El día de mañana será definitorio no solo para el destino de Argentina, que tendrá elecciones presidenciales, sino también para el conjunto regional sumido en repentina –pero no sorpresiva– agitación. Uruguay también elegirá presidente mañana, pero dentro de un marco de opciones que –siendo discrepantes– no conducen al abismo.
Al votante argentino se le plantea la lamentable disyuntiva de votar por el malo o por el peor representados por Macri y por Alberto/Cristina Fernández, respectivamente.
En opinión de este columnista, Macri representa la frustración de un presidente bien intencionado que condujo una administración bastante exenta del flagelo de la corrupción, que accedió al cargo con la expectativa de inaugurar una nueva era en la política argentina que por primera vez se liberaría de la presencia del peronismo y del populismo como factores determinantes. En las elecciones de mitad de término (2017) recibió un apoyo sustancial de los votantes y parecía encaminarse a la concreción de su promesa electoral. No ocurrió así.
Los indispensables y dolorosos ajustes que requería la grave situación, herencia de los mismos que van a ganar mañana, resultaron en la entendible –aunque inevitable– frustración de amplios sectores, especialmente los populares. La gente no quiere entender que si los servicios públicos y demás bienes no se pagan lo que valen, pues desaparecen. Exactamente como está ocurriendo en nuestra Venezuela.
Cuando eso ocurre aparecen o reaparecen los dirigentes populistas –los mismos que causaron el desastre– presentándose como los que ofrecen las reivindicaciones que la gente anhela. Es difícil hacer entender que no puede haber mayor justicia distributiva si antes no se crea la riqueza a distribuir. Lo inmediato presiona y determina el voto. Las promesas de un futuro a plazo indeterminado no resuelven el hambre de hoy y así continúa el ciclo hasta que en la próxima elección sea la misma disyuntiva la que haya que afrontar. Algo está mal que la democracia no ha logrado resolver con lo que se va generando el creciente desencanto con ella que revelan casi todas las encuestas.
Adicionalmente, presenciamos la decepcionante realidad de constatar que la corrupción –así sea de grado superlativo– no se ubica entre los antivalores que debieran formar parte de la evaluación de la dirigencia. Los groseros casos ventilados en Argentina durante los doce años de los gobiernos de los Kirchner (Néstor y Cristina), tramitados en los tribunales con suficiente y escandalosa publicidad, no parecen ser consideración relevante para no devolver al poder a quienes así se comportaron. Otra vez el espejismo de la promesa populista se define como argumento principal en la decisión del votante, solo que en Argentina no hay cajas CLAP porque allá sí hay alimentos.
El panorama anterior debe ser tomado en cuenta por nosotros los venezolanos, que estamos a poco tiempo de presenciar un desenlace político a nuestra difícil situación. Las tensiones que vivimos se transforman en frustraciones y de allí aflora el escepticismo y la descalificación que al día de hoy se traduce en pérdida de confianza en el liderazgo opositor, produciendo fracturas en la unidad que es base de una estrategia ganadora.
Este columnista ciertamente percibe la existencia de factores cuyo compromiso con Venezuela es inferior a sus deseos de ventajas personales o grupales como es –entre otros– el caso de quienes siendo minúscula e ignorada minoría se han arrogado una representación que no tienen ni nadie les ha dado. Ello es reprochable, por lo cual debe ser denunciado y atendido con prontitud por quienes representan nuestra esperanza. Sin embargo, tomamos distancia de aquellos que en forma de generalización utilizan epítetos de alto calibre cuya primera consecuencia es la incipiente fractura en el movimiento opositor. Es muy fácil llamar traidor, vendido o cobarde a Guaidó & Cía desde el anonimato e impunidad de un tweet. Seguramente es más difícil tratar de reencauzar al país por la senda de la recuperación dentro del marco de tragedia en que nos encontramos.
Sin aspirar a ser profetas del desastre, desde aquí presentamos el cuadro que –desde nuestra personal perspectiva– transitará Venezuela: 1) Con sus más y sus menos, después de inútiles lesiones internas, la oposición asumirá el poder efectivo de la República. 2) A los pocos meses habrán disensos y tensiones entre los que conducen la nación. 3) Se planteará un importante descontento social con las medidas de sacrificio que se tomen (cualesquiera que sean). 4) Al final del ciclo aparecerán los mismos que hoy nos llevaron al precipicio presentándose como salvadores. 5) Ganarán la próxima elección. 6) Comenzará otra vez el ciclo. Ojalá nos equivoquemos.