“Y aunque no me quisieras te querría» (Federico García Lorca)
Ya pasó el 8 de marzo de 2021, Día Internacional de la Mujer. Este año cayó en lunes. Hoy no es 8 de marzo y, con todo, escribo sobre la mujer. Es posible que usted y yo, querido lector, coincidamos en la idea de que uno no tendría que dedicar un día del año para celebrar a la mujer. A la mujer hay que celebrarla todos los días y todas las noches a cualquier hora. La mujer –the woman– es el animal más sensible, más hermoso y más ambiguo que existe en nuestro mundo. La elección del día 8 de marzo como la efeméride del Día Internacional de la Mujer se debe a una decisión tomada por la ONU el 8 de marzo de 1975. Lo explica bien Begoña Villarrubia en su artículo «8M | Día Internacional de la Mujer: Por qué se celebra el 8 de marzo en todo el mundo» (Mundo Deportivo, 9.03.2021). El día 25 de marzo del año 1911 hubo un incendio en una fábrica de camisas en Nueva York en el que murieron más de un centenar de mujeres al no poder salir del local por culpa de una medida de cierre de seguridad para evitar posibles robos. Muchos años antes del terrible suceso, el 8 de marzo de 1857, se manifestaban varios miles de trabajadoras textiles en las calles neoyorquinas reclamando mejores condiciones laborales.
Estos días he recordado el caso de una mujer leonesa que fue víctima de acoso sexual en su ciudad natal de Ponferrada (León, España). Siendo concejal del ayuntamiento, Nevenka Fernández formó parte del equipo de quien más adelante sería su acosador, el propio alcalde Ismael Álvarez. Sucedía durante los años 1999 y 2000 y ella se atrevió a denunciar públicamente lo que estaba ocurriendo mediante una rueda de prensa en el año 2001. El alcalde fue encontrado culpable y tuvo que dimitir del cargo. Ella, Nevenka, se fue de España. Buscó el exilio en Irlanda para dejar de sufrir. Según parece ha logrado rehacer su vida allí.
La relación entre hombres y mujeres no es fácil. Nunca ha sido fácil porque no nos parecemos en casi nada. No somos iguales. La mujer quiere una cosa y el hombre, otra. Hablamos un lenguaje diferente: ellas son sutiles, avanzadas, curvas; mientras que nosotros somos simples, lentos y torpes. Aunque cueste reconocerlo, cuando uno habla con una mujer –mulier, mulieris- no puede evitar la sensación de que ella lleva ventaja, de que sabe lo que dice e intuye lo que uno va a decir inmediatamente después. Y si me apura un poco, creo que ella sabe qué está pensando cada uno de los hombres con los que trata. Algo de brujería debe de haber («Eu non creo nas meigas, mais habelas, hainas»)*.
Y con toda la gracia y el encanto femenino que poseen todavía hay hombres incapaces de respetar la belleza. La mujer encierra el secreto de la vida, es capaz de engendrar a otro hombre, a otra mujer. Ella, la mujer –femme-, vive más, sabe más.
El hombre admira la belleza femenina. No hay que olvidar tampoco que si los hombres no supiéramos verla, la mujer sería algo hermoso pero ignorado. Claro que el hecho de que una fémina resulte atractiva, incluso sexy, no da derecho a nadie a faltar al mínimo pudor exigible en el sexo. Falta educación. Y nos hace falta una buena educación sexual, sobre todo a los hombres. Desgraciadamente, como apuntaba el pasado 8 de marzo la actriz española Sara Sálamo en una red social: «Tengo miedo de volver a casa sola según la hora que sea«, «he sufrido y sufro acoso en la calle«, «he sufrido y sufro acoso en el trabajo«, «he molestado y molesto a otros por tener argumentos y opinión propia«. El hombre debe aprender a respetar a la mujer. Los hombres tenemos que aceptar la diferencia.
*»Yo no creo en las brujas; pero haberlas, las hay»(Refrán popular gallego)
@eugenio_fouz