OPINIÓN

Primarias en apuros

por Fidel Canelón Fidel Canelón

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Entramos en las medianías del año 2023 y la oposición venezolana no tiene todavía un panorama claro con miras a los decisivos comicios de 2024. Pese al impecable y eficiente trabajo realizado por la Comisión Nacional de Primaria (que incluye, entre sus últimos pasos, la elección de las Juntas Regionales de Primaria y la selección de 77 ciudades donde votaría la diáspora aventada fuera del país), a estas alturas hay algunos nubarrones que ponen en entredicho la consumación efectiva del evento en octubre próximo, o al menos la participación plena de todos los aspirantes que integran lo que ha sido la oposición más firme y consecuente que ha tenido el régimen.

Desde hace tiempo, María Corina Machado y Andrés Velásquez han expresado que están en desacuerdo con la participación del CNE en la organización del evento. Esta postura fue reforzada después de que el mes pasado el CNE anunciara que está dispuesto a organizar el evento solo si se incluyen las captahuellas, “por ser parte irrenunciable del principio un elector, un voto”. Digamos, para no darle tantas vueltas al asunto, que el régimen aprovechó su mayoría en el organismo rector para utilizar un elemento que realmente no es imprescindible en un evento de esta naturaleza, alentando así la división y la desconfianza entre los sectores opositores.

Ahora bien, nos parece que en todo el asunto del rechazo al voto automatizado y la apuesta por el voto manual hay una racionalidad y una intencionalidad más política que técnica, sobre todo en el caso de Machado. No deja de ser una paradoja, en efecto, que quien lideró una organización como Súmate, pionera en la asistencia técnica y en la contraloría ciudadana al voto automatizado para los eventos comiciales, ahora ha vuelto -como la mujer de Lot- su mirada al pasado, apostando por unos procesos manuales sobre los cuales se montaron y edificaron en el siglo XX verdaderas hegemonías partidistas en muchos países, como el caso del PRI mexicano. No queremos con esto decir, ni mucho menos, que los procesos automatizados están salvos de irregularidades -al fin y al cabo, estamos en la época de los hackers y de los bots- pero con seguridad es mucho mayor la posibilidad de fraudes en unos conteos manuales que en unos conteos automatizados realizados con la debida asistencia técnica y las respectivas auditorías.

La racionalidad política que da forma al juego de María Corina en todo esto, está dado -por una parte- por lo que constituye la espada de Damocles de la oposición en general de cara a las presidenciales: la posibilidad de que cualquiera de los aspirantes sea inhabilitado en el más inesperado momento, antes o después de los resultados de octubre. Esta posibilidad -que resume la arbitrariedad y el despotismo del régimen- introduce una gran incertidumbre dentro de los planes opositores. Desde hace tiempo se han propuesto alternativas para reducir esta incertidumbre (como elegir no uno sino varios candidatos, buscar un consenso en situaciones sobrevenidas, etc.) pero en estos escenarios complejos es muy difícil, obviamente, llegar a un acuerdo. Realmente, el telón de fondo para abordar este espinoso asunto es lograr un compromiso con el régimen en la Mesa de negociación, poniendo coto final a la inhabilitación de tantos líderes políticos -como en el caso de Henrique Capriles- pero ya sabemos lo tortuoso y lento que han sido estas rondas negociadoras.

La otra parte del juego de María Corina solo puede explicarse a partir de lo que es la parte volitiva, es decir, su voluntad y su percepción de la transición. Más allá de cualquier consideración estratégica, ella no quiere medias tintas ni entendimientos de ningún tipo: quiere sacar al régimen a empujones, por las buenas o por las malas, y en esto ha sido intransigente casi desde siempre, haciendo solo en unas pocas ocasiones concesiones al pragmatismo. Esta postura es, al mismo tiempo, lo que ha potenciado su imagen en los últimos años, al punto de encabezar todas las encuestas entre los aspirantes opositores (con cifras, sin embargo, modestas cuando consideramos el porcentaje total del electorado).

En este punto está, ciertamente, su virtud, pero también su debilidad: es la intransigente admirada y seguida por una tajada significativa del electorado opositor -sobre todo de las clases medias- cansados de tantos fracasos (el último, el interinato de Guaidó); pero es también la que más aversión crea en el gobierno, al punto que puede decirse que, de participar eventualmente en las primarias, y, sobre todo, de resultar ganadora, su inhabilitación política sería inminente. De hecho, el único escenario donde quizá el régimen preferiría no inhabilitarla sería en uno donde ella salga al ruedo sola, fuera de las primarias, compitiendo con el candidato que salga de ésta y los otros de lo que ha dado en llamarse oposición alacránica.

Por todas estas consideraciones estratégicas y volitivas, no sería aventurado decir que la lideresa de Vente Venezuela nunca ha estado convencida del todo de participar en las primarias. Su afirmación hace algunas semanas de que éstas son solo un medio pero que el verdadero objetivo es sacar al régimen, apuntan en ese sentido. Lo de las captahuellas parece haber sido la excusa perfecta para salir de todo este atolladero. Es consciente de que en cualquier momento puede ser excluida del cuadro electoral, incluso en el citado caso de que decida abrirse de una vez y lanzarse por su cuenta, en solitaria cabalgadura, con vista al 2024, sin interferencias de ningún tipo.

Este último escenario pareciera ser el que ha elegido según sus últimos movimientos – entre ellos, nombrar su equipo económico- convencida seguramente de que contaría con total libertad de movimiento, y que no tendría que pasar por la dura y traumática situación de tener que decidir -en caso de ser inhabilitada después de hacerse, hipotéticamente, con el triunfo en octubre- entre cederle su lugar a otro aspirante o llamar a la abstención -lo más probable- creando un nuevo cisma en la oposición de la Plataforma Unitaria, y echando sobre sus espaldas la responsabilidad histórica de un nuevo fracaso que puede significar la prolongación por otra década más del equívoco y nefasto régimen.

Mientras tanto, ella puso toda la presión en la Comisión Nacional de Primaria, a quien le toca decir la última palabra en este asunto. Pero ésta no la tiene nada fácil, pues organizar un proceso sin el CNE es cuesta arriba por las grandes exigencias financieras, logísticas, organizativas y de tiempo, aparte de que el consenso de la mayoría de la plataforma opositora se inclina por la participación del organismo rector.

Esperemos a ver, en fin, qué sucede. Ojalá Machado, Velásquez y todos los candidatos de la oposición consecuente terminen aceptando la palabra final de la CNP, que ha hecho una labor extraordinaria, oyendo a todos los sectores, actuando con mesura y equilibrio, y trabajando a un ritmo febril. Sería llover sobre mojado insistir en las múltiples ventajas que entrañarían unas primarias donde participen, sin excepción, las figuras opositoras más destacadas, canalizando todas las expectativas de la población y convirtiéndose en el centro de gravedad de la política nacional en los próximos meses.

@fidelcanelon