“To love oneself is the beginning of a lifelong romance“[1] (Oscar Wilde)
Como diría Pérez Reverte, a veces te dan el trabajo hecho. El pasado lunes, 9 de noviembre, Jair Messias Bolsonaro pronunció un discurso en el Palacio de Planalto en el que dijo aquello de que nos íbamos a morir todos – lo cual es una obviedad- pensé que me ponía en bandeja el tema de mi columna. Llama la atención que el presidente de un país como Brasil diga esto al dirigirse a una audiencia a la que pretende convencer de la necesidad de incentivar el turismo a la vez de querer restarle importancia a la pandemia. Es verdad que recordarnos que somos mortales es algo de agradecer, mas no precisamente en estas circunstancias de contagio viral, no cuando uno representa a un país al que debe proteger, y menos aún si tu país ocupa el segundo lugar del mundo en el número de víctimas mortales a causa de la covid-19. (El mayor número de fallecidos por coronavirus está registrado en Estados Unidos).
El presidente brasileño es conocido por su actitud negacionista frente al virus. Bolsonaro se deja ver en eventos políticos multitudinarios sin mascarilla, acercándose a la gente sin guardar la distancia mínima de seguridad recomendada hoy por la Organización Mundial de la Salud, y quién sabe si sus manos se han bañado alguna vez en gel hidroalcohólico. Con todo, y al igual que el expresidente norteamericano de cuyo nombre no querría acordarme, ha sufrido también el zarpazo de la enfermedad contagiosa para la que todavía seguimos esperando una vacuna.
Es cierto que la frase más demoledora del discurso del presidente brasileño constituye solo una parte mínima del texto más amplio, pero resulta difícil interpretarla de manera positiva: «tem que deixar de ser um país de maricas» (El Nacional, 10.11.2020. Bolsonaro sobre el covid-19 en Brasil: “Tienen que dejar de ser un país de maricas”). Claro que ahora que lo pienso más despacio, si hubiera querido ofender a los maricas, Bolsonaro podría haber sido mucho más explícito y decir: «Tienen que dejar de ser un país de jotos, patos, trolos, bichas, maricones, nenazas, invertidos«. Sin embargo, no lo dice. Tal vez haya querido decir otra cosa, ¿quién sabe?
En un país postrado ante la belleza del cuerpo, tanto masculino como femenino, sorprendería el desprecio a los seguidores de Urano, y más aún, el desprecio a la salud y la vida.
[1] «El amor a uno mismo es el comienzo de un romance vitalicio» (OSCAR WILDE)