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Lo sano y correcto es impugnar la discriminación en todo sentido

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Da igual la dirección en que la discriminación se exprese. Debe importar exactamente lo mismo la discriminación que pueda afectar a un negro estadounidense que la que pueda sufrir un blanco. Lo mismo el racismo que pueda brotar de un árabe hacia un judío, de un asiático hacia un indio, un latinoamericano hacia un caucásico o un miembro de cualquier tribu. Cuando se fomenta la discriminación, en cualquier sentido que se exprese, por más justificaciones históricas o ideológicas que se intenten argüir, no deja de ser discriminación. Jamás podrá combatirse la discriminación con discriminación. Muy al contrario, se alimenta su fuego y termina creciendo.

Mientras gobiernos secuestrados por la izquierda radical exacerban conflictos raciales, lo mismo que sexuales y religiosos, es vital clarificar que el enemigo no son las razas, el sexo o el origen: el problema clave es avivar, y aún peor, institucionalizar la discriminación, da igual desde o hacia donde vaya o cuales sean sus «argumentos». El fenómeno es lo que deberíamos impugnar y tratar de desterrar de nuestros comportamientos, tanto en lo personal como en lo gubernamental. Durante décadas la llamada «discriminación positiva» ha fracasado en su intento de supuesta equidad, pues definitivamente la equidad no se logra discriminando.

Desde hace casi 20 años, en 2004, Yale University Press publicó “Affirmative Action Around the World: An Empirical Study”, de Thomas Sowell, quien, basado en una investigación académica, explica que tanto los grupos beneficiados por la discrminación positiva como los no beneficiados “reducen sus esfuerzos” para desarrollarse como individuos, porque “los primeros porque no necesitan rendir al máximo, los segundos porque esforzarse al máximo resulta inútil. Se produce una pérdida neta, no una suma cero”.

En este libro Sowell, que es un reconocido economista afroamericano, escribe lo que muchos habían callado durante décadas y muy pocos se habían atrevido a decir sin miedo y total claridad, como, por ejemplo, que “los defensores de la discriminación positiva en EE. UU. han dado la vuelta completamente a la historia de los negros. En lugar de ganarse el respeto de otros grupos por salir por sí solos de la pobreza (como hicieron entre 1940 y 1960), amigos y críticos por igual suelen pensar que los negros deben sus mejoras a los beneficios gubernamentales”. En su texto, imprescindible para comprender este fenómeno y sus derivados, Sowell advierte que los males sufridos por generaciones de otros siglos “seguirán siendo males irrevocables” del pasado. No podemos cambiar el pasado. Muchos menos con una discriminación a la inversa.

El término «discriminación positiva» tiene su origen en las «medidas afirmativas» que emitió el presidente demócrata John F. Kennedy en 1961 con la Orden Ejecutiva 10925 para los contratistas y empleadores federales. Luego el también demócrata Lyndon B. Johnson emitió otras órdenes que extendían el espectro en cuanto a raza, color, religión, origen y sexo. Desde los años 90 la Universidad de California se ha visto inmersa en debates y votaciones estatales en cuanto a la «discriminación positiva». Para no pocos, en sus inicios, dichas medidas ayudaron a estudiantes a entrar en las universidades. Hoy muchos consideran que los conceptos se han distorsionado demasiado y constituyen una forma de discriminación racial, que lejos de generar equidad perpetúa el racismo, y a la par frena el desarrollo intelectual que debe reinar en la educación superior.

De pronto pareciera que, al menos por estos días, aún estén de fiesta el sentido común y el anti racismo real (no el racismo al que conduce de rebote la «discriminación positiva» o “afirmativa”). No sabemos cuánto pueda durar tal celebración, pues vivimo en un mundo (no sólo en la sociedad estadounidense) donde precisamente el sentido común se hace cada vez menos común.

De cualquier modo, vale aplaudir que la Corte Suprema dictaminara que «la raza no es un factor para decidir» si un estudiante debe o no ser admitido en las universidades. Desde hace décadas, instituciones universitarias vienen practicado políticas que discriminan a quienes no pertenecen a las llamadas «minorías», sobre todo a los estudiantes que no son «afroamericanos» o «latinos», poniendo la raza o el origen por encima del rendimiento académico.

