OPINIÓN

¿Nuestros enviados diplomáticos se dan la gran vida?

por Adolfo P. Salgueiro Adolfo P. Salgueiro

Anteayer, jueves 27 de agosto, se llevó a cabo la comparecencia –virtual– del comisionado para las Relaciones Exteriores (canciller) del gobierno (e), Julio Borges, ante la Comisión de Política Exterior de la Asamblea Nacional  presidida actualmente por el diputado Armando Armas. El objeto del evento era el muy democrático –y casi abandonado– acto de rendición de cuentas e informe de una rama del Poder Ejecutivo ante el Poder Legislativo. Parece mentira que un acto normal propio de un “Estado de Derecho”  sea comentado como una rareza más de las que constituyen el día a día de la vida “institucional” en un “Estado forajido”.

Gracias a los recursos de la tecnología el canciller Borges pudo estar acompañado de un número muy significativo de los embajadores designados por la Asamblea Nacional y también de algunos  invitados, entre ellos el suscrito. Terminado el informe siguió una rueda de prensa en la que periodistas formularon interesantes preguntas en cuanto al quehacer internacional y también hubo intentos de algunos de incursionar en temas ajenos al objeto de la convocatoria, los cuales Julio hábilmente esquivó (volteretas de Capriles, etc.).

Lo que nos motiva hoy a abordar este tema son las preguntas y comentarios que casi a diario oímos y recibimos de nuestros connacionales que –a veces con razón– se preguntan “con qué se come eso” de los embajadores de Guaidó, qué hacen, qué logran y cómo “aprovechan la buena vida” que tales designaciones  les proporcionan. Tal percepción –nos consta– es completamente errada y del inventario de actividades reseñadas más bien surge un sentimiento de admiración por lo mucho que se va logrando con los escasos –o nulos– recursos materiales de los que se disponen.

Se ha logrado el reconocimiento –en distinto grado– de alrededor de sesenta países –todos ellos democráticos– de Guaidó como presidente (e), lo cual significa que sus representantes han sido recibidos y aceptados como tales en unos casos como enviados y en otros menos como embajadores plenipotenciarios investidos de todos los atributos señalados por la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961 que rige la materia. En nuestro continente americano una mayoría determinante de gobiernos participan de ese criterio a excepción de México, Argentina (que ya está en un ni sí ni no), Nicaragua y algunos de los eternos tarifados caribeños cuya población total acumulada no supera la de Petare. Ocupamos el sillón de Venezuela en la OEA y en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), somos interlocutores válidos en materia de ayuda humanitaria pese a los mil obstáculos que pone la usurpación, hemos tenido éxito en la protección de los activos internacionales de Citgo, Pdvsa, Monómeros, Banco Central  y para guinda  de la torta el presidente Guaidó ha sido recibido como jefe del Estado con ovación de pie durante la sesión conjunta de ambas cámaras del Congreso de Estados Unidos con ocasión del mensaje anual “Estado de la Unión” pronunciado por el presidente Trump el pasado 4 de febrero.

Además, la acción en Europa ha sido diligente y fructífera habiéndose obtenido importantes apoyos y declaraciones del Europarlamento y otras instancias de la Unión Europea ante la cual se han explicado y evidenciado los excesos que a diario realiza la usurpación en lo institucional, económico, social, derechos humanos, etc. Agréguese a lo anterior la acción dentro del Grupo de Lima y del Grupo de Contacto dedicados a promover zonas de encuentro, mientras la usurpación intenta y consigue prorrogar día a día el sufrimiento del pueblo apelando al cuento de las sanciones, etc.

Los logros anteriores ya son importantes, pero más lo son si tenemos en cuenta que todos ellos han sido alcanzados sin disponer de recurso alguno que no sea el ingenio, esfuerzo y voluntad de todos esos conciudadanos a quienes más que un “cambur” se les ungió con la carga de servir a la patria aun cuando ello pueda lucir como frase hecha.

Por haber sido profesor de un buen número de nuestros “embajadores”, por lazos de amistad con ellos y en casos con sus familias, hemos tenido y seguimos teniendo la oportunidad de orientar a varios en el ejercicio de sus tareas aconsejándolos en las materias en las que puede faltarles conocimiento y experiencia. Sabemos de las angustias que se viven enfrentando importantes retos atendiéndolos en casi todos los casos con sus propios ahorros y recursos.  Sabemos de las tensiones que ellos viven especialmente en los países de mayor acogida de connacionales en estado de carencia y vulnerabilidad. Sabemos de las peripecias vividas para asegurar, en lo posible, alguna ayuda alimentaria a miles que lo requieren, sabemos de la lucha contra la xenofobia que en algunos lugares se ha desatado con distintos grados de violencia, etc. etc.

Es por todo lo anterior y mucho más que ya aquí no cabe, que fluyen estas líneas cuyo único propósito no es el del panegírico sino el de aclaratoria para aquellos compatriotas que creen o dicen que nuestros diplomáticos solo se están dando la buena vida.