Las últimas semanas han sido muy particulares en Estados Unidos debido a el surgimiento de protestas contra la guerra de Gaza y el gobierno de Israel en las más importantes universidades de dicho país, conocidas tradicionalmente como la Yvy League o Liga de Marfil, dejando al descubierto un enorme esquema de financiamiento de muchas universidades por parte de gobiernos musulmanes, especialmente Qatar y Arabia Saudita, que han gastado miles de millones de dólares en sedes de universidades estadounidenses en sus países y a su vez, creando seminarios y cursos monográficos sobre sus creencias religiosas y políticas, lo que ha generado un apoyo para la causa palestina, que ya quisiera tener Ucrania frente a la invasión de Rusia.

Este caso en particular refleja las enormes diferencias de opinión en la evaluación de ambos conflictos que se desarrollan al mismo tiempo, pues mientras la indignación por las acusaciones de violaciones de derechos humanos y genocidio parecen solo afectar a los ciudadanos de origen étnico ucraniano en otros países y a los políticos europeos dentro de la OTAN, la cruda realidad es que no se observan manifestaciones juveniles ni universitarias, ni de pacifistas ni de partidos de izquierda contra Putin en ninguna parte del mundo, que recuerde las manifestaciones masivas contra la invasión de Irák en 2003 o las históricas manifestaciones globales contra la guerra durante la guerra de Vietnam.

El apoyo público a la causa palestina o en sentido contrario el rechazo a la existencia del Estado de Israel, es una situación, que ha salido del mundo árabe para convertirse en una causa de muchos gobiernos latinoamericanos, africanos y asiáticos, que ven en este frente la posibilidad de marcar y fomentar su rechazo a la cultura occidental y los gobiernos que le representan, siendo destacable una potencia nuclear que justificó las acciones terroristas de Hamás el pasado 7 de octubre, bajo el argumento de «una guerra de liberación», que como bien conocen los estudiosos de dichos conflictos suelen ser brutales, dado que no se respetan para nada las «leyes de guerra» hoy en día llamado Derecho Internacional Humanitario, como ocurriese en Argelia, Congo, Libia, El Salvador, entre otros muchos casos a considerar.

Esta situación cultural es tan sorpresiva para el gobierno de Israel y sus grupos de presión y opinión en el mundo, como lo es para muchos estadounidenses ver el apoyo que tienen las ideas comunistas en las universidades y grupos juveniles, a pesar de la desaparición de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín que señaló la victoria de las ideas liberales y democráticas en el siglo XX.

No es un simple capricho del gobernador de Florida Ron DeSantis usar sus atribuciones gubernamentales para incorporar una materia de contenido histórico e ideológico contra el comunismo en el sistema escolar de su estado, donde a pesar del ambiente politico anticomunista salió electo un representante (el más joven del Congreso), de origen cubano admirador de estas ideas políticas, siendo un síntoma de que mucha gente no entiende claramente las ventajas y desventajas de un sistema democrático-liberal, medida que seguramente será imitada por la veintena de gobernadores republicanos.

Así como no se puede entender la revolución social y cultural de los años sesenta, sin la represión anticomunista de los años cincuenta (John Wayne y Walt Disney fueron célebres anticomunistas), lo que llevó a Hollywood a ser un núcleo cultural del movimiento antisistema en su forma anticapitalista, hippie, rebelde, fomentadora de la liberación sexual y el consumo de drogas, que luego permearía a escala global, tampoco se puede entender el auge de las ideas socialistas en Estados Unidos, sin ver la crisis de las empresas financieras de 2008, que llevaron a millones a la quiebra sin ver castigos adecuados a los responsables y además, observando como los bancos quebrados eran rescatados, con dineros públicos, lo que fue muy parodiado y reseñado por programas y películas de la época.

Esta situación político cultural es igual de grave para el Estado de Israel en la actualidad, dado el manejo mediático que tienen muchos políticos occidentales, que se refleja en la clase profesional y científica, como ocurriese recientemente en Google, que enfrentó una rebelión de empleados de alto nivel, porque tenían un proyecto de Inteligencia Artificial, contratado con el Ejército de Israel, lo cual es un antecedente inmediato de los problemas que se están observando en las universidades de dicho país.

El trabajo mediático a realizar por parte del gobierno de Israel y sus aliados occidentales para no perder esta «guerra cultural» es enorme, pues tienen que iniciar una política amplia y sostenida en el tiempo en defensa de sus valores políticos y culturales, que son combatidos con firmeza por grupos antagónicos, que no están necesariamente al servicio de potencias extranjeras, sino que existen en función de esa característica, propia de Occidente de permitir la libertad de pensamiento y expresión como eje de su propio desarrollo cultural.

A nadie se le ocurre decir que los judíos ultraortodoxos son aliados de Irán, pero su negativa al servicio militar, a educarse en formas modernas y a trabajar, incluso a reconocer el propio país, ya que muchos consideran que Israel solo puede existir después de la llegada de su Mesías, además de tener una gran cantidad de hijos, son al final casi lo mismo, que tener un grupo de perturbadores políticos infiltrados y el presidente Biden no colabora, cuando piensa sancionar precisamente a la única unidad militar formada por ultraortodoxos.

Pensar en una campaña mundial de propaganda como la que desarrolla con éxito el gobierno de la República Popular China, especialmente a través del cine, donde expone sus valores culturales de sacrificio por la nación y elevado nivel moral de sus policías y militares, es una tarea imposible de hacer en Occidente, ya que sería destrozada por los críticos, actores y directores de cine y televisión, bajo el argumento de ser «vulgar propaganda», que no refleja a la sociedad ni a la historial real, mas entrar en la discusión de la denominada cultura «woke» ya sera tema de otro día.

La guerra cultural o batalla de las ideas, es anterior a la batalla física, como bien lo han planteado pensadores desde Tzun Tsu a Gramsci.


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