Siempre se ha creído que padrino solo había uno, el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, un declarado «revolucionario bolivariano», administrador de las armas de la República y, se sospecha, de otras cositas.

Pues no, Maduro ha procedido a nombrar un padrino, y alguna madrina, por cada uno de los 23 estados y Caracas. Los bautizó como apóstoles y apóstolas, en su originalidad acostumbrada. Todos ocupan altos cargos ministeriales y ejecutivos en el gobierno o en las Fuerzas Armadas, como el propio ministro de la Defensa que se encargará del estado Barinas, donde nació el «comandante supremo». Padrino será dos veces padrino.

El objetivo es potenciar las regiones. Ayudar a resolver los problemas. Lo que no han podido hacer desde sus despachos ahora lo intentarán como alcabalas paralelas a gobernadores y alcaldes, muchos de ellos integrados al Partido Socialista Unido de Venezuela. ¿Podrán estos padrinos y madrinas poner agua donde sale aire, que se acaben los apagones y se surta de gasa y jeringas a los hospitales?

En verdad es una movida electoral. La campaña para unas elecciones aún sin fecha comenzó el 5 de febrero cuando Jorge Rodríguez convocó a la elaboración del cronograma electoral, al margen de lo pautado en el Acuerdo de Barbados con las fuerzas democráticas que promovieron y realizaron la primaria del 22 de octubre pasado.

Desechada esa vía, Rodríguez -jefe negociador del oficialismo, además de presidente de la Asamblea Nacional- miró hacia el rebaño de partidos intervenidos judicialmente o de viejas y nuevas querencias con el oficialismo para armar ese cronograma que ya estaría a punto de ser anunciado. Ninguno de los convidados a la fiesta de Rodríguez amenaza el poder del régimen instalado en Miraflores desde hace 25 años. Mal se pueden concebir en ese supuesto diálogo condiciones y garantías electorales para una participación en igualdad en los comicios presidenciales.

Al padrinazgo designado por Maduro se le asignará el trabajo electoral en cada región, adiós despacho ministerial y adiós solución real de los problemas que cotidianamente avinagran la vida de los venezolanos.

Estos hombres y mujeres van a buscar votos como sea y donde sea en ausencia de una estructura partidista arraigada y eficiente en cada estado del país. El referéndum sobre el Esequibo del 3 de diciembre dejó en clara evidencia el fracaso movilizador del oficialismo. La propia primaria opositora de octubre, organizada a la luz del día durante meses, expuso las carencias del régimen y sus líderes, tan hábiles para develar “conspiraciones” pero que ni siquiera olieron que una multitud concurriría a los comicios opositores y se convertiría en un reto para la permanencia del régimen.

Lo único rescatable de todo esto que promueven Maduro y Rodríguez es que la fecha electoral es ineludible. Lo incierto es si esa competencia electoral, al persistir en la inhabilitación de María Corina Machado, la candidata elegida por la oposición independiente de Miraflores, permitirá resolver el conflicto político venezolano y abra las puertas a la recuperación social, económica y humana del país.

La realización de elecciones libres, limpias y verificables es el verdadero desafío en Venezuela. Lo contrario es huir hacia adelante y profundizar el hartazgo y el dolor popular.


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