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La Iglesia Católica ante las próximas elecciones

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La posición concreta de la Iglesia y de su representación episcopal en una determinada circunstancia electoral no es algo que pueda definirse a priori. Depende de la situación, aparte de otros eventuales factores. Estudié en la Italia de la posguerra cuando la alternativa, más que electoral, era vital e histórica: o el Partido Comunista Italiano con Togliatti y el alineamiento con la URSS, o la Democracia Cristiana con De Gásperi y la permanencia en el Occidente democrático. Para la Iglesia estaba claro. Regresé al país, caída la dictadura de Pérez Jiménez, en un tiempo de incipiente pluralismo, cuando en las votaciones la libertad y un futuro abierto no se planteaban ya en forma dilemática.

En el ámbito nacional las cosas han cambiado. Ello explica las siguientes tomas de posición del Episcopado: “Ante el deterioro progresivo de la situación política venezolana hemos señalado en nuestras recientes Exhortaciones de julio 2019 y enero 2020 que se hace necesaria la salida del actual gobierno y la realización de elecciones presidenciales limpias, y en condiciones de transparencia y equidad (…) los graves problemas del país no se solucionan, sino con cambios substanciales que respeten la ley, la institucionalidad y la autonomía de los poderes públicos” (Exhortación Pastoral del 10. 7. 2020).  El año siguiente otra exhortación (11. 1. 2021) denunciaba el empobrecimiento general como efecto de un modelo ideológico, el agravamiento en materia de violación de derechos humanos y la masiva migración forzada, de allí que volvía a insistir en la necesidad de “un cambio radical en la conducción política” del país. Meses más tarde (12.7.2021) el Episcopado planteó la necesidad de refundar la nación.

Todavía el año pasado el Episcopado advirtió: “Nuestro país continúa viviendo una crisis política, social y económica profunda. Un escenario que pone en entredicho la gestión de gobierno que por más de veinte años ha guiado los destinos de la nación”. Y añadió algo bien grave: “Hoy podemos decir que en Venezuela existe todo un pueblo crucificado”. De allí este interpelante llamado: “Invitamos a todos los creyentes y a toda persona de buena voluntad ejercer una doble conversión: a asumir con autenticidad el testimonio personal, con lucidez y compromiso humanizante, y el protagonismo consciente de ciudadanía responsable (…) Pasemos de lamentaciones y postraciones a acciones liberadoras”. Y formuló un compromiso: “Que nos pongamos, en cada diócesis, en cada parroquia, en cada congregación y en cada colegio, en cada empresa, oficina o comercio, de cara a la parálisis nacional, y cada uno pregunte qué puedo hacer yo, cuánto más puedo aportar, cuánto y en qué ámbitos puedo pasar del yo al nosotros, elevando y multiplicando el bien que producimos”. (Exhortación 13 de enero de 2023)

La semana pasada escribí acerca de la histórica caída del Muro de Berlín y con él del régimen comunista, no en medio de un conflicto fratricida, sino enmarcada en un pacífico reencuentro unificador. Las dos Alemanias estatales se reunificaron, y sus poblaciones se reconciliaron. Predicciones apocalípticas fallaron. Se impusieron:  la memoria histórica popular, la racionalidad de Bien Común, el instinto de supervivencia…y, para los creyentes, no estuvo ausente la mano de Dios. La historia no se repite, pero sí enseña. El comunismo había llegado allí con pretensión de quedarse como un destino necesario, pero el hecho es que no se quedó, porque la libertad creadora destruyó el mito.

No resulta incongruente que los obispos propicien, en medio de una crisis nacional global que se agrava, un cambio de régimen hacia una Venezuela en que no se vean forzados a plantear lo mismo en el futuro, como resultado de que la democracia se respete.

Lo cierto es que lo sucedido en el país en las últimas décadas ha de llevar no sólo a evitar represalias o retaliaciones contraproducentes y quedarse en arrepentimientos estériles comenzando por la misma Iglesia y sus pastores, sino a generar conversiones proactivas. Pues, entre otras cosas, ¿en qué medida no se formó a la ciudadanía -en su mayoría católica- para una participación política responsable, y para que su soberanía fuese lúcida, efectiva, humanista, de altas miras?

 

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