Esta semana la dinámica de la vida de casi toda la humanidad ha sido alterada de tal manera y amplitud como nunca se había conocido al menos en las últimas décadas. El causante ni siquiera es alguien de nuestra especie sino un minúsculo microorganismo que ha logrado poner de rodillas al género humano tan creído de su invencible superioridad. Tema para reflexionar.
A medida que pasan los días y la mayoría de nosotros busca con qué entretener el ocio ocasionado por el encerramiento, venimos recibiendo gratas y sorpresivas llamadas, e-mails, whatsapps y otras formas de comunicación provenientes de quienes no suelen ser nuestros contertulios habituales. Al mismo tiempo vienen surgiendo tendencias, chismes, fake news y análisis de mayor o menor seriedad que consiguen quien los oiga, vea o lea, precisamente por haber tanto tiempo disponible en la cuarentena.
Como era de esperarse ante cualquier evento humano de gran impacto, también ha venido surgiendo la inevitable atribución de culpas y el posicionamiento político que en sociedades tensas o fracturadas como la nuestra –y en otras– parece inevitable, aun cuando poco pertinente a estas alturas.
Es así como, internacionalmente, la atribución de culpas y responsabilidades se va convirtiendo en tema central de la política interna y externa.
Hay quienes no dudan en afirmar que el tal coronavirus es un invento siniestro de los chinos en su afán por dominar el mundo o de grandes intereses económicos empeñados en lucrar con vacunas o con posiciones de mercado o especulaciones bursátiles. Dejemos que cada quien crea lo que le parezca, pero no sin antes sugerir una buena dosis de prudencia que permita filtrar la catarata de mensajes reenviados hasta el infinito conteniendo mentiras o medias verdades que poco contribuyen al imperio de la razón y al éxito del esfuerzo conjunto que los países deben realizar, por cuanto somos todos tripulantes de una misma nave.
Noticieros y crónicas de distintas latitudes coinciden en señalar el hecho evidente de que las instalaciones y recursos de los sistemas de salud de Venezuela son insuficientes, lo cual es cierto. Luego viene la atribución de la culpa, que suele definirse en parte por razones “razonables” y en buena medida por el cristal político con que se miran.
En nuestra Venezuela esta última percepción va tomando un cariz que amenaza con salirse de madre. Todos estamos de acuerdo en que el país afronta importantes carencias sociales y de salud pública desde hace ya varios lustros; sin embargo, la atribución de culpas y responsabilidades se sitúa para unos desde 1958 y para otros a partir de la hegemonía chavista/madurista, según quien sea el opinador. Lo que no es controvertible ya es que se ha llegado al llegadero, que la situación está a punto de salirse de control, que el gobierno no dispone ni de recursos, ni de planificación ni de experticia para hacerle frente ni queda tampoco claro cuál de los dos “gobiernos” que coexisten tiene la legitimidad o la fuerza para tomar las duras decisiones que se requieren.
Este último asunto se ha presentado en la corriente semana cuando quienes despachan desde Miraflores y tienen el control administrativo de los resortes del Estado dieron el insólito vuelco de solicitar ayuda económica al Fondo Monetario Internacional, tan solo para salir con las tablas en la cabeza cuando dicho organismo declinó considerar el pedimento basándose en la falta de claridad jurídica acerca de quién tiene en Venezuela la cualidad para hacer tal requerimiento habida cuenta que el FMI no es una institución de caridad sino un banco con accionistas que tienen también el legítimo derecho de asegurar los mecanismos que garanticen el reembolso de sus préstamos.
Como es natural, tal respuesta presenta y ha desatado ya una excelente oportunidad para la diatriba política entre quienes tienen posiciones opuestas nacional e internacionalmente.
Con igual publicidad ha surgido la polémica acerca del pedido de ayuda internacional y los permisos y consecuencias del posible ingreso de la misma en un momento cuando lo sensato parecería deponer –así sea temporalmente– las divergencias en beneficio de una causa cuyo desenlace arropa a unos y otros por igual en un momento en el que la cuarentena o el toque de queda resulta una herramienta de sobrevivencia y no de control político.
En cuanto a las solicitudes de ayuda en recursos médicos, sanitarios, equipamiento, etc., estamos viendo que casi todos los países acusan agudas carencias de todo ello. Siendo así se pregunta uno qué gobierno extranjero pudiera tener la disposición de desprenderse de lo que no le sobra para mandarlo a Venezuela, cuyas fronteras –igual que muchas otras- están cerradas hasta nuevo aviso por decisión de nuestro propio gobierno o de otros.
Por el momento, desde esta columna lo único que podemos hacer es pedir prudencia, generosidad y visión de conjunto a aquellos que tienen en sus manos las difíciles decisiones que se requiere tomar e implementar.