«Everyone who remembers his own education remembers teachers, not methods and techniques»* (Sidney Hook)
Cuando era estudiante en Salamanca tuve un profesor de Literatura Americana que me cayó bien desde el primer día. Impartía su asignatura en bloques de dos horas seguidas. Un día llegó a clase y empezó a leer en voz alta. Nos hacía reír a todos a cada rato. Quisimos saber qué libro era. Nos dijo que había leído solo la primera página de Las aventuras de Huckleberry Finn del escritor Samuel L. Clemens, más conocido por su seudónimo Mark Twain.
Otro día nos habló de la inspiración y alguien preguntó cómo se lograba ser original. En el fondo este estudiante quería saber de dónde salía la creatividad, lo auténtico. El profesor dijo que la mejor manera de singularidad que conocía se conseguía haciéndose preguntas, yendo uno a su aire, siendo lo que éramos nosotros, estudiantes. Si recuerdo bien, dijo literalmente «siendo eternos estudiantes«. Hoy me pregunto qué habría sido de mí si no hubiese conocido a este profesor. Y es que como dice Sidney Hook, «todo el mundo que piensa en su educación recuerda a sus profesores, no los métodos ni las técnicas«*.
Uno tiene que intentar conocerse, saber qué es y qué quiere ser. Nosce te ipsum. Un halcón no puede ser un águila ni un patito feo puede convertirse en el cisne de Andersen.
Hablo por mí cuando digo que me gustó la asignatura de Latín gracias al rigor de la profesora que me enseñó la asignatura en el instituto. Me gustó la Lengua Inglesa gracias a todos los profesores de Inglés que tuve desde que aprendí los colores y los números hasta hoy. Confieso que recuerdo a mis profesores y sus maneras de explicar, su forma de enseñar la materia que les gustaba. Cada cual aplicaba un método, mas era el profesor quien actuaba, el protagonista, el director de escena que nos transmitía el conocimiento, las estrategias, los métodos. Esto debería saberlo todo aquel que estuviese en puestos de responsabilidad de la administración educativa. La pasión del profesor por su trabajo de enseñar y educar no debería pasar desapercibida ni debería ser menospreciada.
Un profesor es un sacerdote de la educación cuyo primer objetivo es enseñar lo que sabe para que aprenda quien no sabe. Un buen profesor será el «eterno estudiante» del que nos hablaba Juan José Coy. El buen profesor es aquel que trata de entender a quien no entiende y le ayuda a comprender. El buen profesor es el señor ―o señora― que atiende al chico que se sienta en la última fila sin hacer nada y le convence para que aprenda algo (o al menos intenta convencerlo). Un profesor ha de ser honesto, y esta virtud viene así por defecto como de fábrica.
Esta semana tan intensa para mí por muchas razones, acompañando a un colega a pedir un café, sucedió que el camarero que nos atendía dijo conocerme. Tardé un rato en darme cuenta de quién era, hasta que me recordó que le había ayudado hace unos años a salir de una situación comprometida. Yo había sido su profesor de inglés y su tutor. No entraré en detalles, tan solo diré que fue bonito que recordase después de tanto tiempo que hubiese tenido fe en él y también el hecho de que me lo agradeciese.
En el otro lado de la balanza, la parte negativa de quienes nos dedicamos a la educación está ocupada por los alumnos que acuden de mala gana a la escuela, no respetan a sus compañeros ni a sus profesores y desprecian el conocimiento. Y es que la vida no es de un solo color. Muchas veces, a estos alumnos con excusas para todo les ayuda un sistema educativo indulgente que consiente el absentismo y, falto de rigor, abandera teorías engañosas sobre el conocimiento y el igualitarismo. Estos alumnos llegan a pensar que siempre tienen razón y el profesor se comporta injustamente con ellos a la hora de no aceptar sus razones. No ven o no quieren ver que el profesor hace su trabajo y que los problemas aparecen cuando el alumno no cumple su parte. En determinadas escuelas algunos profesores detectan brotes de excelencia en alumnos quienes, con el tiempo, podrán creer que saben más que nadie incluido el profesor que les llena los oídos de elogios hiperbólicos. El alumno endiosado resulta ser un problema al poder considerarse él mismo el «eterno profesor» y querer dar lecciones a diestro y siniestro. El conocimiento surge del estudio, pero también del poso del tiempo y la madurez. El saber no hace buenas migas con la arrogancia. La educación consiste en escuchar un «no» por respuesta, y en saber aceptarlo. La buena educación forma a personas buenas, la mala educación, no. Y hay que saber educar. No estaría de más releer ese artículo que escribió Manuel Toscano acerca de la autoestima (‘Aprobado en autoestima’; Vozpopuli.com.-2.12.2020)
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Esta semana he tomado una decisión difícil. La verdad es que sentí pena, rabia y al mismo tiempo alivio. Estoy agradecido al método, al tutor y al impulso que ha supuesto para mí volver a leer más de un libro a la vez, incrementar la lectura de textos en la lengua de Shakespeare y las ganas por saber más. Amo las letras, las palabras y los diccionarios. A lo largo de varios meses, muchos meses, disfruté leyendo en secreto, subrayando párrafos, tomando notas diversas. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas a modo de confesión, estoy relajado al verme libre de un compromiso que, aunque me hacía sentir bien por un lado, me cargaba un saco de culpa a la espalda, por el otro. Cuando huía al extranjero imaginario en busca de textos tangenciales me veía ya en el exilio. Hoy me despierto «más sabio y más triste» como el marinero de Coleridge, y de pie en el baño soy el indio apache, la mujer rebelde que abandona a su pareja, el hombre viejo que se desnuda sin pudor delante del espejo.