Nada se parece más a la realidad que viven los venezolanos que la fábula del gato y el cascabel.
Un gato vivía lleno de comodidades en una casa. Sus dueños le concedían todo para que se sintiera querido y consentido. No le faltaba nada. A cambio, el felino perseguía y se raspaba a cualquier ratón. Tan eficiente se había hecho que los roedores optaron de pronto por encerrarse o huir. Le temían.
Esta fábula se parece a lo que se vive en Venezuela. Con moraleja y todo.
Todos los caminos del cambio político en Venezuela conducen hacia Fuerte Tiuna. Pacífica o violentamente, salir de la revolución bolivariana incluye considerar el protagonismo de los militares, antes, durante y después del cambio.
La solución final, esa que sustituye al usurpador Nicolás Maduro o a quien represente al régimen de la revolución bolivariana en el Palacio de Miraflores, necesita la aprobación de quien esté en el quinto piso de Conejo Blanco, por allá en esos predios frontales de la autopista Valle-Coche.
Eso puede parecer arrogante y tendencioso, pero es la cruda realidad sin hacer muchos ejercicios prospectivos en el tablero interno. Y sin ponerse exquisitos.
Lo explico.
Si se hacen elecciones presidenciales, esos resultados requieren la validación del Plan República y al final, el visto bueno está en el Comando Estratégico Operacional y el Ministerio de la Defensa. Unos resultados que impliquen un cambio político, que necesariamente van a afectar el futuro de los cuarteles, pasan por la alcabala inevitable de negociar con los militares. Y darles algo. Lo anterior es válido para cualquier referéndum revocatorio u otra salida constitucional por el camino electoral. Al final, siempre van a estar los uniformados esperando con la mano estirada.
Si se presiona en la calle con movilizaciones, paros y marchas que obliguen a una renuncia del presidente usurpador, la fuerza armada nacional se desplegará operacionalmente para controlar el orden público, estabilizará la calle y al final, respaldará o no, al nuevo gobierno provisional. La idea es que lo respalde y le proporcione estabilidad y gobernabilidad de cara a un llamado cercano a las elecciones presidenciales. Remember el 11 de abril de 2002.
Una explosión social, no tan espontánea, vectorizada insurreccionalmente y planificada para cercar política y militarmente el centro político de Venezuela en Caracas, solo tendrá éxito si su fuerza y su dirección, obligan a los generales y almirantes a desconocer el régimen usurpador y a colocar a la institución armada al lado de la Constitución Nacional.
Un pronunciamiento militar unilateral, para desconocer al régimen (eso que llaman los libros especializados y los politólogos un golpe de Estado) solo puede tener algún eco favorable inmediato si se proyecta militarmente desde la colina Gato –en cualquiera de los dos edificios de cinco pisos que le hacen frente– hacia Miraflores, con apoyo de la Región Estratégica de Defensa Integral (REDI) de la capital. La gente debe salir inmediatamente a la calle, a apoyarlo y complementarlo. Eso es condición indispensable para darle soporte al nuevo gobierno.
En síntesis, a esta altura del desarrollo político nacional e internacional se pueden concluir algunas cosas para el cambio político en nuestro país:
No habrá intervención militar internacional encabezada por Estados Unidos ni de alguno de los países que apoyan el retorno de la democracia en Venezuela. Esos apoyos internacionales han ido diluyéndose en el tiempo ante la atomización y nulidad de los esfuerzos de los liderazgos opositores, frente a la ausencia de un plan viable, y sin la incorporación del tema de la seguridad y la defensa en los planes políticos de un posible gobierno provisorio en Venezuela. A pesar de tener presencia de circunstancias parecidas o peores a República Dominicana en 1965 (Operation Power Pack), Granada en 1983 (Operation Urgent Fury), Panamá en 1989 (Operation Just Cause) o Irak 2003 (Iraqi Freedom). Hay que bajarse de esa nube de tiempos de la Guerra Fría o de reacciones post 11S. No hay condiciones políticas y militares. Son tiempos de COVID-19 y de una amplia penetración de Rusia, de China, de Irán y el terrorismo internacional en Latinoamérica; lo que ha alterado en 180 grados el rumbo del tablero geopolítico global, hemisférico y continental. Invasión… no hay.
