No hay un tema que contenga tantos dilemas y controversias para el mundo de hoy como la migración. Desde la cultura hasta la economía pasando por la religión, la seguridad, las elecciones o la vida en comunidad. No es casualidad que sea el tema más caliente del debate político de Estados Unidos y de buena parte del mundo.
Según la Organización Internacional para las Migraciones, el tráfico de personas se ha constituido en una de las actividades ilícitas más rentables para los grupos criminales transnacionales, dado su bajo nivel de riesgo y alta rentabilidad, que les estaría llevando a percibir ingresos de alrededor de 7.000 millones de dólares.
Estamos hablando que posiblemente todos los años pueden estar migrando de un lugar a otros varios millones de personas, pudiendo estimar que, sumando todos los movimientos de los últimos años, tenemos hoy a más de 300 millones de migrantes internacionales.
De todos estos casos, hay uno particularmente trágico, contradictorio e ilustrativo de la complejidad del tema migratorio se trata Taleb al Abdulmohsen, un médico saudí de 50 años, perpetró un ataque en el mercado navideño de Magdeburgo, Alemania, resultando en 5 fallecidos y más de 200 heridos apenas este 20 de diciembre.
Conocido por su activismo contra el islam y la opresión hacia las mujeres saudíes Taleb al Abdulmohsen, mantenía una postura crítica hacia la religión islámica y la política de acogida de refugiados en Alemania. Aunque las investigaciones continúan, se especula que su descontento con la política de fronteras abiertas de Alemania y su oposición al islam podrían haber influido en sus acciones. Simpatizantes del partido Alternativa para Alemania (AfD) se manifestaron en Magdeburgo, criticando las políticas migratorias y de seguridad del país. Pero lo curioso es que Taleb al Abdulmohsen al parecer simpatiza con este grupo político. Un ataque de una persona de origen árabe, anti migración y anti Islam que realiza un ataque propio del terrorismo islámico.
Recientemente, Alberto Ruiz Thiery, miembro de la Internacional de Centro y de amplio conocimiento del tema político y cultural de África, daba una conferencia en la cual subrayaba los grandes retos de la migración y la integración real entre migrantes y país de acogida. Alberto Ruiz nos hacía ver que, a estas alturas del siglo XXI, las percepciones sobre las políticas de inmigración, la atención sobre la diversidad cultural dentro de Europa y la evaluación sobre los procesos de integración, se han vuelto cada vez más pesimistas. Este giro implica una revisión de los enfoques multiculturalistas y una apuesta por un modelo de integración cívica más exigente donde la variable cultura y religión pesan de modo decisivo. Esta revisión de los resultados de la integración ha sido reforzada por sucesos de gran impacto mediático, como el terrorismo, los atentados, los disturbios y las manifestaciones, que han exacerbado los miedos hacia la inmigración y sus riesgos.
Hoy día nos encontramos con algunos de los inmigrantes de segunda o tercera generación descendientes de abuelos o padres inmigrantes, que son ciudadanos o han adoptado la ciudadanía de los países de acogida, hablan el idioma, conviven y conocen las reglas de convivencia y sociales de los países de acogida de sus padres, donde viven, pero, por otra parte, no consiguen integrarse, no porque no hayan tenido oportunidades, sino porque se rebelan contra una sociedad que en el fondo no consideran la suya.
Los procesos de integración hoy en día no parecen ofrecer suficientes garantías de seguridad frente a las amenazas que surgen de esas «otras sociedades» que conviven dentro de la sociedad de acogida y refuerzan la capacidad de «integrar» a determinados colectivos de inmigrantes dentro de los modelos democráticos y de convivencia de la sociedad europea.
Hay una creciente xenofobia, o rechazo, que se extiende a una visión negativa sobre otras creencias, principalmente hacia el islamismo. Mientras que vemos procesos de una integración exitosa en quienes proviene de la misma raíz cultural, religiosa e histórica, tal y como lo representan, por ejemplo, millones de hispanoamericanos dedicados a trabajar, crear y triunfar.
La historia del mundo es la historia de la migración, el mestizaje y la fertilización entre culturas. Todos hemos sido migrantes, o hijos o nietos o bisnietos de migrantes. Sin embargo, eso no está reñido con la protección de la identidad de Europa, alimentada de tres grandes tradiciones culturales, políticas y religiosas: Atenas y la filosofía, Roma y la institucionalidad, Jerusalén y la herencia judeocristiana. Reafirmar estas tres grandes tradiciones implica construir una verdadera cohesión social para evitar sociedades en que no se vive en verdadera comunidad, sino en la lógica perversa de amigo / enemigo. Los migrantes no integrados pueden convertirse en una bomba de tiempo social que acecha a la homogeneidad de la nación de acogida, por eso son imprescindibles las dinámicas integradoras para que neutralicen los potenciales peligros de este tipo de conflictos.
Por todo ello, es imprescindible una sana integración para no transformar nuestras sociedades, en una Torre de Babel o en múltiples torres de Babel, sin control.
El futuro de la inmigración solo puede establecerse a través de una inmigración ordenada, controlada y con una exigencia de integración y adopción de las leyes, costumbres y leyes del país de acogida, donde el recién llegado se pueda considerar uno más dentro de la sociedad que le recibe con total apertura para llegar a ser un constructor que aporta, que añade, que contribuye dentro de una historia y una cultura que termina siendo propia.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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