Las dos sentencias de la Corte Suprema, cuyas 237 páginas han sido publicadas, una referente a la Universidad de Harvard (la institución de educación superior más antigua de los Estados Unidos, establecida en 1636) y otra a la Universidad de Carolina del Norte (la primera institución pública de educación superior, establecida en 1795): constituyen el dictaminen de lo que pudiera ser el fin de esa mala práctica llamada «discriminación positiva». Discriminación, en definitiva.

“Eliminar la discriminación racial significa eliminarla en su totalidad”, expresa la sentencia, firmada por el presidente del tribunal, John Roberts. De ahí que la Suprema Corte anulara los planes de «admisión por motivos de raza» en ambas instituciones. Una política para muchos de racismo a la inversa, que tradicionalmente ha favorecido sobre todo a estudiantes negros y latinos, discriminando al resto, desde los asiáticos hasta los blancos.

El magistrado afroamericano Clarence Thomas votó a favor basándose en la Constitución y la Declaración de Independencia, que defienden que «todos los hombres son creados iguales, son ciudadanos iguales y deben ser tratados por igual ante la ley».

Los magistrados fallaron a favor de Students for Fair Admissions (Estudiantes a favor de Admisiones Justas), fundado por Edward Blum, activista contra la discriminación positiva, quien ha batallado varias demandas con el propósito de erradicar los privilegios raciales: «La mayoría de los americanos no quiere que la raza sea parte de su solicitud para la universidad. No quieren que la policía use la raza como una herramienta para hacer perfiles y prevenir crímenes. No quieren que los fiscales usen la raza como criterio para componer jurados. Tu raza y tu etnia no debería ser algo que te ayude o te perjudique en tus esfuerzos vitales», explicó el ingeniero a The Boston Globe hace más de 5 años.

El argumento de Blum, finalmente, se ha reconocido. Los votos de los jueces de la Corte Suprema ante estas dos universidades, Harvard y Carolina del Norte, se impusieron 6-2 y 6-3 en contra de la «discriminación positiva», pues la mayoría consideró negativas e inconstitucionales dichas prácticas discriminatorias en la admisión para la enseñanza superior.

Sobre el reciente fallo del Supremo conversé ayer con una vecina, que llegó a este país durante la Crisis de los Balseros de 1994, y sus palabras contienen una claridad y fuerza admirables: «Siendo emigrante, viuda y negra cubana, no permito que intenten poner esas

cuestiones por encima de lo más importante que es mi talento. Cualquier discriminación es mala y a mis hijas les he demostrado que en este país las cosas se ganan con trabajo, no con welfare ni privilegios de ningún tipo. El esfuerzo es la manera de desarrollarse en una sociedad libre. Tratarme mal o tratarme bien por mi color de piel, es racismo. Estoy de acuerdo con Trump y el magistrado Thomas, que es tan negro como yo», me dijo Moraima.

Claro que esta defensa de la verdadera igualdad (no del igualitarismo socialista) y el sentido común, tenía que ser atacada por quienes buscan normalizar, cueste lo que cueste, el enfermizo e idiotizante progresismo en los Estados Unidos y en el mundo. Joe Biden, quien promulga políticas que tratan de imponer la Teoría Crítica de la Raza= y la ideología de género, salió a criticar las sentencias del Supremo, argumentando la falacia de que es «un retroceso». Lo mismo ha dicho el demagógico dueto de los Obama.

Del otro lado, varios republicanos aspirantes a la presidencia, desde Donald Trump hasta Ron DeSantis, pasando por candidatos provenientes de etnias minoritarias como Vivek Ramaswamy y Nikki Haley, han aplaudido que la justicia se haya puesto de manifiesto en las dos sentencias.

Trump, primer republicano en las encuestas, desde su red social, Truth Social, subrayó la importancia internacional: “Este es un gran día para Estados Unidos. Las personas con habilidades extraordinarias y todo lo demás necesario para el éxito, incluida la futura grandeza de nuestro país, por fin están siendo recompensadas. Esta es la sentencia que todo el mundo estaba esperando y deseando, y el resultado ha sido asombroso. También nos mantendrá competitivos con el resto del mundo. Nuestras mentes más brillantes deben ser apreciadas y eso es lo que ha traído este maravilloso día. Volvemos a estar todos basados en los méritos, ¡y así es como debe ser!”.