Todo lo reseñado en el párrafo anterior, es válido para este. Olvídense de la ONU, de cascos azules o de cualquier color, de la OEA, del Grupo de Lima, de la Unión Europea, de una decisión de la Corte Penal Internacional. No están dadas las condiciones políticas, económicas, ni militares para justificar, sostener y mantener un soldado o un funcionario de seguridad ajeno a Venezuela en el territorio comprendido entre Castillete y Punta Playa, la Isla de Aves y las cataratas de Huá para sacar desde Miraflores por la fuerza, al régimen usurpador. La revolución tiene planes para sostenerse en el poder, recuperarlo inmediatamente en caso de perderlo, o pasar a una etapa de largo alcance que llaman guerra popular prolongada (GPP) que los retornará nuevamente al poder. Y contra eso, el liderazgo opositor no se ha sentado a coordinar, a diseñar, a estructurar, a afinar y a aprobar un plan político y militar endógeno. En consecuencia, nada que tenga que ver con organismos multilaterales generará un cambio político en Venezuela.
Otro, no existen condiciones ni posibilidades viables en este momento, de organizar, de dotar, ni de entrenar una fuerza armada autóctona, vernácula, paralela a la fuerza armada nacional y que le haga un contrapeso militar, que apoye un esfuerzo político opositor al régimen y que establezca a un gobierno provisional una plataforma de gobernabilidad y estabilidad, necesarias para hacer un llamado a unas elecciones presidenciales libres. Ni desde el exilio, ni desde adentro del país. Eso, es un ladrido a la luna.
Por último; y para terminar de aterrizar; hay que generar condiciones políticas y militares desde la oposición para presionar a la actual fuerza armada nacional al cumplimiento de sus deberes constitucionales establecidos en el artículo 328. Esa es una realidad objetiva a la mano y que hay que considerar seriamente. La historia venezolana en materia de transiciones políticas tiene muchos eventos a la mano que pueden ser tomados como referencias. Antes del 17 de diciembre de 1935, el general Eleazar López Contreras era una figura completamente identificada con el gomecismo. Después de la muerte del general Juan Vicente Gómez, el ministro de la Defensa de esa dictadura, el hombre de la calma y la cordura abrió los caminos para que la calma política y la cordura militar se allanaran en las vías de la democracia en el país hasta 1941. Hizo de la transición política de ese entonces, una ruta democrática hacia el futuro. Eso es historia. Así fue con el general Isaías Medina Angarita, un alférez egresado académicamente como subteniente del Ejército que aún tenía viva la pólvora de La Mulera y el sudor de la invasión de los 60 campesinos en 1899; integrante de una promoción de la vieja Escuela Militar en el año 1914. En plena efervescencia de la dictadura gomecista. O el vicealmirante Wolfgang Larrazábal, presidente de la Junta de Gobierno después del 23 de enero de 1958, salido de la vieja Escuela Militar y Naval en el año 1931, quien antes de encabezar la transición y la provisionalidad, ya había pasado como comandante de la base naval en Puerto Cabello y comandante general de las fuerzas navales, en tiempos de la Junta Revolucionaria de Gobierno que derrocó al general Medina Angarita y en otros cargos en la dictadura perejimeznista.
Conclusión, el apoyo militar para forzar la transición política antes, durante y después del gobierno de la provisionalidad es con realidades terrícolas, venezolanas y ubicadas en los 916.445 kilómetros cuadrados de su superficie. Y esas realidades están en los cuarteles nacionales. Hay que acercarse de una manera factible a esas reparticiones militares y esas guarniciones y entregar el mensaje sin ruidos. Para hacer eso hay que construir un plan, una estrategia y repartir tareas. Eso sí es posible y viable.
Las condiciones políticas y militares para presionar a la actual fuerza armada nacional al cumplimiento de sus deberes constitucionales deben estar contenidas en un plan. Repito, eso sí es posible y viable.
Y allí está la continuación de la fábula.
En algún momento, los ratones del cuento de inicio, forzados por la muerte, el hambre y la inseguridad, y con la posibilidad de su desaparición como grupo, empezaron a abandonar la casa y a enfrentarse a las calamidades de un futuro más negro que el mismo gato. E idearon un plan que agradó a todos. Había que ponerle un cascabel en el cuello al gato. Si lo hacían, por el sonido podrían saber siempre por dónde andaba y tanto la salida de la ratonera como la búsqueda de alimentos sería más segura y tranquila. La idea lucía perfecta.
Como en esa fábula de entrada, y en la realidad política y militar venezolana, ante la pregunta de ¿quién le pone el cascabel del mensaje al gato uniformado de verde? La moraleja que se desprende con la respuesta inevitable es… el liderazgo. Pero…
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