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Negociaciones y acuerdos

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Dos propuestas de transición se enfrentan en el actual proceso electoral venezolano: la encabezada por la oposición democrática que plantea la recuperación de la democracia y, su consecuencia: la transición y la consolidación de la democracia (cuestión que no es lo mismo) y la propuesta hecha por el régimen, que en un principio asumió la forma de democracia iliberal con Chávez, que Maduro la trastocó en dictadura y que en caso de perder las elecciones el 28 de julio, como todas las encuestas lo evidencian, pudiera transformarse en un régimen de mayor rigor autoritario y represivo si cometieran el despropósito de interrumpir la dinámica política y social generada en la que las mayorías se conducen política y electoralmente hacia un cambio de régimen.

Y al igual que con el tema de la transición ocurre lo mismo con el tema de la “negociación y los acuerdos” que han sido protagonistas en un largo proceso que trasciende los “acuerdos” de Barbados.

Ambos temas, me refiero a las negociaciones y su eventual materialización en acuerdos y pactos, se han desarrollado en medio de la mayor incertidumbre política, que es artificialmente producida por los voceros más conspicuos del régimen (ya saben: “por las buenas o por las malas…”) y aún así hoy se sigue hablando de que están en pleno desarrollo negociaciones y acuerdos que se gestan subterráneamente.

Estas negociaciones se realizan con el régimen y que se traducirían en acuerdos para una salida del régimen con el menor costo posible. Es, según comentaristas políticos y de la política, un proceso negociador que se mantiene abierto. Los actores más importantes son, en este caso, las fuerzas opositoras, el gobierno norteamericano y el régimen, personalizado en sus voceros más importantes: Maduro y su esposa, los hermanos Rodríguez y Padrino López.

¿Y Diosdado Cabello? Los que dicen saber todo lo que está pasando hablan de que este quedaría fuera de los acuerdos en los que se está negociando “la impunidad” de los altos jefes del régimen bajo la consigna y los negociantes opositores tratan de tranquilizar a los más radicales con: “hay que tragar sapos si queremos salir de Maduro”.

Todo este proceso se hace con la advertencia previa de que “el actor régimen” no es un actor que genera confianza, pues ya ha demostrado su capacidad para obviar los acuerdos que ha firmado sustrayéndose del cumplimiento de los mismos.

Pero, ojo, no hay una sola negociación que pueda traducirse, por un lado, en un acuerdo político poselectoral como el que proponía, semanas atrás, Gustavo Petro y Lula que se articulaba en torno a la gobernabilidad del gobierno que emergiera de las elecciones, del próximo 28 de julio, sin producir persecuciones y represión a los derrotados en dicho proceso electoral y que garantizara un margen importante de seguridad para los jefes del régimen

Hay otros procesos de negociación o debería haberlos, no menos importantes, dirían incluso, que son los más importantes. Estos se desarrollan o deberían desarrollarse en el seno mismo de las fuerzas opositoras.

Así, dentro de la oposición misma, se desarrollan o deberían producirse acciones para estructurar  grandes acuerdos, que se traducirían en pactos, electoral y de gobierno y al mismo tiempo trabajar en la estructuración de “un nuevo pacto social” que trascienda las organizaciones partidistas y que se amplíe a los nuevos actores que han emergido con la crisis, cuyo resultado ha sido la recomposición de la estructura social venezolana con cambios significativos, por ejemplo, solo para hacer una revisión superficial: los sectores medios han sufrido una pauperización creciente y fue el primer sector que inició el proceso de la llamada diáspora venezolana, la clase trabajadora, digamos que clásica, se ha informalizado y el empresariado se convirtió en el sujeto central del ataque del régimen chavista, especialmente en los tiempos de Chávez, y fueron expropiados de sus tierras, de sus negocios, otros se arruinaron y otros salieron del país.

El resultado es la constitución de una nueva estructura social compleja y abigarrada donde aparecen nuevos grupos dominantes y nuevos empresarios. Algunos de ellos han logrado una significativa acumulación de capital por la vía bastarda por su estrecha relación con el poder dictatorial y forman parte del “bloque en el poder” autoritario.

De esta manera, un nuevo pacto social en las condiciones actuales es prioritario pero su constitución es compleja, en primer lugar, porque el régimen destruyó la trama institucional que monopolizaba los intereses de los sectores más significativos: trabajadores, empresarios y clases medias (organizaciones sindicales, empresariales y colegios profesionales y gremiales), lo cual hace más difícil una negociación para los nuevos compromisos, pues cada sector aspirará a ser el centro articulador de los mismos y  habrá que responder sabiamente la pregunta: sobre qué  sector recaerá el peso de la enorme crisis que el chavismo deja de herencia.

Por otra parte, la oposición triunfante deberá diseñar el papel que tendrá la FAN en el proceso de transición democrática, especialmente, dado el enorme proceso de ideologización y desinstitucionalización a la que ha sido sometida durante más de 20 años. De allí, la necesidad de negociar con los viejos sectores de las FAN que mantuvieron la dictadura durante todo este tiempo para que estos sean desplazados del poder dentro de la institución armada sin crear un cisma de la institución armada.

De allí que la nueva gobernabilidad nos será fácil, no será tranquila ni ordenada y los sectores que acompañen el tránsito a la democracia deben tener paciencia y entender que lo peor que nos ha pasado como país ha sido vivir bajo el gobierno de Chávez y Maduro.

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