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Reinventar la educación

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Ilustración Juan Diego Avendaño Rondón

En estos días en todo el planeta millones de niños y jóvenes vuelven (o se acercan por primera vez) a las aulas. Nunca antes tantos pudieron asistir a las escuelas, como lo hacen ahora (varones y hembras por igual) en todas partes; y nunca sus maestros dispusieron de tantos medios para facilitar sus tareas. Cada día es mayor el número de personas que han dedicado a su formación para la vida social el tiempo fijado por las respectivas legislaciones. A pesar de tales logros, en el mundo entero se expresan inquietudes sobre el estado de la educación.

Son notables los progresos alcanzados en la educación de las personas en los últimos dos siglos. Hacia 1800 apenas 1% de la población mundial sabía saber leer y escribir. En su mayoría se trataba de varones (pocas mujeres) pertenecientes a las altas clases, grupos religiosos y la administración pública. Hoy 87% tiene esa capacidad; pero se cuentan 773 millones de analfabetas. Gracias a la necesidad de impulsar el desarrollo económico y las exigencias populares, las tareas de enseñanza se han convertido en una de las más importantes de la sociedad. Casi 2 millardos de niños y jóvenes, de ambos sexos, asisten a millones de escuelas y universidades, donde los atienden millones de docentes. Sin duda, falta bastante por hacer, especialmente en los países subdesarrollados, donde muchos quedan fuera del sistema encargado del proceso educativo: en nivel primario, 64,2 millones, 9% del total de niños (aunque eran 128,4 millones, 21% en 1971).

El dominio del saber, más que cualquier otra circunstancia, ha determinado el nivel de desarrollo (y poder) de pueblos y estados. Las grandes civilizaciones – resultado de la aplicación de los conocimientos – fueron creadas por aquellos que mejor los podían utilizar. Por eso, hacia el año 1200 dC. las sociedades del Yangtsé aventajaban a las de Europa. Había cambiado la situación para 1820, porque las últimas habían vencido su atraso, gracias al saber adquirido. En realidad, para comienzos del siglo XVII todos los países eran pobres. Pero cien años más tarde, los Países Bajos e Inglaterra superaban a los demás, incluida China, en decadencia. En adelante unos progresaron más que otros en razón de su avance cultural y científico. En algunos, la educación puso al alcance de las grandes mayorías los instrumentos necesarios para mejorar las condiciones de vida (con mayor producción de bienes y mejoramiento de los servicios).

Sin embargo, durante la últimas décadas maestros y funcionarios, así como investigadores u organismos en todo el mundo, han advertido que las actividades de enseñanza no responden a las circunstancias sociales o se ven afectadas por problemas que impiden su normal desenvolvimiento. Por eso, persiste la ignorancia en amplias regiones. O no se alcanzan los niveles esperados. Bien conocidos son algunos informes, que los gobiernos han respondido con iniciativas diversas, que han tenido distintos resultados. Las observaciones llegan, incluso, de países altamente desarrollados. En casi todos faltan maestros (que según el ministro francés Pap Ndiaye se sustituyen por personas no preparadas). Y, en algunos (como Estados Unidos) ha desmejorado la capacitación obtenida en ciencias básicas! En los países pobres la situación es dramática. La persistencia de ciertas actitudes y costumbres y los conflictos bélicos han frenado los avances. Ahora parece imposible alcanzar el objetivo 4 del desarrollo sostenible de la Agenda-ONU 2030.

Llama la atención el caso de Venezuela. Después de iniciar con firmeza el camino hacia el desarrollo (con el establecimiento de un sistema democrático que destinó importantes recursos a inversiones productivas), la posterior mala gestión de sus ventajas e ingresos llevó a una crisis general que derivó en la instauración de una autocracia militar. Sus políticas intervencionistas provocaron la destrucción de la base económica y graves daños en el desenvolvimiento de todas las actividades (incluidas las educativas). Aunque no se publican estadísticas oficiales desde hace casi una década, algunas investigaciones revelan el retroceso de este sector. Así, el Diagnóstico Educativo de Venezuela de 2021 (publicación privada), que toma en cuenta las pocas cifras confiables, señaló que en los tres últimos años 1,2 millones de estudiantes y 166.000 maestros abandonaron las aulas. En ese lapso, cerraron 1.275 planteles y sus prestigiosas universidades públicas dejaron de funcionar con normalidad.

