El 11 de febrero se cumplieron 45 años de la revolución islámica en Irán. Se puede decir sin temor a equivocarse que el acontecimiento en el que se instauró la República Islámica fue uno de los sucesos mundiales negativos más importantes desde la Segunda Guerra Mundial.

El mundo ya ha pagado un precio enorme y sigue pagándolo por aquella revolución.

En primer lugar, el pueblo iraní ha sufrido bajo el régimen durante 45 años, especialmente las mujeres, los bahaíes, los kurdos y la comunidad judía, que se ha reducido a 8.500 personas —un mínimo histórico.

En segundo lugar está el terrorismo empleado en todo el mundo por los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica. La comunidad judía argentina pagó el precio más alto cuando, en 1994, 85 personas fueron asesinadas en un atentado terrorista planeado por el régimen iraní.

Además, la República Islámica preparó el terreno, mediante su combinación de ideología islamista extrema y apoyo al terrorismo, para el posterior y dramático ascenso del terror islamista de Al Qaeda e ISIS. Aunque en ocasiones ambos fueron enemigos de Irán, no es casualidad que ese pensamiento y comportamiento siguieran el ejemplo de la República Islámica de Irán. Por esta y muchas otras razones, Teherán es considerado el principal Estado patrocinador del terrorismo en el mundo.

En tercer lugar, Irán está creando proxies entre los chiíes de la región para llevar a cabo sus nefastas políticas contra Israel, pero no solo contra Israel. El más notorio es Hezbolá, que en gran medida se ha apoderado de Líbano y está armado con más de 140.000 cohetes y misiles dirigidos contra Israel.

A todo ello se suma la actividad de apoderados iraníes en Irak y Yemen, así como de no chiíes que comparten una ideología extremista islamista, como es el caso de Hamás.

Y, por supuesto, nada de esto es historia pasada. El mundo es hoy un lugar mucho más peligroso debido a la multitud de políticas desestabilizadoras de la República Islámica. Hamás nunca habría podido perpetrar su masacre del 7 de octubre sin la ayuda militar, financiera e ideológica de Irán. Sigue siendo una incógnita hasta qué punto estuvo implicado Irán, si es que lo estuvo, en la planeación del suceso pero, en cualquier caso, su papel fue un ingrediente necesario para que se produjera —al apoyar y fortalecer el poder de Hamás en Gaza.

Respecto a los hutíes en Yemen, ese fue un caso clásico en el que Irán dejó pocos rastros de su apoyo inicial a estos revolucionarios chiíes, pero ahora está claro que los ataques a la navegación en el mar Rojo son producto directo de la influencia iraní en su guerra contra Occidente.

En el caso de Hezbolá, el ejemplo más notable de la influencia iraní, el potencial actual de escalada se mantiene en un nivel alto, aunque solo sea porque Israel no puede vivir con cientos de miles de ciudadanos evacuados de sus hogares en el norte de Israel a causa de los ataques de Hezbolá. O el grupo libanés se retira de la frontera o Israel tendrá que enfrentar la situación mediante la fuerza militar. En cualquier caso, Irán ha dotado a Hezbolá de cientos de miles de misiles con los que Israel tiene que lidiar en estos momentos de conflicto, y seguramente también si Israel se enfrenta directamente con la República Islámica.

Lo cual nos lleva al peligro más evidente procedente de Irán y que, con motivo del 45 aniversario de la República Islámica, merece mucha más atención de la que la comunidad internacional le está prestando: el desarrollo de su capacidad nuclear. Aunque esta cuestión suele quedar relegada a un segundo plano frente a la guerra en la región, cada vez son más los informes que indican que Irán está más cerca de cruzar el umbral nuclear.

Las consecuencias para el Medio Oriente serían inmensas. Israel se encontraría con una amenaza existencial, ya que los hechos del 7 de octubre demuestran que la ideología extremista islamista puede llevar al comportamiento más bárbaro e irracional. No hay ninguna garantía de que Irán no utilice un arma nuclear contra Israel, a pesar del propio arsenal israelí.

Además, un Irán nuclear podría generar una carrera armamentista nuclear, especialmente entre los Estados del Golfo, ya temerosos de un Teherán expansionista. Las consecuencias para el mundo son inimaginables.

En resumen, volvemos a nuestro tema: que este aniversario nos recuerda cómo 1979 cambió la historia para peor de forma dramática, por lo que la región y el mundo pagan hoy un precio aún más alto que en el pasado.

Qué hacer al respecto debería ocupar un lugar prioritario en la agenda de los países occidentales, encabezados por Estados Unidos.


Kenneth Jacobson es vicedirector nacional de la Liga Antidifamación (ADL).


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