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La política como thriller

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Z (1969) de Costa Gavras

A veces la política, buscando ser historia, es capaz de narrar su vértigo, sus caprichos, sus porfiados desenlaces con ritmo y precisión de buen cine. A veces el cine ha reflejado esos momentos de brío con fortuna. Salvo mejor opinión el thriller político irrumpe en 1969, en Francia, con un filme hoy olvidado llamado, incomprensiblemente, Zeta. Era el tercer filme de un joven director de origen griego llamado Costa Gavras que había hecho sus primeras armas en dos policiales interesantes. Pero esta vez hablaba, no de su país de adopción sino de su país natal. Dos años antes Grecia había sufrido el golpe de Estado de los coroneles un mes antes de las programadas elecciones. Estrictamente el filme, libretado por el director y Jorge Semprún era un tiro por elevación y narraba un hecho ocurrido en 1963. El asesinato del político Grigoris Lambrakis por dos esbirros de ultraderecha ante la mirada distraída de las autoridades. Lambrakis se transformó en un símbolo y en leit motiv del filme Zi (vive). Z.

Costa Gavras se consagraba, llevaba poco menos de 4 millones de espectadores solo en Francia, ganaba Cannes y el Oscar al mejor filme extranjero. Más importante, sembraba las bases del moderno thriller político, audaz, polémico, vibrante y de indudable atractivo. Aún hoy Z se sufre con pasión  al borde de la butaca. El género tendría variantes de todo tipo. El mismo Gavras dinamitaría sus puentes con la izquierda borbónica  denunciando los juicios de Praga en La confesión (1970), denunciaría la asesoría americana a los torturadores en Estado de sitio, (1972), el encubrimiento del asesinato de un americano durante el golpe de estado chileno en Missing (1982). Costa Gavras no era el único. Yves Boisset había denunciado el affaire Ben Barka  en El atentado (1972) y los italianos llevaban la delantera denunciando la corrupción con los films de Elio Petri y Francesco Rosi entre muchos otros. La lista, con sus variantes locales llegaba a Estados Unidos (Todos los hombres del presidente 1975). Algún coletazo tardío sería la excelente No chilena de 2012. El formato era, si se quiere el del policial típico: tenso, parco, acaso más pausado que el esquema americano, pero siempre adherido a una realidad que el espectador conocía al menos de oídas.

¿Por qué su éxito? Probablemente por su herencia policial y por insistir en buscar la arista política del hecho policial desnudo. Había sin embargo un elemento definitorio, suerte de marca de fábrica del “thriller” político. En el policial tradicional el desenlace o la identidad del villano son desconocidos, la película propone al espectador un juego o un camino  a transitar y ese camino es su esqueleto y su trama.  Su heredero político jugaba con las mismas armas pero había adelantado el final. El espectador,- presuponía la película- ya sabía que Lambrakis había sido asesinado con la complicidad de la policía griega, o que Enrico Mattei había sufrido un discutible accidente de avión justo cuando se peleaba con las multinacionales petroleras, que Ben Barka desapareció no por casualidad, que a Mitrione lo ejecutaron los tupamaros uruguayos o que el asunto Watergate terminaba con la dimisión de Nixon. La clave del asunto no estaba en el final, sino en el sinuoso camino político que los hechos iban tomando y que dibujaban una perfecta narración. El cine, dijo alguien, es la vida sin las partes aburridas, y el thriller político es la política, sin las lentas,  interminables e inevitables charlas, encuentros,  idas y venidas y negociaciones que sin duda y en todos los casos se producían. Y ese camino era en los títulos emblemáticos de la época narrativamente impecable, excelentemente escrito, mejor dirigido y con un elenco de actores que representaba lo mejor de la época. Yves Montand, Gian Maria Volonté, Jean Louis Trintignant, Irene Papas… La lista es larga. La receta mágica estaba en el ritmo que atrapaba a un  espectador que conocía los hechos y sufría la película, se indignaba, descubría aristas que había desdeñado y  por supuesto, recomendaba la película a sus amigos, familiares y conocidos.

Todo esto viene a cuento porque vivimos tiempos de vértigo. Y a veces la vida copia las recetas del cine. El final lo damos por sentado. Es cuestión de ver los giros del libreto.

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