“Nuestro presente está enfáticamente, y no solo lógicamente, suspendido entre un ya no y un aún no. Lo que comienza ahora, después del final de la historia mundial, es la historia de la Humanidad.” Hannah Arendt
El pasado 11 de abril se cumplió el sesenta aniversario de la publicación de “Pacem in terris”, la iluminadora encíclica social del papa Juan XXIII. El papa Francisco ha recordado a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, la significación de la lectura de la encíclica, y de manera especial a los jefes de las naciones, a los que recomienda tener como fuente de inspiración de sus proyectos y decisiones. Valgan estas reflexiones sobre Juan XXIII y su encíclica, como un sencillo recordatorio de su relevancia histórica, no solo para la Iglesia sino para la humanidad en general.
Juan XXIII asumió su pontificado a una edad (77 años) en que los seres humanos por lo común tienden a retirarse de sus oficios, profesiones y actividades laborales en general. El cardenal Roncalli, asumido por algunos como un Papa de transición, en los pocos años de su pontificado reveló ser, para sorpresa de muchos, una Papa profundamente innovador, no solo por el hecho de convocar el Concilio Vaticano II, cuyos documentos y constituciones renovaron en profundidad el espíritu universal del catolicismo, sino también por la redacción de dos influyentes encíclicas sociales, “Mater et magistra” y “Pacem in terris”, así como por su peculiar personalidad, que irradiaba bondad, paz, sencillez, humildad y espiritualidad, que le valieron su identificación como el “Papa bueno”. Su atrayente personalidad, marcada por los atributos antes mencionados, cautivó no solo al mundo católico, sino que se extendió a personas y ambientes no necesariamente identificados con el cristianismo, entre los que cabe destacar a la brillante pensadora Hannah Arendt, que dedicó certeras palabras de reconocimiento a las virtudes de Roncalli como ser humano identificado con suma autenticidad a la imitación de Cristo, y del cual anota sus palabras: “ser cortés y humilde (…) no es lo mismo que ser débil y acomodaticio”.
El mensaje de “Pacem in terris”, pese al tiempo pasado, conserva plena actualidad, esa misma actualidad y repercusión pública que suscito desde su aparición. El papa Francisco hizo mención a un pasaje de la encíclica como ejemplo: “La relación entre las comunidades políticas como la que se establece entre las personas humanas debe regularse no recurriendo a la fuerza de las armas, sino a la luz de la razón. Es decir, en la verdad, en la justicia y en la solidaridad activa”. Son diversos y todos importantes, los temas tocados por el documento: entre otros, el realce de los derechos humanos y la ciudadanía como fundamento de la democracia y del orden de relaciones entre el Estado y la sociedad, y su consecuencia en el estímulo a la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos; la relevancia de principios cardinales de la Doctrina Social de la Iglesia, como son los casos del bien común, la solidaridad y la subsidiaridad; así como la primacía de la paz y la justicia en el orden de relaciones entre las naciones, donde debe privar la igualdad de trato y la cooperación sobre la subordinación; la defensa y promoción de la mujer; el cese de la carrera de armamentos; la crítica al racismo; la defensa de la emigración como derecho natural del ser humano; y la necesidad del establecimiento de una autoridad mundial.
Unas palabras sobre este último punto, que la encíclica se atreve a plantear, y que hoy nos parece un desiderátum utópico. Nos dice “Pacem in terris”: “Pör exigencias del orden moral, hoy día es necesaria una autoridad pública unica en un plano mundial. Lo exige el bien común universal. Esta autoridad nueva debe establecerse con el consentimiento de todas las naciones y no debe ser impuesta por la fuerza”. El mundo actual, donde las guerras siguen enseñoreando las relaciones entre las naciones, y la destrucción nuclear reaparece tenebrosa en nuestro destino como lo fue en los años de la Guerra Fría cuando se publicó la encíclica, así como el desafío de la salvaguarda del hermoso planeta en que nos ha tocado a los humanos vivir, amenazado por peligros de toda índole, y que aviva nuestra imaginación en la tensión destrucción vs sobrevivencia, nos obligan a meditar el llamado de preocupación de Juan XXIII por el destino de la humanidad, que Hannah Arendt con su lucidez nos plantea en el pensamiento que sirve de pórtico a este escrito: la posibilidad del comienzo de la historia real de la humanidad, mensaje profundo del Evangelio, alfa y omega del “Papa bueno”, al que con su ejemplo de sencillez y humildad nos pide servir.