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La estrategia que necesita la democracia en Venezuela

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“Nunca te rindas, nunca, nunca, nunca, nunca -en nada, grande o pequeño, grande o mezquino-, nunca te rindas, excepto ante las convicciones del honor y el sentido común. Nunca cedas ante la fuerza; nunca cedas ante el aparentemente abrumador poderío del enemigo».

Winston Churchill

La crisis en Venezuela ha alcanzado un punto crítico. Nicolás Maduro, cada vez más aislado y dependiente de un entorno de represión y corrupción después del 10E, enfrenta unas fuerzas democráticas fortalecidas y una comunidad internacional que busca una transición pacífica. Sin embargo, detrás de los titulares y las condenas, lo que realmente definirá el futuro del país es la estrategia: ¿quién será capaz de moverse con mayor astucia en este entorno de alta incertidumbre?

Maduro ha apostado todo a un modelo que mezcla coerción, dependencia de una economía ilícita y un control absoluto sobre las fuerzas armadas. Este equilibrio, aunque estable a corto plazo, es frágil. Las fracturas internas entre sus aliados, el desgaste de la población y la presión internacional están creando un entorno cada vez más volátil. Si algo ha demostrado la historia reciente es que una dictadura puede resistir durante años, pero cuando el equilibrio se rompe, el cambio es rápido y decisivo.

Frente a esta realidad, cualquier actor que aspire a influir en el desenlace de la crisis debe actuar con un pensamiento estratégico claro. No se trata solo de aumentar la presión sobre el régimen ni de esperar pasivamente a que colapse. Se trata de coordinar acciones -desde la Corte Penal Internacional hasta la suspensión de las licencias petroleras- que provoquen las fracturas internas necesarias para debilitar a Maduro, mientras se prepara el terreno para una transición ordenada que evite el caos.

La clave está en reconocer que Maduro no es el único actor relevante en esta crisis. Las fuerzas armadas, lideradas por Vladimir Padrino López, y figuras como Diosdado Cabello son fundamentales en el sostenimiento del régimen. Al mismo tiempo, la oposición, encabezada por María Corina Machado y el presidente electo Edmundo González Urrutia, tiene una oportunidad real de liderar el cambio, pero solo si logra mantenerse cohesionada y evita las fracturas internas que históricamente han propiciado la permanencia del régimen autoritario. 

Desde el exterior, Estados Unidos y sus aliados internacionales también tienen un papel crucial. La estrategia no puede limitarse solo a sanciones económicas y condenas diplomáticas. Es necesario un enfoque coordinado y dual que combine presión e incentivos. Las sanciones deben dirigirse a los familiares y colaboradores de figuras clave del régimen, pero también deben existir garantías de seguridad para aquellos que estén dispuestos a negociar una salida. Al mismo tiempo, la comunidad internacional debe fortalecer al presidente electo con apoyo técnico y financiero, permitiéndole establecer la alternativa al régimen. Asimismo, se hace necesario implementar el principio de la Responsabilidad de Proteger y la Carta Democrática de la OEA como mecanismos para hacer frente a las persistentes y graves violaciones de derechos humanos y el golpe de Estado, los cuales han socavado la voluntad popular y los fundamentos democráticos del país bolivariano. Esta estrategia dual busca restaurar la integridad del proceso democrático y salvaguardar los derechos fundamentales de los ciudadanos venezolanos.

Sin embargo, no basta con centrarse en el presente. Un verdadero pensamiento estratégico implica anticipar el futuro. El fin de la organización criminal instalada en Miraflores no garantiza una transición exitosa. Si algo nos enseñaron las experiencias de Oriente Medio y África del Norte durante la Primavera Árabe es que cuando un régimen colapsa sin un plan claro de transición, el resultado suele ser el caos. Venezuela no puede darse ese lujo. Es vital que el nuevo gobierno presidido por Edmundo González Urrutia y la comunidad internacional acuerden desde ahora un plan de contingencia para manejar el día después. La estabilización política, la recuperación económica y la reconstrucción de las instituciones serán tareas titánicas que solo podrán llevarse a cabo con el apoyo coordinado de todos los actores involucrados.

El camino hacia la democracia en Venezuela será largo y arduo -hay que desmontar un Estado mafioso-, mas no imposible. La oportunidad está ahí y el desenlace dependerá de quien logre concretar mejor sus estrategias en este complejo tablero. Maduro está empleando su última carta. Las fuerzas democráticas tienen la oportunidad de abrir una nueva etapa en la historia del país, pero solo si el pueblo sigue unido y aprovecha el momento con inteligencia y audacia, como en la fábula de Tío Conejo (el pueblo) y Tío Tigre (el régimen). 

La comunidad internacional debe comprender que la crisis en Venezuela trasciende sus fronteras. El desenlace de esta situación tendrá repercusiones profundas, que afectarán la estabilidad de toda la región y sentarán un precedente crucial sobre la resiliencia de la democracia bajo circunstancias adversas. Permitir que el régimen de Maduro continúe sin consecuencias podría desencadenar una serie de efectos negativos en otros países latinoamericanos. Para evitar este escenario, es imperativo que la comunidad global supere la retórica vacía y adopte medidas concretas. Se requiere un compromiso genuino con los principios y las libertades fundamentales, similar al observado durante la Guerra Fría contra el comunismo, para abordar eficazmente esta crisis y salvaguardar los valores democráticos en la región.

La encrucijada en la que se encuentra Venezuela exige algo más que voluntad: exige visión. No es momento de reacciones impulsivas, sino de decisiones calculadas y bien pensadas. El desenlace de esta crisis será un reflejo de la calidad de las estrategias que se adopten hoy. Si el objetivo es devolverle a los venezolanos su derecho a vivir en democracia, entonces la estrategia debe ser tan sólida como lo es la determinación del pueblo venezolano de recuperar su libertad.

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