“Take your time, think a lot”[1] (Cat Stevens)
Hoy no es un día cualquiera. Hoy es una jornada singular porque las agendas se han rebelado contra nosotros. Nuestros planes se han roto. Hoy no es un día cualquiera porque una pandemia llamada coronavirus nos obliga a quedarnos en casa, a parecer víctimas de un autosecuestro moral y necesario. La situación actual nos impide llevar una vida normal.
El calendario de la pared señala que hoy es 5 de abril, Domingo de Ramos para los católicos. La Semana Santa está siendo extrañamente silenciosa. El tiempo se ha detenido hace semanas y a mí se me ocurre ponerme al día con el taco del almanaque. Leo a partir del 11 de marzo, santos Pionio, Trófimo y Talo, el 12 y el 13 -santos Maximiliano para el duodécimo día del tercer mes, y Macedonio, Patricia y Modesta para el siguiente.
Sigo hojeando los días del santoral hasta que en la hoja del miércoles, 18 de marzo,-santos Cirilo y Alejandro de Jerusalén –leo la sentencia de Ralph Waldo Emerson que dice “grabad esto en vuestro corazón: cada día es el mejor del año”. Y digo, “carpe diem”, (disfruta el momento) e irremediablemente me imagino al profesor John Keating susurrando a sus alumnos ese adagio latino “carpe diem”, “carpe diem” en la película El club de los poetas muertos.
Cuando quiero seguir leyendo hasta el día siguiente, día de san José, el reverso de la hoja anterior cuenta una historia que me conmueve: la historia de un padre y su hijo.
En el calendario hay espacio para cosas así. “¡Quiero ser como tú!” es el título. Al terminar de leer el relato me quedo pensando. El padre empieza contando que no pudo asistir al nacimiento de su hijo porque se encontraba de viaje. Cuenta que no estuvo con su hijo cuando comenzó a comer ni oyó tampoco las primeras palabras que pronunció. El padre estaba ausente tan a menudo que su hijo le preguntaba- yo creo que también se lo preguntaba a sí mismo- si algún día sería como él, un hombre trabajador y ocupado.
El padre regaló a su hijo una pelota cuando cumplió diez años y su hijo quiso jugar con él. El padre le dijo que no podía, que tenía mucho trabajo. Pasó el tiempo y el hijo cursó estudios superiores y obtuvo un título universitario. Su padre le confesó que se sentía orgulloso de él.
Quiso entonces sentarse un rato a hablar pero su hijo le pidió las llaves del auto para ir a ver a unos amigos. Le dijo que hablarían los dos más adelante.
Luego pasaron varios años y el padre se retiró del trabajo. Echaba mucho de menos a su hijo, así que un buen día le llamó por teléfono. Le dijo que le gustaría verle. El hijo le contestó que no tenía tiempo por culpa del trabajo y de los hijos.
La madura reflexión del padre después de esa conversación fue que su hijo que tanto quería parecerse a él por fin lo había conseguido
[1] “Tómate tu tiempo, piensa mucho” (Cat Stevens)