OPINIÓN

La polarización de emociones

por Ender Arenas Ender Arenas
futuro

 

 

 

La película de Disney-Pixar que conmueve, haciendo reír y llorar a una buena parte del mundo basada en las emociones que bullen en el interior de una joven en plena pubertad, me sirve para mirar un poco el proceso electoral venezolano cuya característica fundamental de siempre ha sido, precisamente, que es un proceso emocional.

Ustedes dirán que esa es una característica universal, pues hoy, y tampoco ayer, no ha habido ni hay elecciones producidas en el mundo donde lo racional se superponga a lo emocional.

Por lo general las emociones que se expresan en estos procesos son realmente positivas (es común que la gente se refiera a ellas como la “fiesta electoral”, aun cuando algunas han terminado con peleas, gritos y hasta con un candidato asesinado) y, por supuesto, no pueden ser de otro modo, aunque, hay un ejemplo, que hoy pretende dominar el mundo, en donde, un tal Donald Trump, es el exponente de expresiones negativas que son las que le catapultan su popularidad. Así, él dice que puede pegarle un balazo a cualquiera en la 5ta Avenida de Nueva York y no pierde un solo voto o agarrar (viene de garra), con sus pequeñas manos los genitales de alguna mujer con la que coincide en un ascensor y tampoco pasa nada, al contrario, el norteamericano medio lo celebra con la excusa de que el hombre todavía tiene vitalidad sexual, ignorando que el problema no es su potencial sexual sino del abuso de su poder. Es más, puede encabezar un golpe de Estado y en lugar de ser sentenciado y encarcelado, es premiado por “la justicia” con inmunidad e impunidad plena.

Es decir, que en Estados Unidos no hay tal polarización emocional ni racionalidad electoral, se ha impuesto casi en su totalidad una emocionalidad negativa y, más que eso, una peligrosa propuesta filofascista.

Donde sí hay una polarización de las emociones y, con el advenimiento del chavismo siempre la ha habido, es en el proceso electoral venezolano del 28 de julio.

En los tiempos de Chávez candidato, éste logró construir una retórica basada en la ira y en el entusiasmo que motivó una alta movilización del venezolano que se movió (perdonen la redundancia) bajo el imperio de la idea de que había llegado “un vengador” que lo vengaría (esa es la función de los vengadores) y los redimiría del “pecado” de haber votado durante cuarenta años por adecos y copeyanos. A los primeros los condenaba a decapitarlos y a freír sus cabezas en aceite hirviente.

Esta ira y el entusiasmo que despertó tal discurso derrotaron el racional discurso de Salas Romer y la ansiedad de una ex reina de belleza.

Hoy esto ha cambiado. “Esa enorme masa humana” en la que se ha convertido Nicolás Maduro, considerado el principal productor de la crisis venezolana, ya no puede instrumentalizar la ira contra sus opositores y contra lo que el chavismo denominó “democracia puntofijista” porque la ira, la furia, la irritación (como se quiera llamar) de la gente está dirigida contra él y el entusiasmo por lo que ellos denominaron “socialismo del siglo XXI” se esfumó.

¿y que expresa, entonces, el discurso electoral de Maduro? Expresa lo que parece la letra de un viejo bolero: “miedo, ansiedad, angustia y desesperación”, emociones negativas que, en lugar de producir simpatías, producen rechazo, además de su déficit crónico de buen gobierno.

El caso, es que el régimen, en muy corto tiempo, ha pulverizado el capital político que Chávez les legó y convirtieron a éste en “una mota de polvo cósmico”, es decir, en lo que él siempre manifestó que convertiría a la oposición y a los opositores.

Del otro lado tenemos el discurso de MCM. Ella ha concebido un mensaje que se articula en torno a la esperanza y el entusiasmo y se ha convertido en sujeto de admiración y de un fervor devenido en devoción casi religiosa y plantea una lucha electoral como una “lucha espiritual” que corregirá los estragos que el chavismo ha producido en el alma de los venezolanos.

A diferencia del oficialismo chavista son emociones positivas. Algunos dirán que MCM no es la candidata, sino que es Edmundo González Urrutia y eso es verdad, qué duda cabe, pero MCM es “la emocionadora en jefe”, término que tomo de la apreciación de los mexicanos con respecto al papel que desempeñó López Obrador en la elección de Claudia Sheinbaum.

Bueno, a falta de espacio, concluyo que, así está la polarización en el proceso electoral venezolano: entre MCM, concebida por la mayoría de los venezolanos como una nueva “Libertadora” y Nicolás Maduro percibido por esa misma mayoría como “el hombre menos extraordinario del mundo”.