«Morire a 10 anni per Tik Tok: una strategia di difesa c’è» (1) (Daniele Manca, Corriere della Sera; 23.1.2021)
Tendría yo nueve años cuando imaginaba que la pantalla del televisor del comedor me miraba y veía lo que hacía sentado en el suelo. Cada vez que entraba a este cuarto, el sonido del aparato encendido me avisaba de la mirada del ojo electrónico. La verdad es que me olvidaba de la vigilancia a veces. Me relajaba. Entonces, de repente sentía sobre mí el ojo de la televisión y me ponía serio. Pasaron los años hasta que supe un día que nadie podía verme desde el otro lado. Tuve que crecer, hacerme adolescente y empezar a preguntarme cosas.
Antes de que empezasen los ochenta quise leer una novela extraña cuyo título consistía solo en una palabra: un número de cuatro cifras. En realidad, una fecha. 1984. Logré cumplir mi deseo de leer la novela de Orwell antes de alcanzar esa fecha. Me lo había propuesto seriamente. En ella, el Estado sí observaba a los ciudadanos desde los aparatos de televisión. Se trataba de una distopía que parece alcanzarnos ahora, 37 años después. Yo creo que incluso un poco antes. Los televisores inteligentes –Smart TV– se encargan de cumplir la visión profética del escritor británico en la cual la sociedad vive una vida parecida a la retratada en sus páginas. Los televisores inteligentes nos oyen, y me atrevería a decir que también nos ven y nos vigilan. (Dejo aparte la interactividad de tabletas, computadoras y smartphones para evitarnos el mal trago a usted y a mí).
Los chavales tienen prisa. Parecen desconocer valores como el reposo o la lentitud. Ignoran el «dolor» del esfuerzo y el sacrificio. Los muchachos de ahora parecen ser herederos del electrón, porque saben que un toque de sus dedos les conduce a miles de kilómetros de distancia en un instante. ¿Quién necesita tener calma?
Un nativo digital elegirá una tabla con ruedas impulsada por una batería que se desliza a 40 km/hora por el asfalto frente a otra en la que el motor es la fuerza generada por sus músculos y su resistencia. La impaciencia es la reina de los chavales que no saben pararse en un semáforo a pensar sin más. Los adolescentes echan mano al bolsillo y teclean algo en su «navaja suiza» (el celular), sonríen si hay mensajes en la bandeja de entrada, un video gracioso o un meme, o si cuentan un «me gusta» –like– a su publicación en una red social. La publicación suele ser un selfie en un lugar turístico (Torre Eiffel o el Empire State building de fondo), un plato de comida en un restaurante de moda, etcétera. Esto que está pasando es una manía incurable, una maldición. Nadie va a salvarse de esta esclavitud si no es con fuerza de voluntad y disciplina.
En el interior del cuarto de baño de una casa en Italia, una niña de 10 años es encontrada muerta por asfixia con el cinturón de su albornoz atado al cuello. Al parecer seguía un reto que se había puesto de moda en Tik Tok. En esta red los adolescentes suben vídeos cortos de bailes, ritos y desafíos. La niña italiana trataba de superar el blackout challenge consistente en aguantar la respiración sin asfixiarse provocándose el ahogamiento uno mismo. El desafío lo gana quien permanece más tiempo sin respirar. Antonella Sicomero no superó la prueba. Perdió la vida sin darse cuenta. El país entero se conmocionó con la noticia y el organismo oficial competente actuó de inmediato bloqueando la red social china. Cualquier menor de 13 años puede tener una cuenta en Tik Tok; es decir, cualquier persona de la edad que sea –ya que no hay garantías de comprobación de la edad de los usuarios que entran a la red– puede grabar un video, subirlo a la plataforma y compartirlo con todo el mundo. Claro está, que ahora los niños visitan el río digital cada vez más pronto, sin madurez ni criterio. La protección de los menores es cosa de todos, cosa nuestra, pero también es asunto de las plataformas digitales. Estas deben ofrecer garantías fiables de la edad mínima exigible para participar en ellas, denegando la entrada a los niños, por ejemplo.
Como escribe en el Corriere della Sera Daniele Manca: «Necesitamos una combinación de dos estrategias para abordar seriamente el mundo digital: la búsqueda de nuevas normas (que no serán un proceso corto o fácil) debe ir acompañada de un esfuerzo renovado en materia de educación» («Morire a 10 anni per Tik Tok: una strategia di difesa c’è«, 23.1.20121) (2)
Que nadie crea que los niños nacen educados. Que nadie piense que los niños más libres son aquellos que desconocen las normas. Los muchachos no se educan solos. Hay que educarlos. Uno tiene que entender muy mal las cosas para no querer educar a los chavales para la vida adulta. Y no me refiero a marcar el paso ni a decirles qué deben hacer, sino a protegerles, cuidarles y dejarles dudas y preguntas sin resolver.
(1) «Morir a los 10 años: hay una estrategia de defensa».
(2)«È necessaria invece la combinazione di due strategie per affrontare seriamente il mondo digitale: alla ricerca di nuove regole (che non sarà un processo né breve né facile) va affiancato un rinnovato sforzo di educazione».