En Venezuela todos hemos sido engañados de una manera u otra. No hay forma de cómo edulcorar ese hecho. No hablo acá sobre fraudes electorales o las promesas de antaño del demagogo Hugo Chávez Frías. Esos son apenas detalles de algunas de las sagas que nos han tocado presenciar. Hablo de algo mucho peor e infinitamente más doloroso; nuestra lucha, con sus protagonistas y sus altibajos, no ha sido más que pura ficción.
Durante todo este tiempo nuestra relación con la verdad ha sido prácticamente inexistente. Por ello, creímos que había un enemigo común, una causa unificadora y, por ende, adversarios y aliados claramente definidos. No obstante, tras millares de contradicciones, vemos las cosas por lo que son; hemos confundido al teatro con la vida real y a los actores con los héroes que se supone que encarnan.
No es gratuita, ya en este punto, esa sensación de incompatibilidad que tiene el venezolano promedio respecto a las narrativas y las propuestas de la clase política dominante. La máquina de los sueños, esa fuente de propaganda infinita, está caduca y no nos pueden seguir vendiendo humos y espejos tan fácilmente. Con razón es que la mayoría de la dirigencia no puede evitar parecer tan desfasada; ellos siguen actuando incluso cuando el circo ya se ha ido y el telón ha sido cerrado.
Este desarraigo que estamos sintiendo es bueno porque indica que estamos despertando de décadas de falsas premisas. No hay necesidad de seguir buscando explicaciones cuando vemos que el régimen es como la Hidra de Lerna; podrá tener muchas cabezas pero es un ente único e indivisible. El régimen es rojo, naranja, amarillo, blanco y cuanto color requiera para seguir aparentando lucha democrática, por cuanto ese es el arreglo para que jamás se rindan cuentas a la sociedad.
Dicho despertar es esencialmente indetenible. Sin embargo, dada la naturaleza del régimen, debemos tomar en cuenta que para este el show siempre debe continuar, pues la propaganda y la manipulación, al igual que la corrupción y el amedrentamiento, son mecanismos para mantenernos secuestrados.
De tal manera es que el régimen prepara el libreto y la programación para los siguientes meses. Ese próximo estreno tendrá como tema “El regreso de la política” e incluirá toda clase de eventos extraordinarios, desde excarcelaciones y restauración de partidos hasta la resurrección de los muertos (figurativamente, claro está) de la política nacional.
Por supuesto, cuando nos hablen del “Regreso de la política”, de lo que realmente nos estarán hablando es del regreso de la conveniencia.
Por una parte, el régimen en su sentido estricto, lo que es decir, el chavismo; ha cometido demasiados desmanes que se han traducido en un gran cerco sancionatorio. En tal sentido, este necesita encontrar una manera de regresar a un estado anterior a su deriva frente a la comunidad internacional. Este debe jugar, tal cual como lo hizo Chávez, al electoralismo relativamente creíble de una “democracia imperfecta”.
Por otro lado, la supuesta “oposición”, parte del régimen en su sentido amplio, necesita regresar al único campo que realmente conoce manejar: ser la “alternativa electoral” que combate, pero a su vez legitima al régimen totalitario. Sea por intimidación, colaboración o ingenuidad; esta cumplirá el rol que más le convenga a la continuidad del sistema y ese rol es el de una oposición castrada que jamás represente una amenaza real.
Lo catastrófico de esta conjunción de factores, para nuestra desgracia, es que puede servir para taparnos la boca frente al mundo. Siendo que nuestros interlocutores oficiales venden insistentemente la “solución democrática” para Venezuela y que las naciones siempre preferirán aquello que implique el menor costo, entonces la “restauración” de un semblante de democracia sería suficiente para darle holgura al régimen, incluso cuando dicha “restauración” no se traduzca en ningún cambio de fondo.
La puesta en escena de un mundo feliz como ese vendría siendo la prosperidad de unos y la miseria de todos los demás. El régimen y su “oposición” ganarían a costa de una sociedad alienada e impotente ante el statu quo. Día tras día el ciudadano de a pie vería, desde la distancia, a una clase política que argüirá y propondrá cosas que atentan contra su sentido común. Tendríamos, en resumidas cuentas, que resignarnos a no ser tomados en cuenta respecto a la definición de nuestro destino.
Ahora bien, no estamos condenados a sufrir un final tan miserable. Hay una opción y esa es el quiebre con la clase política actual. No podemos seguir tolerando que nos represente un statu quo que vive en una burbuja de intereses sectarios y que poco le importa lo que necesitamos. Si Venezuela aspira a renovarse, esta debe hacerlo en todo sentido. Hay que darle la oportunidad a otros líderes y formas de pensar. De lo contrario, la propaganda le garantizará más tiempo a la desgracia y a sus beneficiarios. En este respecto, por el amor a la verdad y bajo el interés de una transición genuina, el show debe terminar.
@jrvizca