No puede haber la una sin la otra. La libertad económica sin restricciones conlleva a la explotación de los pobres. La justicia social sin libertad económica, también.

Son dos caras de la misma moneda. Tienen que desarrollarse juntas para que la referida moneda tenga valor.

Y el valor es la superación digna del ser humano. De la generalidad, en el caso de un país. Una nación libre y justa es aquella en la cual la libertad favorece la justicia, y la justicia sostiene la libertad.

Cuando las ideologías herméticas confrontan la libertad con la justicia social, o a la inversa, el resultado final siempre es el mismo: desaparece la libertad y desaparece la justicia social. El peor de los mundos.

Es fácil decir estas cosas, declarar estas verdades. Lo difícil es transformarlas en realidades históricas. Difícil pero no imposible.

La dimensión de la política es la clave. La política como gobierno sano de los asuntos colectivos. La política como fuente de bien, de convivencia, de orden, en suma: como fundamento de la democracia.

La justicia social no es socialismo, ni la libertad es libertinaje. Todo lo contrario. El socialismo esclaviza y también el libertinaje.

Por eso la buena política es esencial para mejorar la vida personal, familiar, comunitaria, social, nacional. Y no hay buena política que no esté inspirada y conducida por valores trascendentes.


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