La última vez que vi y conversé con Francisco Herrera Luque fue durante un cocktail en la Embajada de España. Apreció con la mirada la hermosa mansión, la fijó luego en el bello, amplio y bien cuidado jardín y le dijo a Belén: «Yo creía que vivía en una quinta, pero viendo esta casa y el jardín entiendo que vivo en un rancho». Así era de franco, sarcástico y de humor, conmigo y con mi mujer. Después comencé a frecuentar la fundación que lleva su nombre y fui acostumbrándome a ver en ella primero a María Margarita, su viuda y después a Cristina Guzmán y a Alfredo Schael, quien presentaba y despedía con acertadas palabras los actos que allí se ofrecían. ¡Lo sigue haciendo!

Lentamente, me fui acercando a ellos y se fue intensificando una bella amistad que ancló la admiración que siempre tuve por Cristina y descubrió la que comencé a sentir por Alfredo Schael, el hijo privilegiado de aquel venezolano irrepetible que fue Guillermo J. Schael y protegido desde niño, por venezolanos de alta nombradía como Luis Teófilo Nuñez, fundador de El Universal y educadores como Diana Zuloaga y Rafael Vegas.

También me siento privilegiado por ser amigo suyo y de Cristina y conocer la insólita modestia de Alfredo, un ego encadenado bajo seis o siete sótanos con puertas de pesados cerrojos. Mi nuevo amigo sólo permite abrirse el alma para dejar caer como si fuesen las hojas del árbol las veces que siendo niño o adolescente su padre lo llevó a Alemania y a otras latitudes y conoció entonces a ilustres venezolanos de ayer mientras hacía una vida de jubiloso provecho como periodista de El Universal; que estuvo casado con una hija de Isaías Medina Angarita; sabe mucho de aeronáutica, se ocupó en la República Federal de Alemania y en Estados Unidos de organizar los archivos diplomáticos venezolanos y fue protagonista de una fabulosa expedición al círculo polar ártico, el primero y único venezolano a bordo del Manhattan, un poderoso rompehielos que abrió caminos entre las montañas de nieve en Alaska. Presenció el lanzamiento de un Apolo espacial.

Me atrevo a asegurar que Alfredo Schael debe figurar entre los primeros que se dieron cuenta del funesto cambio climático que se nos está viniendo encima en clara advertencia de que el planeta está comenzando a morir. Lo dijo  a su manera y en su tiempo el poeta García Lorca: «También se muere el mar.»

¡Y están los libros!

Descubrí que en mi desordenada biblioteca se escondía un aventurero norteamericano llamado Crawford Angel, mejor conocido como Jimmy Angel, a quien se le atribuye haber sido el primero en revelar en la Gran Sabana la catarata más alta del mundo: la caída del río Churun desde un kilómetro de altura en el macizo del Auyantepui llamado al pie del tepuy con los nombres de Yauyán o Montaña del Diablo. Pero Angel, el aviador aventurero que muchos consideraban sujeto capaz de delinquir no ofreció a los venezolanos minas de oro y descomunales riquezas sino el prodigio de una catarata que iba a colocarnos en el privilegiado asombro del mundo y de la propia naturaleza. Y es precisamente este asombro lo que impulsó a Alfredo Schael a rescatar la memoria y andanzas de Jimmy Angel dentro y fuera del portento que es y continuará siendo la Gran Sabana y la eternidad de sus célebres, frágiles y sagrados tepuyes. Pero lo que igualmente asombra de este y otros libros de Alfred Schael es su capacidad investigativa. Nada de lo que dice o  afirma en sus textos, ningún hecho, personaje o situación queda en el aire. Al dedicarse a Jimmy Angel, todo permanece apoyado en millares de fotos, imágenes de la avioneta y de los numerosos personajes involucrados, un espléndido mapa a color de la Gran Sabana, declaraciones, recortes de prensa, documentos y certificados notariados, incluidos varios números de la revista Tricolor, 1949-1950, con dibujos de Rafael Rivero sobre la aventura aeronáutica y selectiva de Jimmy Angel.

Jimmie Angel entre oro y diablo se llama este libro (2002) editado por la Fundación Provincia, Caracas, sobre uno de los mas notables acontecimientos venezolanos que marca la huella de un audaz aviador aventurero,

Igual admiración causa Automóviles y caminos, 2009,editado por Seguros Caracas de Liberty Mutual sobre la historia del automóvil en el país venezolano. También al referirse al automóvil da muestras Alfredo Schael de su inagotable capacidad periodística y de investigación que lo convierte en escritor de esmerado talento y ofrece con fluido lenguaje todo lo que concierne a la presencia y al paso del automóvil desde el momento en que los caraqueños de 1904 vieron un Cadillac por primera vez.

Schael vuelve nuevamente al dominio absoluto de su pericia y apoya su vivo lenguaje en numerosas fotos de época y valiosos testimonios  que muestran cómo era la Caracas y buena parte del país vista desde la novedosa perspectiva de avanzar sobre los automóviles en calles empedradas que aun no conocían el cemento o el asfalto.

Bellamente editado, Automóviles y caminos es un libro que conmueve, que enaltece al país porque va mostrando cómo a medida que va perfeccionándose el diseño de los automóviles también va modificándose y modernizándose el país y la vida venezolana. En este sentido, Alfredo Schael otorga un alto privilegio protagónico al automóvil que para los venezolanos de la menguada hora actual ha terminado por ser es un simple y trivial medio de transporte.

Pero hay otros libros de Schael sobre aviación civil, ferrocarriles y diplomacia que no conozco, salvo el Viaje en tres tiempos (2018) que narra minuciosamente la expedición a bordo del poderoso rompehielos norteamericano Manhattan abriendo para Estados Unidos una ruta en el círculo polar ártico para el petróleo de Alaska.

En el Polo Norte estuvo Schael y como periodista y escritor integró la expedición anotando cuidadosamente sus observaciones y vuelven a repetirse sus obsesiones investigativas apoyadas en fotos acertadas, documentos, testimonios presenciales, fotocopias de decretos y credenciales.  El libro ofrece el facsímil de un documento que acredita su participación en aquel extraordinario proyecto. Y el autor aprovecha el último capítulo o sección del libro para remover la memoria histórica del petróleo venezolano

Son libros de gran alcance, de mucho peso y no obstante de vuelo ligero que me  conmueven por el amor y el aliento esencialmente venezolanos que exhalan pero  al mismo tiempo me rozan el alma porque hay en ellos alusiones en apariencia nimias: la célebre aviadora Amelia Erhard, por ejemplo, estuvo una vez en Caripito; el venezolano Nogales Méndez estuvo en el Polo Norte antes de comprometerse en guerras ajenas. Cipriano Castro no soportó el traqueteo del primer automóvil que le regalaron a doña Zoila, su mujer y dijo: «Esto será muy bueno en París, pero aquí pierde uno los riñones» y prefirió al caballo sin sospechar que cuatro años mas tarde abandonaría el país, le propinaría su compadre un golpe de Estado y dijera Romerogarcía a propósito de Cipriano: «¡Se fue Atila, pero dejó el caballo!».


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