Foto Prensa Presidencial

Las cámaras de Venezolana de Televisión -el canal de todos los venezolanos, faltaría menos- sintonizaron en directo desde el Palacio de Miraflores donde se “generaba información de interés”. Por suerte, en la casa del Ejecutivo la generación eléctrica funciona sin fallas y permitió ver a Nicolás Maduro, vestido de punta en blanco, recibir a un grupo de apóstoles de la Iglesia Cristiana Evangélica, beneficiados todos con el “bono del buen pastor” que desde marzo pasado el gobierno entrega a 20.000 pastores.

Acompañaban a Maduro la primera combatiente, su esposa Cilia Flores, y “el pastor Nico”, su hijo Nicolás Ernesto Maduro Guerra, correa de transmisión del socialismo del siglo XXI con parroquias, iglesias, capillas y santuarios.

Hay que advertir a tiempo, antes de que las ideas extraviadas empiecen a circular, que no se trataba de un acto político, negado por supuesto por los presentes, aunque el presidente se encuentre en una campaña electoral con el santo de espaldas. La asistencia, poca y escogida, unas veinte o treinta  personas. Eso sí, imbuidas por sus gestos y rostros compungidos del motivo de la convocatoria: “Acto cristiano de arrepentimiento nacional y de ‘entronamiento’ (sic) de Jesucristo en Venezuela”.

La ceremonia ocurrió el sábado en la noche, casi en simultáneo con la última redada de las fuerzas de seguridad: dos dirigentes políticos opositores y un periodista fueron literalmente secuestrados en La Guaira como parte de la nada piadosa campaña de persecución y represión. Se suman a los más de 270 presos políticos que el gobierno mantiene en las cárceles.

Del despacho uno del Palacio, donde a Maduro le fue impuesto «un manto sagrado de autoridad y gobierno» y se rezó una oración por los tiempos venideros -la voz en off recordaba la fecha de las fechas: 28 de julio-, la comitiva pasó al Salón Boyacá en el que tras unas piezas histriónicas y cantos para la ocasión, Maduro cantó una estrofa de una canción de Alí Primera y confesó que en sus peregrinaciones por el país -ya no son actos de campaña- veía más allá y, casi profeta, auguró que Venezuela “iba a asombrar al mundo”.

Al final, para darle alguna formalidad al servicio religioso, Nicolás leyó ante sus apóstoles extasiados la siguiente declaración: “Desde el Palacio de Miraflores, voluntariamente, entregó mi nación a Cristo para que sea el dueño absoluto de esta patria bendita”. Una entrega -una más- que excede las competencias de quien ocupe el Palacio de Miraflores.

El acto de arrepentimiento por los “pecados de la nación” -cuando son de todos, son más llevaderos- no impidió que horas después circulara información extraoficial según la cual los detenidos en La Guaira por asistir a actos del candidato opositor Edmundo González serían acusados de incitación al odio con presumible medida privativa de la libertad.

 


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