Nunca está demás recalcarlo, no es lo mismo primarias en democracia que primarias en dictadura, y esto significa que el régimen hará todo lo que esté a su alcance para hacerlas fracasar. Lo ideal es que la oposición desde ya contara con un candidato de consenso, una mujer u hombre de prestigio, aceptado por las principales fuerzas políticas y sociales, probado y consecuente en estos veinte años de lucha. Sencillamente no lo tenemos, y por ello lo que llamo “el consenso en unidad” debe surgir de los resultados que arrojen las primarias. Ese “consenso en la unidad” no nace solo, hay que construirlo con paciencia, dedicación y afán positivo. Comienza con el trato entre los contendientes, pues ellos no deben ser considerados como “otros” sino como “nosotros”. Confianza y solidaridad, donde todos hacen falta y ninguno debe ser desechado. La ideología (si prefieren llamarla doctrina, como desean los liberales, no tengo inconveniente), sin que pretenda que sea ni mucho menos sacrificada, debe ser supeditada a la praxis, la voluntad constructiva sobre la voluntad destructiva. Viene a mi mente el célebre dicho de Lincoln, que vale para lo que quiero aquí transmitir: “No haré nada con maldad. De lo que yo me ocupo es demasiado grande para manejarlo maliciosamente”.
Son muchos los desafíos que se nos presentan; de entrada por lo inmediato, la construcción del Programa Mínimo Común, pues para que no quede dudas de mi posición, el próximo gobierno debe ser un gobierno de transición, y por tanto la elaboración de ese programa debe ser algo serio, muy serio, un verdadero, sentido e internalizado acuerdo entre todos los aspirantes. No significa acortar las manos al líder elegido sino la convicción profunda de que todos, dirigentes, fuerzas políticas y sociedad civil, a través de un proceso deliberativo, sean consultados. Pienso que debe desaparecer la odiosa distinción que uno escucha en la calle, entre líderes puros y líderes impuros, líderes radicales y líderes conciliadores, líderes consecuentes y líderes inconsecuentes. Todos hacen falta, son necesarios en lo que llamo el “consenso en la unidad”.
Considero insidiosa, pese a su apariencia inofensiva, la conseja que distingue a los partidarios de la cohabitación de sus adversarios, como si los primeros fueran falsos opositores y los segundos los auténticos combatientes de la dictadura. La cohabitación en política significa cogobernar, siendo que no está planteado que ningún verdadero opositor democrático pretenda participar en el gobierno dentro de las reglas que impone la dictadura.
En suma, primarias y transición deben verse unidas, y por tanto marchar juntas en una estrategia compartida, ese es mi punto de vista. La oposición ha apostado por una salida pacífica, electoral, democrática y constitucional, lo cual significa la definición clara de metas y objetivos, y la asunción de reglas y normas que la coerción institucional (y me refiero a la Constitución) nos impone. Cualquier otra salida en este momento es un salto al vacío, un peligroso desatino que solo conduce a la violencia e incluso, lo digo con plena convicción, hasta a la guerra fratricida. Por ese camino algún aventurero intentaría convencernos de que en Venezuela los períodos históricos terminan a cañonazos. Aparte de que no ha sido siempre así (la transición de la larga tiranía de Gómez lo demuestra), no es el mejor consuelo para la difícil coyuntura que estamos atravesando.