OPINIÓN

Recuerdos de la vida de estudiante

por Eugenio Fouz Eugenio Fouz

Homines, dum docent discunt” (Séneca)

Me he propuesto hacer recuento de las palabras que oímos y no supimos escuchar; esos mensajes que creíamos olvidados y nos sacuden la cabeza sin avisar. Quiero  reavivar el fuego de los consejos dados por quienes sabían de qué hablaban cuando estaban a nuestro lado. El aviso de que no nos dejásemos llevar por las tendencias del momento llegó a tiempo.

Un día de otoño, el amigo de tu hermano coincidió contigo en la puerta de casa mientras le esperaba. Tú estabas preocupado por tu futuro y él te aconsejó que eligieses estudiar lo que te gustaba. Por entonces la gente buscaba ser alguien importante, tener buen sueldo y categoría social. Aún tenías tiempo para pensar qué hacer. Aquel amigo te miró muy serio y te preguntó cómo te veías a ti mismo dentro de unos años ejerciendo de reportero, cómo te veías de profesor en clase o de fotógrafo. Te quedaste pensativo. Dándole vueltas al asunto.

Luego pasaron unos meses. Me convertí en estudiante universitario. Tuve profesores que me enseñaron mucho. Aprendí, entre otras cosas, que no debía conformarme a estudiar una sola fuente, un único libro: aprendí que consultar más de uno o dos manuales no suponía más trabajo, sino mayor conocimiento. Yo fui de esa clase de estudiante nervioso que sentía angustia ante la inminencia de los exámenes. No podía evitarlo. Hasta que llegué al año en que tuve clase con un profesor de literatura que me ayudó a superar la angustia. El profesor era original, ocurrente, hablador. Yo diría que hasta un poco raro. Me cayó bien. Y ahora que lo pienso, este profesor siempre iba con un libro en las manos a todas partes. Era como si no supiese estar sin papeles. Padecía, creo, una fuerte adicción a la lectura, al texto escrito.

En fin, los estudiantes estábamos acostumbrados a encerrarnos con los libros y los apuntes solo en el período de exámenes. No obstante, este profesor nos entregaba test ultra cortos algunas semanas de clase en hojas sueltas que le devolvíamos firmadas a modo de miniexamen. Estas pruebas eran puntuables a lo largo de todo el curso. Tenían la peculiaridad de ser pruebas cronometradas, o dicho de otra manera, el tiempo era limitado. Nadie sabía cuándo tocaba hacer test ultracorto. Lo pasé mal las primeras veces, como todos mis compañeros, supongo. A medida que nos fuimos adaptando a su sistema de evaluación acabamos agradeciéndoselo. Más adelante descubrimos por otro profesor que el objetivo de aquellos test iba más allá; el docente había conseguido controlar e incitar a los alumnos a asistir a sus clases guardando además una prueba escrita de ello.

Aprendí a querer aprender, a cumplir plazos de entrega y a callarme cuando el profesor hablaba. También aprendí a aceptar las malas notas, las correcciones y a suspender. Creo que no cabe todo lo que aprendí en el espacio de un cuaderno de cien páginas. Recuerdo que hice caso al profesor que nos dijo que si pensábamos llevar una vida interesante nos vendría bien adquirir un diccionario de latín.