En los días anteriores al inicio de la recién inaugurada 74ª Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York mucho se especulaba acerca de la incertidumbre que causaría la presencia simultánea de dos delegaciones venezolanas en plena confrontación.
Como es sabido, el gobierno (e) de Guaidó es reconocido por 55 países, siendo que la ONU cuenta con 193 miembros. De los 138 restantes la mayoría –lamentablemente– continúa reconociendo a Maduro como jefe del Estado o no fija posición. Por tal razón, la representación “oficial” de nuestro país la ejerce el embajador chavista Samuel Moncada, que será quien ocupe el asiento ubicado detrás del nombre de Venezuela. Distinto el caso en la OEA, que –por mayoría– reconoce a Gustavo Tarre Briceño, designado por Guaidó.
La consecuencia de lo anterior es que en los órganos institucionales de la organización mundial la representación democrática de Venezuela no está acreditada ni puede hacer uso de la palabra. Ese tema se ha resuelto acreditando a los enviados de Guaidó como miembros de las delegaciones de países amigos (Honduras, Brasil, etc.). Tal cosa no es nueva y ya se hizo hace algunos años, cuando Panamá acreditó a María Corina Machado (lo cual le costó a ella su destitución como diputada) y también cuando en una Cumbre Latinoamericana Maduro acreditó a un militante independentista de Puerto Rico, a quien en su momento –y sin previo aviso al anfitrión– cedió la palabra para que ese señor pronunciara un encendido discurso “anticolonialista”.
La realidad política nos ha venido enseñando que una cosa es la representación formal revestida del recomendable ceremonial diplomático propio de los profesionales de la materia y otra cosa es la incidencia e influencia que puedan ejercer otros personeros desprovistos de los formalismos de estilo, pero que tienen a su disposición las relaciones, el escenario y la fuerza política que les permite hacer llegar su mensaje de manera efectiva. Eso es lo que ocurrió esta semana en Nueva York con la delegación de Guaidó.
Quienes no estuvieron formalmente habilitados para sentarse detrás del sillón de Venezuela sí tuvieron el poder de convocatoria suficiente para reunir a los cancilleres del TIAR, al Grupo de Lima, al Grupo de Contacto y –para rematar– al propio presidente Donald Trump; su secretario de Estado, Mike Pompeo; y los secretarios (ministros) de Comercio y del Tesoro (Wilbur Ross y Steven Mnuchin), además de varios mandatarios latinoamericanos en una tenida de casi una hora dedicada exclusivamente al tema de Venezuela, su tragedia actual y las perspectivas de restitución democrática. ¿Será que esto no tiene relevancia a la hora de formarse criterio acerca de cuál delegación venezolana triunfó y cuál fracasó en la Gran Manzana? A lo anterior agréguese la cobertura mediática y saque usted su conclusión.
Quienes hemos participado en estas lides sabemos bien que nada de esto se logra sino a través de muchos, largos, denodados y bien organizados esfuerzos. Así, pues, los venezolanos tenemos que reconocer que ya los equipos designados por Guaidó han venido obteniendo logros importantes, lo cual a su vez demuestra que aun sin contar con medios materiales, con la escasa experiencia diplomática de muchos de sus integrantes y algún asesoramiento de los “veteranos”, ellos han venido articulándose con unidad de propósito y mística colectiva para ir acercándose al momento del cambio esperado y necesario. Así las cosas, parece ya irremisible –y ojalá cercano– el momento de iniciar el camino de la recuperación.
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