Román Lozinski, un gran locutor y comunicador social a quien admiro y quiero, pero quien tiene la mala costumbre de levantarnos todos los días a las 6:00 de la mañana para preocuparnos con noticias nacionales e internacionales.

Eventualmente, este par de personajes me sonsacan y me llevan a sitios en donde se liban bebidas espirituosas. La semana pasada quedé muy preocupado después de una de estas reuniones. Si quieren saber el chisme completo, lean hasta el final.

Vivo en Caracas, en un edificio de la urbanización de El Cafetal y estando en compañía de mi amada Shia Bertoni, en una tasquita de la zona, me llamó Miguel:

–¡Primooo …!, –dijo él– ando con Román y nos provocó conversar contigo y con el viejito Parr, ¿estás solo?

–No, ando con Shia.

–Dime hasta qué hora vas a estar con ella, es que nos gustaría pasar por allá un rato, queremos hablar contigo vainas de hombres.

Viendo el entusiasmo del primo, le dije a Shia:

–Mi amor, Román y Miguel quieren hablar conmigo. ¿Te molestaría pagar la cuenta y esperarme en el apartamento?

Shia, sin chistar, dijo que no había problema. Así que le di las llaves de mi apartamento y se retiró con un silencio respetuoso.

Inmediatamente llamé al mesonero para que abriera una cuenta a nombre de Román Lozinski y para que, de una vez, trajera al viejito Parr a la mesa. No pasaron ni diez minutos cuando llegaron los dos. Nos servimos un whisky y comenzamos a hablar. Sin embargo, pasó algo raro ese día. 

Generalmente las conversaciones de hombres tratan de fútbol, beisbol, chismes políticos, mujeres, automóviles, mecánica, bolas criollas o toros coleados. No me pregunten qué ocurrió, pero el primero que empezó con una vaina rara fue Román.

–Miguel, ¿y cómo está Jaziel Felipe de Jesús, tu nieto recién nacido?

–¡Ayyy… está bello y gordito! –respondió Miguel con un entusiasmo inaudito, incluso, poco viril– Figúrate que en estos días pasamos un susto porque le dio una tosecita rara, pero lo bañamos con agua de eucalipto y mentol chino y se le quitó inmediatamente.

–Bueno, si le llega a dar hipo –acotó Román con los ojos aguarapados y visiblemente emocionado– ponle un hilo rojo mojado en la frente. Sí, yo sé lo que vas a decir, que eso es receta de las abuelas, ¡pero no falla! Y te lo cuento porque cuando los muchachos están chiquitos hay que estar muy pendientes de cualquier cosa. 

–Dígame tú, Román –interrumpí tratando de hablar grueso– que tuviste unas morochitas bellas, Isabella y Sofía.

–¡Ay, sí! –respondió Román suspirando– Eso fue difícil. Los primeros meses yo casi no dormía por las morochas y es que teníamos que preparar ¡dos teteros! … y a ti, Claudio, ¿cómo te fue con tu hija Valentina?

–La verdad… también fue difícil, porque en la noche era muy llorona y mi esposa y yo nos turnábamos para intentar calmarla. Eso sí, yo estoy chocho por esa muchachita, menos mal que creció. Ahora quien llora de noche soy yo porque se fue para España.

–Bueno, ya Claudio –dijo Román dándome una palmada en el hombro–, recuerda que los muchachos no son nuestros, ¡son del mundo!

–¡Sí, del mundo! –dijo Miguel con picardía y muerto de la risa– pero de los trece pa’rriba, que todavía son nuestros, se ponen tan insoportables que provoca devolverlos al útero y a los testículos.

A lo que Román, añadió:

–Lo peor no es eso. Lo malo es cuando los muchachos están en el colegio y lo meten a uno en “el chat de madres”. ¡Eso es horrible! Todos sabemos que siempre hay una madre que en secreto abre un chat paralelo para criticar con libertad a las madres que están en el primer chat, pero no en el recién abierto … a mí esos chats de madres nunca me gustaron –añadió– pero uno no se puede salir porque allí uno se entera de las tareas de los muchachos que casi siempre hacemos los padres hasta altas horas de la noche. Los únicos hombres del chat de madres del colegio de mis hijas hemos sido Laureano Márquez y yo.

Después de esta conversación se hizo un silencio incómodo que rompí con un brindis: ¡salud! –dije enérgico. Román, entusiasmado, añadió:

–Y hablando como los locos, ¿no escucharon estos días en mi programa a un ginecólogo endocrinólogo que entrevisté? ¡Increíble lo jodido de la menopausia en las mujeres!

–De bolas que es en las mujeres, Román –dije en medio de mi ignorancia ante tan peludo comentario.

–¡No señor! –intervino Miguel con la pericia de un experto–, yo estudié Biología en el Pedagógico de Caracas y sé que hay hombres a quienes les viene la menopausia.

–¡Bestia! –le repliqué con cariño–, a los hombres lo que nos da es la andropausia. ¿a ti no te ha venido, Román? -pregunté curioso.

–No sé, chico, pero desde que cumplí 53 años, tengo insomnio, me da mucha sed, unos calorones horribles incluso con el aire acondicionado encendido y le agarro rabia sin ninguna razón a la gente.

Al unísono, Miguel y yo, dijimos:

–¡Listo! ¡Eso es! ¡Tienes la andropausia!

Román, incómodo ante el descubrimiento, con rabia contenida, sudando y rojo como un tomate, le pregunta a Miguel en tono burlón y cizañero:

–Me imagino que a ti te vino, se te fue y te regresó.

–¡No vale! –dije yo– a Miguel lo que le vino fue la viejopausia. 

Los tres nos reímos hipócrita e incómodamente y de nuevo brindamos.

Ya teníamos como tres horas hablando “cosas de hombres” cuando Román, dijo:

–Bueno muchachos, yo me voy porque debo madrugar. Tengo que preparar el programa de mañana, llevar a las niñas al colegio, dejar a Román Ignacio al maternal y después ir a la radio. 

Miguel se quedó un ratico más hasta secar al viejo Parr y, por supuesto, al irse Román, empezamos a criticarlo. Por eso nunca es bueno irse de primero.

En eso recordé que debía tomarme un café con Shia y algo más… Me despedí de mi primo y caí en cuenta que, Miguel, Román y yo, nos habíamos convertido en unas doñas de El Cafetal.

 

@claudionazoa

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