La exembajadora de Estados Unidos ante Naciones Unidas Nikki Haley, nacida en Carolina del Sur como Nimarata Nikki Randhawa, descendiente de inmigrantes de la India, defendió la decisión de la corte en la misma línea del presidente 45: “El mundo admira a Estados Unidos porque valoramos la libertad y las oportunidades. SCOTUS reafirmó estos valores hoy”, dijo en Twitter y señaló que “elegir ganadores y perdedores basándose en la raza es fundamentalmente erróneo. Esta decisión ayudará a cada estudiante —sin importar su origen— a tener una mejor oportunidad de alcanzar el sueño americano”.

El emprendedor Vivek Ramaswamy, también descendiente de inmigrantes de la India, fue más allá de las declaraciones de Trump y defendió con claridad y profundidad las ideas cardinales que sustentan el fallo de la Corte Suprema: “La discriminación positiva es un experimento que ha fracasado estrepitosamente: es hora de poner un clavo en el ataúd y restaurar la meritocracia daltónica”.

Ramaswamy, en su comunicado, catalogó a la «discriminación positiva“ como «la mayor forma de racismo institucional en Estados Unidos hoy en día”. Y declaró que de ser presidente eliminaría dicha discriminación de “todas las esferas de la vida estadounidense”, daría “instrucciones al Departamento de Justicia para que ponga fin a estas prácticas ilegales” y derogaría la “desastrosa” Orden Ejecutiva 11246 del presidente Lyndon Johnson, que ordena a los contratistas federales “adoptar preferencias de contratación basados en la raza (…). Es hora de restaurar la meritocracia daltónica de una vez por todas”, recalcó el exitoso empresario, que cada vez llama más la atención de los votantes de su partido.

Para Kevin McCarthy, las sentencias evidencian que «a ningún estadounidense se le pueden negar oportunidades educativas por razones de raza» y defiende que el proceso de admisión se base en «estándares de igualdad y méritos individuales». «Ahora los estudiantes podrán competir en igualdad de condiciones y por méritos individuales. Esto hará que el proceso de admisión en la universidad sea más justo y defenderá la igualdad ante la ley», escribió en Twitter el presidente de la Cámara de Representantes.

El ex vicepresidente Mike Pence señaló que la «discriminación positiva hasta ahora vigente era una forma de perpetuar el racismo en Estados Unidos. Me complace que el Tribunal Supremo haya puesto fin a esta violación atroz de los derechos civiles y constitucionales».

Ron DeSantis también escribió en Twitter reconociendo la plena justicia de las sentencias: «Las admisiones universitarias deben basarse en el mérito y los solicitantes no deben ser juzgados por su raza o etnia. La Corte Suprema ha defendido correctamente la Constitución y ha puesto fin a la discriminación por parte de colegios y universidades”, dijo el gobernador de Florida, quien le sigue a Trump en las encuestas.

Puede resultar interesante terminar este análisis con Sowell, quien en su libro, basado en estudios empíricos, defiende la tesis de que “los jóvenes negros con más aptitudes rinden especialmente bien cuando se encuentran entre otros jóvenes con más aptitudes, y no cuando se les educa en presencia de otros estudiantes negros menos aptos. Una masa crítica intelectual produce resultados contrarios a una masa crítica racial. (…) A pesar de que el número de estudiantes negros en Berkeley aumentó en la década de los 80, el número de licenciados negros disminuyó. Estos estudiantes negros sobresalientes (admitidos en Berkeley a causa de la discriminación positiva y con buenas notas, aunque no tan altas como las habituales en esta facultad) podrían haberse licenciado en otras universidades”.

Un viejo y sabio refrán que solía escuchar de niño en Cuba, alerta de que no es bueno «vestir un santo desvistiendo a otro». En este caso, se trata de que las universidades premien el intelecto y el esfuerzo de los estudiantes, y no otorguen privilegios por razones de raza que terminen generando discriminación. Lo mismo ha de suceder con el origen, religión o el sexo. El objetivo de estas dos sentencias de la Corte Suprema, en esencia, es no discriminar a unos para privilegiar a otros. Sencillamente hacer lo sano y lo correcto: impugnar la discriminación en cualquier sentido. Enhorabuena.

 

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