OPINIÓN

La magia de comer

por El Nacional El Nacional

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La canasta alimentaria familiar de 60 productos costó el mes de noviembre, el último registrado, 493 dólares: 16,5 dólares por día. ¿Cómo se hace para adquirirla si el salario mínimo equivale a 2,5 dólares mensuales? La palabra es magia.

La canasta, a la que le hace seguimiento el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros, está estructurada en lo que requiere un grupo familiar integrado por 5 personas. Si todas tuvieran un salario mínimo ya se reuniría la sorprendente cantidad de 12,5 dólares, pero si alguno además es empleado público entonces dispondría del “bono de guerra económica” (el imperialismo yanqui siempre haciendo de las suyas)  de 90 dólares y hay un bono  más, por alimentación, de 40 dólares. Haga cálculos, sume y reste, y vea cuánto le falta para poner 5 platos, y llenarlos o medio llenarlos, cada día.

Los venezolanos no subsisten con ese salario mínimo y los bonos que, por cierto, no tienen impacto en los salarios en cuanto a un pequeño engorde de las prestaciones o de los pagos anuales por vacaciones o utilidades. Hay otras entradas: de familiares en el exterior, casi uno por familia, porque hay 8 millones fuera, pero de acuerdo con la Encuesta de Condiciones de Vida 2023 las remesas se redujeron el año pasado y la mayor parte de ellas se realizan 1 o 2 veces al mes. Hay, por tanto, que hacer jornadas o trabajos extras. El rebusque en nuestra jerga. Los maestros, por ejemplo, con sueldos congelados desde hace años, pueden dedicar días a otras ocupaciones, mientras las aulas en el sector público permanecen vacías dos o tres días a la semana. Con todo, llegar a fin de mes es una hazaña, una angustia diaria.

Tanto los que habitan en sectores populares como aquellos de urbanizaciones de clase media han reducido sus expectativas de compra a proveerse de lo necesario para cubrir una semana. Los habrá, afortunados, que aún pueden llenar los carritos del supermercado, pero son cada vez los menos. La mayoría busca ofertas, recurre a los mercados populares en las calles que funcionan algunos días a la semana, para hacer compras pequeñas y las estrictamente necesarias. Un aguacate, por ejemplo, es un pequeño lujo en la cesta de verduras y frutas. Para una ocasión especial o un capricho “irresponsable” aunque placentero.

Ese es el panorama en la víspera de las celebraciones navideñas, donde la tradición indica que llega el Niño Jesús para poner regalos a los pequeños debajo del árbol y sobre las mesas se esperan ver las hallacas y el pan de jamón. Los reportes apuntan a una baja de las ventas porque el bolsillo no alcanza. La gente mira los productos y sigue de largo. Hay gente en la calle, claro, pero los comerciantes resienten que sus mercancías no salen ni siquiera como el año pasado. 

Es la realidad de un país que Encovi 23 caracterizó como el más desigual del continente, el más desigual del mundo. No se conocen estadísticas oficiales que permitan pensar que la situación es algo mejor o lo será en algún momento próximo, más allá de las promesas sin fondo de los más deslenguados, y bien alimentados, voceros oficiales.  

Una economía que no produce riqueza, porque esta sola palabra descompone el talante de los hombres del gobierno, únicamente puede repartir pobreza, dádivas, bonos miserables y humillantes. El motor del cambio político está en la penosa vida a la que se ha sometido a la inmensa mayoría de los venezolanos que, aun trabajando, rebuscándose, se desviven por cubrir sus necesidades alimentarias de cada día.