OPINIÓN

La oportunidad perdida

por Ricardo Combellas Ricardo Combellas

Momento en el que Rafael Caldera, presidente de la Comisión Bicameral para la Reforma Constitucional, entrega el proyecto a Pedro París Montesinos y Luis Enrique Oberto, presidente y vicepresidente del Congreso Nacional / Foto rafaelcaldera.com

El sentido de la oportunidad constituye el sagaz atributo del auténtico dirigente político. Es olfato de éxito, Maquiavelo dixit, el saber sopesar la fuerza de las circunstancias, los requerimientos que la necesidad impone y la visión sobre el tiempo histórico en que nos toca vivir. Todo político con pretensiones de poder tiene el deber de intentar captar el sentido de la oportunidad, y a partir de ello sumergirse en la acción y aprovecharla para sus propósitos. Recordemos el símil del surfista que espera pacientemente la ola adecuada, sin adelantarse ni atrasarse, donde se juega el éxito o el fracaso que depende de su oportuna decisión.

Superado en apariencia el trauma histórico que significó el golpe de Estado escenificado gracias a una vasta rebelión militar el 4 de febrero del año 1992, se presentó una oportunidad única y desgraciadamente perdida para superar la aguda crisis política y social  que sufría el país, y enrumbarlo por derroteros de estabilidad, superación y confianza, para ese momento extraviados. Esa oportunidad lo fue la culminación y entrega al Congreso del informe de la comisión bicameral consistente en una reforma general de la Constitución de 1961 y la consecuente aprobación refrendaria de una nueva Constitución. Una reforma que incluía una ambiciosa gama de referendos (entre ellos el referendo revocatorio) y la posibilidad de convocar una asamblea nacional constituyente si el pueblo soberano así lo decidía, hubiera sin duda constituido una bocanada de aire fresco en el conveniente barajo político de reinstitucionalizar el país.

Esa oportunidad se perdió irremisiblemente, pues el tiempo histórico exigía una decisión inmediata y audaz del Congreso, extraviado y timorato, amén de la mezquindad de sus dos mayoritarios partidos, AD y Copei, en reconocer el rol dirigente del senador vitalicio Rafael Caldera, al que de alguna manera se le cobraban sus palabras admonitorias en la aciaga fecha antes mencionada. Pasado el tiempo ya perdido, Caldera al recibir un doctorado honoris causa por la Universidad de Sassari, Italia, el 15 de diciembre de 1992, hizo un balance de la fracasada reforma en palabras por muchos no conocidas y que hoy merecen ser recordadas:

“Ha corrido con mala suerte la reforma constitucional propuesta. La rutina parlamentaria se apoderó del proyecto, le quitó su impulso inicial y mutiló las disposiciones más urgentes, más necesarias, más atractivas para que puedan obtener el voto afirmativo en el referéndum que debe realizarse. Es mi opinión que ya, en la situación existente, sería un capricho desaconsejable empeñarse en recorrer rápidamente lo que falta de la discusión parlamentaria y llevar el proyecto al conocimiento del ánimo popular. En el momento actual y en los meses venideros podría asegurarse que el pueblo convocado a referéndum votaría no. O algo quizás tan grave o más que aquello, concurriría en minoría para dar disciplinadamente el sí que le señalan sus partidos, lo que no privaría al documento de fuerza jurídica, pero lo dejaría carente de la fuerza moral y política necesaria para enfrentar los años venideros”.

La crisis sistémica que asolaba al país no pudo calmarse, sino más bien se hizo más profunda y peligrosa a partir de entonces. Ninguna de las propuestas alternativas que ante la situación se ventilaron, llegaron a buen puerto: ni la convocatoria a una asamblea nacional constituyente, ni la renuncia del presidente Pérez, ni el llamado a una consulta popular para destituirlo, ni el acortamiento del período constitucional, ni las propuestas del llamado Consejo Consultivo, ni el gobierno de unidad nacional, ni la propuesta del tercer tarjetón propuesta por el senador Pedro Pablo Aguilar. Todas fracasaron. La oportunidad había sido perdida.

Las consecuencias de una crisis tan grave, cuya oportunidad de conjurarla estamos en la actualidad dolorosamente padeciendo, una crisis profunda que superaba con creces la supuesta conspiración para defenestrar al presidente Pérez, debe llamarnos a la serena meditación sobre el futuro de una democracia sana y robusta que todos debemos contribuir a construir. Unas reflexiones escritas el “annus horribilis” de 1992 por la profesora Miriam Kornblith conservan plena actualidad. “La dificultad no radica en la existencia de valores heterogéneos, sino en la capacidad de formular principios a la luz de los cuales puedan relativizarse y combinarse los valores e intereses particulares”, y así poder relanzar juntos el  proyecto nacional. Esa es la tarea pendiente, y de la cual abrigamos esperanza, de la nueva generación.