OPINIÓN

La universidad, otra vez

por Gustavo Roosen Gustavo Roosen

Después de más de una década sin elecciones para escoger la representación de los egresados en el cogobierno en la UCV, el proceso finalmente se celebró hace un par de semanas. La universidad, de algún modo, volvió a ser noticia. El hecho en sí tiene importancia, sobre todo si sirve para remover la conciencia nacional y orientarla a ocuparse de lo sustancial, es decir de la educación.

Recuperar nuestras universidades y actualizarlas representa para toda la sociedad venezolana una tarea de dimensiones tales que no hay riesgo de exagerar al enumerarlas. Lo más a la vista, desde luego, son los problemas de infraestructura. La falta de presupuesto, el abandono premeditado, el maltrato a las instalaciones han venido conjugándose para armar el cuadro lamentable de deterioro que hoy presentan. El foco de su recuperación, sin embargo, trasciende la infraestructura. Debería centrarse en la revisión y actualización de su misión, su organización, su sostenibilidad, su capacidad para entender y atender los cambios generados en todos los órdenes, los ya palpables y visibles y los que seguirán dándose a ritmo creciente.

La renovación de las universidades pasa por su redefinición como casas del saber, comenzando por aceptar que el saber mismo ya no reside, ni solo ni principalmente, en ellas. La sociedad del conocimiento, la transformación digital, las nuevas formas de instituciones educativas ocupan en buena medida el lugar tradicional de las universidades. Su subsistencia está ligada a su capacidad de adaptación, de inserción, de interrelación con los nuevos medios, de su incorporación al aprendizaje y de la consideración de sus consecuencias a la hora de definir carreras, modalidades, ajustes tecnológicos y administrativos. Las características mismas de las nuevas generaciones ―millennials, Generación Z y las que vendrán― obligan ya a nuevos ajustes, igual que los cambios en el mundo laboral como la tendencia a carreras cortas, la formación continua abierta y sin límites, la necesidad de atender la gran demanda de profesionales tecnológicos.

La sostenibilidad de nuestras universidades pasa, desde luego, por la solución de su esquema de financiamiento. Aunque persiste todavía en algunos sectores o algunos países el discurso de la educación universitaria gratuita, el análisis de su naturaleza, su propósito y sus exigencias debería conducir a un adecuado y manejable reparto de responsabilidades, que incluya al Estado, pero también y sobre todo, a la sociedad, a los propios estudiantes, a sus familias, a los egresados, a las empresas, a las instituciones, y que incorpore la propia  capacidad de los propios centros universitarios de generar ingresos mediante una productiva oferta de servicios. “La educación es costosa y si no superamos la palabra ‘gratuita’ en el nivel superior no podremos concentrar recursos y empeño en la calidad y plena cobertura en las etapas preuniversitarias” nos recuerda con toda razón el padre Luis Ugalde.

La recuperación de nuestras universidades debería ser materia fundamental a la hora de pensar en la reconstrucción del país. Más aún, debería constituirse en un ejemplo del cual derivar conclusiones para otros sectores y para el país mismo en su conjunto. Cierto que ninguna reconstrucción se dará sola. Todas se necesitan y suman, pero la de las instituciones educativas en su conjunto, y en particular de las universitarias, tienen la virtud de animar muchas otras.

Su resultado permitirá atender a lo fundamental: una sociedad educada, formada para el trabajo, calificada, innovadora, creadora, abierta al mundo y su dinámica, impulsadora del talento y la competitividad. Esa es la función de las instituciones educativas: proponer una educación que privilegie el pensar sobre el repetir, que atienda el desarrollo de un pensamiento integral y humanístico, que responda a la plenitud y la complejidad del ser humano, que ayude a dar sentido a la vida, al trabajo, al desarrollo personal y a los valores. El propósito de los centros de educación sigue siendo servir al fin último del desarrollo humano y social mediante una formación integral, estimulante, adecuada a los tiempos y respetuosa de la persona y sus valores.

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