OPINIÓN

Migración y reciprocidad

por José Rafael Rivero José Rafael Rivero

“Ubi bene, ibi patria” Cicerón

 Los flujos migratorios no son un fenómeno reciente ni propio de las sociedades contemporáneas. Desde los albores de la civilización, las personas se han desplazado buscando mejores condiciones de vida. La necesidad de sobrevivir, escapar de conflictos o encontrar oportunidades económicas ha impulsado estas migraciones, que, lejos de ser esporádicas, son una constante histórica. En muchos casos, estas travesías representan viajes sin retorno, que terminan por transformar no solo las vidas de quienes migran, sino también el tejido social de los países que los acogen.

A principios del siglo XX, América del Sur fue el destino de numerosos europeos que huían de las guerras y las crisis que sacudían su continente. Uno de los relatos más ilustrativos de este proceso migratorio lo encontramos en el libro Fugados en velero de Gonzalo Morales. En esta obra, se narra la travesía de La Elvira, una goleta adquirida por Ramón Redondo, que en 1949 llevó a 160 inmigrantes españoles desde Fuerteventura hasta Venezuela. Este viaje, que duró más de 30 días, fue una odisea de sacrificio y esperanza. Los inmigrantes, hacinados en la embarcación, soportaron penurias inimaginables en su afán por hallar un futuro mejor.

La llegada de esos inmigrantes a Venezuela no fue siempre fácil. Una nota de prensa de la Agencia Comercial de Venezuela del 26 de mayo de 1949 documenta la detención de 106 inmigrantes ilegales canarios, quienes huían de la represión franquista y de la pobreza extrema. Sin embargo, para muchos otros, Venezuela se convirtió en un verdadero hogar, un país donde pudieron reconstruir sus vidas y contribuir al desarrollo de la nación.

Durante la primera mitad del siglo XX, la prosperidad de Venezuela, basada en la explotación de sus vastas reservas petrolíferas, atrajo a miles de europeos. La Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial devastaron Europa, y Venezuela, con su economía en crecimiento, ofrecía una promesa de estabilidad y oportunidades. Fue así como nuestro país se convirtió en un refugio para quienes huían del hambre y la guerra.

La académica María José Fernández Morales, en su tesis La emigración española a Venezuela, analiza cómo la migración española entre 1850 y 1960 contribuyó al desarrollo económico y social del país. Desde los primeros intentos de explotación petrolera por parte de concesionarios españoles y norteamericanos, hasta la llegada de miles de trabajadores y empresarios europeos, Venezuela fue un ejemplo de una patria de puertas abiertas.

Pero esta historia no es exclusiva de Venezuela. En el ámbito global, los flujos migratorios han modelado las sociedades modernas. España, por ejemplo, ha experimentado su propia transformación en las últimas décadas. Los movimientos transnacionales de personas en el contexto de la globalización han cambiado profundamente la composición demográfica del país. Desde finales del siglo XX, España pasó de ser un país emisor de emigrantes a convertirse en un destino importante para la migración. En 2011, la población de origen extranjero alcanzó su punto máximo con 5,7 millones de personas, y aunque esa cifra ha disminuido, actualmente más del 11% de la población española sigue siendo de origen extranjero, lo que refleja un alto nivel de multiculturalidad.

A pesar del aumento coyuntural de la emigración española durante los años más duros de la crisis económica reciente, los flujos de entrada siguen siendo predominantes. Esto ha planteado desafíos y oportunidades, ya que España, como muchos otros países, ha tenido que adaptarse a la creciente diversidad de su población.

Venezuela, durante gran parte del siglo XX, fue un país que acogió a inmigrantes con los brazos abiertos. En sus calles prosperaron los sueños de miles de europeos que, con esfuerzo y trabajo, se integraron en nuestra sociedad.

Hoy, sin embargo, el papel de Venezuela en la historia migratoria ha dado un giro drástico. La diáspora venezolana es una de las más grandes del mundo contemporáneo. Más de 8 millones de compatriotas han dejado el país en busca de un futuro diferente, empujados por la crisis política, económica y social. Esta salida masiva de venezolanos no solo es una tragedia personal para quienes parten, sino también un desafío para las naciones que los reciben, quienes ahora deben ejercer la misma reciprocidad que Venezuela ofreció en el pasado.

La migración no es un fenómeno coyuntural; es una constante en la evolución de los pueblos. Venezuela fue un refugio para muchos, y hoy, sus hijos buscan en otras tierras la esperanza que antes ofrecíamos. Pero en este ciclo de migraciones, la verdadera grandeza de una nación se mide no solo por su capacidad de acoger a quienes llegan, sino por la resiliencia y el esfuerzo de quienes parten para empezar de nuevo.

Venezuela, en su diáspora, sigue siendo un país vivo, latente en los corazones de millones que ahora llaman a otros lugares hogar. Y en esa dispersión está también la promesa de un regreso, de un futuro compartido en el que las fronteras sólo sean puentes hacia una sociedad más justa y solidaria, donde la reciprocidad no sea palabra, sino una realidad palpable.

IG: @joserafaelriverotv