Cuando uno es un anciano en etapa terminal, sobre todo nosotros los hombres, agarramos manías casi todas muy fastidiosas. Por ejemplo, nos levantamos muy temprano, generalmente para nada a excepción de hacer mucho ruido en la cocina intentando preparar un café y despertando con el escándalo a la gente normal que se levanta en un horario decente. Incluso, existen viejos quienes como yo encendemos la radio en busca de noticias porque a eso estábamos acostumbrados. Teníamos un país en donde los periódicos y las revistas salían impresos (¿se acuerdan?). ¡Qué tiempos aquellos! Los viejecillos nos levantábamos e íbamos al kiosco de la esquina y regresábamos con un pocotón de periódicos, revistas de crucigramas y la Gaceta Hípica para estudiar las carreras de caballos.
Ahora, en esta tristeza en la que se ha convertido el país, por culpa de los comunistas fastidiosos y destructores que nos gobiernan y quienes han acabado con toda vaina, a los abuelos nos toca quedarnos en casa jodiéndoles la vida a todos desde el amanecer.
Tengo un amigo viejito, contemporáneo conmigo, llamado Newman Viloria, quien el otro día me dijo:
—Claudio, ¿por qué será que a esta edad cuando uno se para o se sienta, aunque no te duela nada, tienes que decir: Ahhkkk…?
Me quedé pensando la profunda reflexión de mi anciano amigo y creo que eso también ocurre por el maravilloso placer de emitir ruidos inútiles que preocupan a quienes los escuchan.
Otra vaina, a esta longeva edad, es hacerse el sordo para hacer enojar a quienes te hablan. Además, si tienes la mala suerte de no ser viudo y seguir casado con la misma, nunca te regañarán porque creen que diciéndote algo están perdiendo el tiempo porque no vas a escuchar. Eso de hacerse el sordo tiene una ventaja adicional y es que como la gente cree que tú no escuchas, hablan confiados delante de ti y te enteras de chismes increíbles.
Tengo 81 años y mi esposa 80. ¡Ella sí que escucha perfectamente y habla hasta por los codos! Jura que estoy casi sordo, lo cual me permite conocer todos los vaivenes que ocurren dentro y fuera de la familia.
Sin embargo, lo que más me gusta es que todos piensan que mi vida sexual murió hace años y eso me da otra ventaja, pues mi esposa no tiene reparo en dejarme salir con “mis amigas”. Ella siempre dice:
—¡Ay, pobrecito! Después de todo a él ya le queda poco y aquel se le murió hace aaañossss…
¡Claro que murió! Pero solo en mi casa. Al igual que Juan Carlos I, rey emérito de España, tengo una amiga con derecho. Mi amiga tiene 50 años menos que yo, la diferencia con Juan Carlos es que yo estoy mamando y loco.
Mi amiga, de su difunto marido quien por cierto era muy buen amigo mío, heredó una fortuna respetable que a veces comparte conmigo comiendo y libando licor en los mejores restaurantes de la ciudad.
Casi siempre nos vemos al mediodía. Almorzamos y nos vamos para un hotel a pasar el resto de la tarde. Algunas horas después, ella me deja livianito a una cuadra de la casa y mi mujer, mis hijos y mis nietos, me reciben con aquel cariño.
—¡Mi amor, llegaste temprano! ¿Cómo te fue?… ¿Qué hiciste?…
Los miro con indiferencia y les digo:
—¿Que qué?… ¡Hablen más duro que no oigo nada!
A coro, todos me gritan:
—¿Que cómo pasaste la tarde?
—Ahhh… Ok. Ya oí. ¡Pero no me griten!… La pasé muy bien haciendo el amor.
Todos se ríen.
—Ja, ja, ja… pobrecito –dice mi esposa en voz baja creyendo que yo no escucho.
—¡De ilusiones también se vive! –grita con sorna, otro por allá.
Mi esposa, con lástima, haciéndoles señas a los demás de que yo estoy loco, replica:
—Mi amor, ¿quieres un cafecito?
—¿Que qué…? ¿Un pedacito de qué…?
—Nada, anda acuéstate que te ves cansado.
—Total, mis queridos lectores, que a esta respetable edad en la que me encuentro, considero que ahora es que faltan años para seguir disfrutando de mis manías de viejo en etapa terminal.
@claudionazoa
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