A medida que pasan los días la situación en las fronteras se torna cada día más fluida con peligro creciente de que por algún malentendido se desate una confrontación a todo dar. Existen ya víctimas mortales, miles de desplazados, daños, etc. Entre las bajas más notorias está la verdad, cuya esencia resulta casi siempre objeto de manipulaciones e interpretaciones.
Lo que resulta claro para tirios y troyanos es que Venezuela ha importado a su territorio un conflicto que no es suyo, siendo evidente también que ello ha ocurrido por la complacencia original del gobierno de Chávez, continuada por Maduro. No olvidar que el comandante eterno, en enero de 2008, ataviado con la banda presidencial, afirmó ante la Asamblea Nacional en pleno que las FARC y el ELN no eran terroristas sino verdaderos grupos levantados en armas en pro de una lucha popular etc., etc. De esa manera dio a estos colectivos el reconocimiento de su calidad de beligerantes que conlleva estatus especial en el derecho internacional. Hoy esos mismos son los que operan con libertad en nuestros estados fronterizos, en muchos casos ante las narices de quienes están llamados –infructuosamente– a reprimirlos con las armas que nuestra república ha puesto en sus manos.
Vale decir pues que fueron aquellas lluvias las que trajeron estos lodos que hoy complican sustancialmente la vida de nuestros compatriotas residenciados en Táchira, Apure, Bolívar, Amazonas y hasta Barinas, causando también daños a la ecología ante la negligencia dolosa o al menos culpable de quienes tienen como función la de asegurar la paz y tranquilidad en esas zonas. No sería extraño que a poco veamos el terrorismo urbano.
La Venezuela de otrora, faro democrático que era visto como ejemplo continental, se convirtió en actor o intermediario clave en la aspiración regional que para fines de los años ochenta y noventa daban testimonio de una América libre de dictaduras con la sola excepción de Cuba. ¡Qué orgullo! La Venezuela de hoy, en la carraplana económica y la anomia política, se ha convertido en escenario de puja entre quienes libran por su lado una lucha de grandes ligas mientras la población local se hunde en el fango de las carencias y la miseria, donde la caja CLAP ofrecida a menudo a cambio de la dignidad y el carnet de la patria se han convertido en herramientas de control social que –por ahora– consiguen contener movimientos sociales que en cualquier momento se pueden desbordar.
Cierto es que lustros atrás teníamos contenciosos con Colombia y Guyana los cuales –salvo el episodio del Caldas– se desenvolvían en un ambiente de bastante mesura y por los canales de la resolución civilizada de las diferencias. Hoy día nuestra patria afronta controversias de muy alta presión con Colombia, Guyana, Brasil, Estados Unidos, Mercosur, Canadá, la Unión Europea en su conjunto, España, algunas islas del Caribe, varios foros internacionales de solución de conflictos económicos, el Fondo Monetario, el BID, etc.; además de estar execrada del sistema financiero internacional, con una gestión de pandemia fuera de control, al margen de la disponibilidad de vacunas anticovid y pare usted de contar. ¿No luciría razonable que quienes desde hace lustros conducen los destinos de la nación se preguntaran si alguna o gran parte de la culpa no la tienen ellos?
Siendo un hecho comprobado aquello de que la historia política tiene la condición de ser pendular, no podemos dejar de percatarnos que el ciclo en el que la democracia continental era la nota está terminando y hoy la proyección a corto y mediano plazo nos alerta de que el péndulo va cambiando su dirección. México, Argentina, Bolivia y Nicaragua, perdidos ya; Ecuador, a punto de caer; Perú, en “dulce espera”; Chile, enfrentando la incógnita de un desenlace potencialmente malo ante la convocatoria de una Constituyente con consecuencias inciertas y pare usted también de contar.
Ante este panorama poco promisor mucho oímos la invocación de que Venezuela “pronto tendrá el brillante futuro que se merece”. A quienes así piensan nos atrevemos a responderles que Venezuela no “merece” ningún otro futuro que el que nosotros –sus hijos– le labremos con nuestro esfuerzo. Ejemplos de ello sobran: Israel, Japón, Singapur, Corea del Sur, Malasia, Hong Kong, etc. Países cuyo principal –y casi único– recurso es el esfuerzo de sus habitantes lo han logrado, mientras nosotros aún soñamos con “merecer” aunque sea el pedacito de una renta petrolera que ya no existe.
@apsalgueiro1
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