Puede decirse que la educación en el mundo entero se encuentra en un período de crisis y de transformación. Más allá de los importantes cambios políticos de finales del siglo XX, que se tradujeron en el surgimiento de la economía globalizada, ocurrieron otros que afectaron directamente la vida de las personas: la liberalización de las costumbres, la revolución digital y el rápido aumento del calentamiento global. Ese mundo que aparecía, una “aldea en peligro real”, exigía reinventar la educación: no podía limitarse a la transmisión de conocimientos y de competencias básicas. Le correspondía también preparar a los seres humanos para participar en una sociedad favorable al bienestar de las personas y del planeta. Ha sido empresa difícil pues la escuela no estaba preparada para cumplirla ni aún en los países más avanzados. Ninguno, por ejemplo, garantiza hoy la conexión permanente a Internet a la totalidad de estudiantes y profesores.

A esa situación se agregó a partir de marzo de 2020 el enorme trastorno ocasionado por la Covid-19 que “no tiene parangón posible”, según la Unesco: afectó la escolarización de 1.600 millones de alumnos en el mundo, siendo los niños pertenecientes a grupos marginales los más perjudicados. Millones de ellos quedaron excluidos en forma definitiva del sistema escolar. En la mayoría de los países los educandos dejaron de recibir (en distinta medida) la mayor parte o la totalidad del aprendizaje y competencias programados para adquirir. Eso se traduce en pérdida de ingresos y de productividad de por vida (cuyo valor se estima en billones de dólares). Por lo demás, el cierre de las escuelas incrementó las dificultades de las familias de bajos ingresos en los países menos desarrollados, porque en sus instalaciones tiene lugar el acceso a los apoyos y estímulos para enfrentar las consecuencias de las desigualdades (hambre, desnutrición, pobreza).

La causa profunda de la crisis, sin embargo, se encuentra en el olvido de los valores espirituales, éticos y culturales. No constituyen guía de la acción ni objeto de transmisión. De ocupar lugar primordial en el proceso educativo en el pasado, pareciera que ahora se les niega cualquier papel. En efecto, en los últimos tiempos se ha manifestado una tendencia utilitarista, que pretende reducir las tareas de enseñanza-aprendizaje a capacitar en aquello que puedan contribuir al logro de beneficios materiales. Por eso, el tratamiento que se observa en relación a las humanidades, a comenzar por la filosofía y las artes. Son complementos, no fundamentos. Una derivación niega el espíritu, y por tanto la trascendencia y la existencia de normas y principios universales, como se proclama en Occidente. Son particulares a cada pueblo y responden a su concepción del mundo, la sociedad y el hombre, reclamó recientemente el gobierno de China.

El olvido de aquellos valores es peligroso. Fueron pueblos “cultos” los autores de algunos crímenes terribles. Por eso, el proceso educativo no puede ser neutro y el maestro un autómata insensible, como resultaría de la aceptación de las tesis mencionadas. No puede limitarse a divulgar conocimientos y capacidades “útiles”, ni los valores que estime favorables el poder (como pretenden voceros de regímenes autocráticos). Va más allá. Además de preparar para la vida en una sociedad en crisis y transformación, debe convertirse en mecanismo transmisor de los valores y principios universales y perennes, que surgen de la naturaleza única del ser humano (que no es particular a cada pueblo). Y el maestro ha de ser un apóstol de ideas y un sembrador de esperanzas. Esa es su vocación, que conviene recordar. Volverá entonces a ser factor de cambio, como en los inicios de la democracia o durante las grandes luchas sociales.

En verdad, la educación en el mundo entero se encuentra en crisis. Porque se discute la naturaleza de su misión. Mientras en algunos países se pretende limitarla a instrumento del poder, las nuevas circunstancias históricas más bien exigen destacar dentro de sus tareas tradicionales – transmisión de valores y conocimientos para la formación individual y la realización los fines de la sociedad – la de preparar a las personas para la construcción de estructuras sociales que constituyan ambiente favorable al desarrollo integral de todos y permitan el cuidado del planeta, albergue natural de la humanidad. Para lograrlo, la educación debe reinventarse.

Twitter: @JesusRondonN

 

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