Por higiene intelectual y democrática es conveniente de cuando en cuando recordar las esencias del comunismo. Especialmente siendo, como somos, el único país desarrollado con un partido comunista en el gobierno, lo cual entraña riesgos nada desdeñables, como veremos más adelante. Las dos piezas fundamentales del sistema comunista son la ideología marxista y una estructura política totalitaria para implantarla. Emanando de ambas piezas, al tiempo que las lubrica y justifica, habría un tercer ingrediente: la convicción, firmemente arraigada en la mente de sus partidarios, en la superioridad del comunismo sobre el capitalismo.

La ideología se sustenta en la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la sustitución del mercado por la planificación burocrática como mecanismo de producción y asignación de recursos. En estas condiciones y según el ideario, el trabajador es ‘ipso facto’ liberado del yugo capitalista que le extrae buena parte del valor que genera; el trabajo deja de ser una mera mercancía, de manera que su precio y cantidad cesan de estar regulados por la ley de la oferta y la demanda de los mercados. El salario en el comunismo, se decía en el manual de economía política oficial, ya no es el precio de la fuerza de trabajo, ya no es la expresión de la relación entre explotador y explotado, como sucede en el capitalismo, sino entre la sociedad como un todo, representada por el Estado socialista, y el trabajador individual, que trabaja por sí mismo para la sociedad. El trabajador, además –continúa el manual–, al dejar de ser proletario explotado, trabajará con más entusiasmo, dedicación y responsabilidad, lo que redundará en una reducción de los costes de supervisión y un aumento de su productividad respecto a los estándares capitalistas.

 

Nótese que según esta lógica todas las mercancías dejan de ser mercancías porque también dejan de estar sujetas a la ley de la oferta y la demanda para quedar supeditadas, al igual que la fuerza de trabajo, a los requerimientos de la planificación. Centrándonos en la fuerza de trabajo, el planificador decide cuánto y qué producir, así como dónde y en qué ha de trabajar cada cual y qué salario ha de recibir. La renta salarial según el tipo y la calidad del trabajo, en particular, se determina arbitrariamente por las altas instancias de la burocracia, que sistemáticamente las ocupan miembros relevantes del Partido Comunista. El acatamiento incondicional a las directrices políticas del partido, y no digamos ya la pertenencia al mismo, junto con la lealtad y la disciplina, son los atributos más seguros para conseguir mejoras materiales de las condiciones de vida del individuo en el comunismo.

En cuanto a la estructura política, los comunistas nunca han negado que su régimen sea dictatorial porque para ellos todos los regímenes lo son. La clave es quién ejerce la dictadura, el proletariado o la burguesía. En su régimen, el proletariado ejerce la dictadura, si bien lo hace a través del Partido Comunista, el único existente. El partido es la vanguardia de la clase trabajadora y como tal está destinado a dirigir la sociedad. Sus miembros y sobre todo su jerarquía saben antes y mejor que los trabajadores cuáles son sus verdaderos intereses; eso es precisamente lo que significa ser la vanguardia. No en vano poseen el conocimiento mágico y oficialmente infalible del socialismo científico, lo que les confiere la superioridad intelectual que garantiza la sabiduría de sus decisiones. El partido controla absolutamente el poder ejecutivo, legislativo y judicial, cuyas fronteras más que difusas son inexistentes. La oposición al partido se considera un signo de ignorancia o de injerencia de agentes hostiles al régimen y es extirpada como merece. Organizar el poder de otra manera, dejó dicho Stalin, sería un grave error y un crimen contra el pueblo.

El sentimiento de superioridad reside en la creencia mesiánica de que el comunismo está destinado a salvar la humanidad. Aunque hoy pueda parecer una broma macabra, al menos a los no comunistas, Marx y los otros padres fundadores del socialismo científico basaban la superioridad de su sistema en su mayor potencial económico. Ciertamente, también pensaban que era superior en el ámbito de la justicia social, de la ética o la moral. En este ámbito, su creencia más excelsa era dar por sentada la transformación del individuo, que bajo el comunismo se dedicaría voluntariamente y con entusiasmo al servicio del bien común, domeñando su individualismo e impulsos egoístas (Stalin ‘dixit’). Pero la raíz fundamental del sentimiento de superioridad y la fuente principal de sus promesas (y de su atractivo para amplias capas de la población) era su férrea confianza en su mayor capacidad económica frente al capitalismo. Esta superioridad económica se sustentaría en varios pilares. Por un lado, la abolición de la propiedad privada y de la anarquía del mercado desterraría para siempre las crisis económicas y sus devastadoras consecuencias sobre la producción y el empleo. La propiedad pública de los medios de producción y la planificación, además, eliminarían la competencia empresarial capitalista, evitando con ello el despilfarro de recursos dilapidados en publicidad o en el cambio continuo y artificial de productos y modelos. Por otra parte, la productividad crecería más bajo el comunismo. En parte por la mayor dedicación de los trabajadores mencionada anteriormente y en parte porque la abolición de los mercados alentaría la innovación. Según el ideario, la feroz competencia de las empresas en los mercados capitalistas las lleva a ocultar las innovaciones hasta el final, lo que las encarece y las limita. En el comunismo las empresas cooperarían entre ellas y compartirían sus avances porque las innovaciones son del pueblo.

Huelga decir que este conjunto de ideas, premisas y promesas, contrarias a la naturaleza humana y a la lógica económica, tropezaron aparatosamente contra la realidad provocando sufrimientos y privaciones de libertad inimaginables para quienes no hayan vivido o estudiado la vida bajo estos regímenes. No es el propósito de estas líneas ahondar en las tragedias que ha ocasionado este sistema y sigue provocando en los países que aún viven bajo el comunismo clásico, como Corea del Norte y Cuba, sino meramente recordar sus elementos esenciales. Conocer estos elementos nos debería servir para ponernos en guardia frente a decisiones políticas y económicas que importan planteamientos del comunismo y erosionan la mecánica del capitalismo democrático.

Una deriva de este tipo está sucediendo en nuestro país. No es sorprendente que un Gobierno socialcomunista como el que tenemos se afane en controlar el poder judicial, nacionalizar empresas clave, perseguir a medios de comunicación hostiles al poder, intervenir en los mercados, confiscar proporciones crecientes de la riqueza privada y demonizar a los partidos que están fuera de su perímetro ideológico. Nada de esto es sorprendente ni es casualidad, es simple y llanamente la triste e inevitable consecuencia del ideario que nos gobierna.

Artículo publicado en el diario ABC de España


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!