OPINIÓN

Mi mirada a la era Gorbachov

por Ricardo Combellas Ricardo Combellas

No soy experto en Rusia, no la conozco personalmente, aunque he indagado en el enigma del “alma rusa”, leído sus grandes escritores  e inquirido en su indiscutible rol en la historia de la humanidad, en ese puente complejo que significa pertenecer al mismo tiempo a Oriente y a Occidente, como si se tratara de Jano, el Dios romano, bifronte y difícil de descifrar. El caso de Gorbachov, y los cambios que queriéndolo o no contribuyó a impulsar, es pues revelador de la complejidad de Rusia y la antigua Unión Soviética que como nadie Gorbachov determinó su extinción. Vaya esta mirada, mi particular mirada al personaje, tal como lo vislumbré en los asombrosos años de su protagonismo  indiscutible.

Lo primero que me llamó la atención fue la sorpresa causada cuando anunció los radicales cambios identificados por la perestroika y el glasnost. Muy pocos creían lo que veían, la mayoría, incluso altos dirigentes del mundo, dudaba y hasta negaba con asombro lo que en la Unión Soviética estaba sucediendo. Los hechos son tercos, y los hechos de Gorbachov comenzaron a mostrarnos la realidad de los cambios que llevaba adelante. Como politólogo me preguntaba dónde estaban los especialistas en el mundo soviético, incorporados a los grandes centros de investigación de Estados Unidos y Europa, incapaces de prever lo que pasaba. La ciencia política puede ayudarnos, pero solo cuando acertamos a determinar rigurosamente las condiciones del cambio político, y esas condiciones se nos escapaban, pues nuestra cosmovisión occidental nos dificulta entender el ser ruso, el alma rusa, la historia rusa. Recuerdo a una profesora de historia que sabiamente en esos día me dio una luz  para orientarme. Nunca olvide, profesor Combellas, que Rusia no ha conocido el liberalismo, pues pasó sin solución de continuidad del autoritarismo medieval de los zares al totalitarismo marxista de los bolcheviques. Estado de Derecho, imperio de la ley, división de poderes, derechos humanos, constituyen categorías conceptuales de las cuales carece la experiencia rusa.

El concepto de implosión, un interesante concepto para entender los conflictos internos y su desenvolvimiento y consecuencias en los regímenes autoritarios, se consideraba inútil para entender la nueva realidad de los Estados totalitarios, sea el totalitarismo fascista o el comunista. El eminente politólogo Juan Linz sostenía que el cambio de régimen de los Estados totalitarios solo podría provenir del exterior, nunca desde su interior. Pues bien, otra revelación de la era Gorbachov, el cambio provino desde dentro, dirigido nada menos que por un dirigente formado en la exclusiva élite de la nomenklatura, secretario general de la máxima instancia delo poder soviético, el Partido Comunista.

En los años sesenta y setenta se escribió mucho sobre la llamadas tesis de la convergencia, es decir la posibilidad de converger los sistemas capitalistas y socialistas a un centro común que superará los excesos  de ambos sistemas y adoptará lo mejor de cada uno. En realidad se trataban dichas tesis sobre todo de un deseo que superara la Guerra Fría y el temor de una conflagración nuclear.  Pues la verdad, no sé si se trató de una reflexión de Gorbachov o no, es que su práctica revelaba buscar ese punto medio para la nueva Rusia, lo que llamó el Estado socialista de Derecho, que conservara los beneficios sociales, así fueran modestos, del pueblo ruso, y no cayera en las garras del individualismo capitalista.

Al cabo de unos pocos turbulentos años Gorbachov perdió el poder, y la atribulada Rusia se enrumbó por otros senderos que no cabe comentar aquí. Las ejecutorias de nuestro  hombre son  objeto de debate, algunas veces demasiado apasionado. Yo en todo caso apreciaría en grande tres cosas, se las haya propuesto deliberadamente o no Gorbachov: en primer lugar, sus cambios fueron pacíficos; no hubo el derramamiento de sangre y la violencia política que ha acompañado buena parte de la historia de ese gran país; en segundo lugar, quiérase o no, se abrió un camino hacia la democracia y la libertad, dentro de la órbita occidental, a los países europeos antes encadenados a la órbita soviética; y en tercer lugar, el glasnost reveló que a los seres humanos, al respetarse su dignidad y sus derechos, desarrollan una infinita capacidad en torno a lo que es capaz de alcanzar el ser humano, siendo que el talento del pueblo ruso bajo Gorbachov lo aprovechó y disfrutó dolorosamente por un corto tiempo, tiempo al  que las mentes libertarias apuestan por regresar.