OPINIÓN

Pandemia, dicen…

por Wilfredo Velásquez Wilfredo Velásquez

Ya me estoy cansando de esta moridera que cogieron los amigos con la excusa de la pandemia.

No sé qué hacer para detenerla.

Al principio creí que era la parca, que se ensañaba contra los buenos, llegué a pensar que la pandemia no era más que un simple pretexto para ajustar los desbarajustes demográficos causados por el afán de vida con que estábamos viviendo.

Llegue a pensar que la muerte se asustó al verse burlada por una generación que parecía ignorarla.

Inventamos la adolescencia para saltar de la inocencia al cinismo sin caer en la trampa de la madurez, burlamos todos los supuestos que justificaban sus criterios de selección, no le paramos a la búsqueda del éxito, eso vino después, estudiamos, trabajamos, construimos, destruimos, conspiramos, todo con un alegre desprecio por la vida. La mantuvimos confundida, no clasificábamos para la muerte, ni siquiera éramos elegibles.

Todo lo hicimos

Empezamos a hacer el amor y a despreciar la guerra, inventamos el amor libre, optamos por la paz, restándole opciones a los conflictos y a  la muerte, minimizamos su poder, la vestimos con traje de fiesta, jugábamos a la gallinita ciega con ella, la mantuvimos por décadas desorientada y confundida.

Aunque la guerra siguió su curso, nuestra generación inventó un camino paralelo, no solo sobrevivimos a sus aviesas intenciones, sino que superamos las posibilidades de muerte para cabalgar, irreductibles y sonrientes sobre las limitaciones de la edad, todas las edades eran inciertas, burlamos  las expectativas de vida para vivirla como si fuera eterna.

Reescribimos los conceptos del amor y la amistad, reventamos los viejos paradigmas, inventamos los nuestros y así vivimos. No le paramos ni a la muerte ni a la vida, solo queríamos sentirnos vivos.

Convertimos la vida en un juego.

Ahora, descubro con asombro la vulnerabilidad que manteníamos oculta en el saco sin fondo de la alegría y el vino.

La muerte acechaba, mientras sus heraldos inventaban engaños y  malabarismos.

En algún impreciso momento bajamos la guardia y nos dejamos sorprender por sus emisarios  que nos aplastaron con una palabra terrible, que parece ser un recurso ecológico que renace con cada nuevo siglo.

Pandemia dicen…

Y nosotros lo creímos…

Tanto que permitimos que el miedo se alojara en nuestras almas y se convirtiera en esta manía, capaz de quitarnos la alegría y el amor por la vida.

Estábamos rebasando los límites de la juventud y no solo seguíamos vivos, sino que continuamos enamorados y viviendo, teníamos arrinconada a la vejez y dimos de alta a la muerte, por lo que la muy taimada se ensañó contra nosotros traicionera y vengativa.

Los chats se encargaban de anunciar, mediante un cotidiano parte de guerra, con angustiada preocupación, decían que fulano del cole alcanzó la luz eterna.

Que el otro, de la educación media, se ha retirado al Oriente eterno, como si supieran hacia qué punto cardinal se retiran los muertos, igual decían del compañero de la universidad, que ya no estaba en este plano, pero no decían qué plano ocupa ahora o si sigue siendo horizontal el plano de los muertos.

Se sucedieron muchas muertes en tiempo de pandemia, pero siempre del equipo de los buenos.

¿Es que acaso los autócratas, los verdugos, los asesinos y perpetradores nunca mueren?

Tan alarmado estaba que empecé a pedir fe de vida a los amigos, muchos no respondieron y otro, que por supuesto sigue vivo, me dijo, no te angusties Wilfredo, del cole escasamente llegamos a un equipo de fútbol y de la universidad para un equipo de ping pong, con dos suplentes y la señora de réferi, si es que Guillermo sigue aquí y todavía puede cantar el juego.

No sé si será cuestión de Dios que prefiere a los buenos, pero no veo que los otros, los que torturan y que ayudan a la señora que no tiene aliento, estén en la lista para volar alto, en la cola para pasar de plano o en el túnel que conduce a la luz eterna.

¿Será que los malos detestan los funerales, los obituarios y los cementerios?

¿O le temen al fuego eterno?

Con desacostumbrada frecuencia despido a uno de los buenos, pero rara vez tengo la oportunidad de acompañar al camposanto a uno de los protervos y perversos.

Después de Fidel, he visto morir músicos, poetas y escritores insignes, todos del lado de los buenos.

Menos Fidel que fue el capitán de los malos.

Lo terrible de tantas muertes es que los muertos no viven ni queriendo, que se van sin despedirse y que después ya no los vemos.

La muerte es más muerte, más dolorosa y hasta injusta cuando se ocupa de los buenos.

Cuando lo hace con los otros, los que siempre hacen daño, deja de ser muerte para ser justicia, castigo y premio.

No recordamos a Barrabás, de Sadat poco sabemos, de Hitler ni esto…

Pero los nuestros…

¡Cómo duelen!

Ya, déjenlo, no se sigan muriendo.

¡Pónganle un parao! Vamos a seguir viviendo. No se rindan, recuerden que somos eternos.

Y si se van a morir que sea de risa, de alegría, de amor, mueran extasiados de belleza.

Nunca de tristeza, depresión o miedo.

A los del equipo les recuerdo que debemos levantarnos de nuestros asientos, dejar los chinchorros y el miedo.

Tenemos que llenarnos de coraje.

Levantarnos en armas.

Arrecharnos si es preciso.

Convocar a la muerte y decirle que ya está bien.

Que es suficiente

Que nunca nos rendiremos.

¡Que ya!

¡Que basta!

Que se ocupe de los otros.

Que el cielo ya está lleno

Que nos deje en paz, que les dé chance  a los malvados.

¡Que se le está quedando vacío el infierno!

@wilvelasquez