OPINIÓN

La E de Escarlata 

por Eugenio Fouz Eugenio Fouz

Una mujer desnuda y en lo oscuro tiene una claridad que nos alumbra«

(MARIO BENEDETTI)

Leía yo en la red del pájaro azul esta mañana la invitación de José Belmonte a compartir las primeras líneas de una novela que nos hubiese gustado mucho. Comienza él mismo tuiteando «Los sueños juveniles se corrompen en boca de los adultos, dijo el capitán Blay» (El embrujo de Shanghai de Juan Marsé). La iniciativa me trae el recuerdo de aquella otra de Manuel de Lorenzo en forma de artículo titulada «Vine a Comala y otras veinte promesas: los mejores inicios de novelas«, (JotDownMagazine, enero de 2013). Vayamos por partes, puesto que el tuit ya vuela, leo las aportaciones de párrafos enteros de las primeras líneas de: La broma infinita de David Foster Wallace, Jazz de Toni Morrison, La metamorfosis de Kafka, Pedro Páramo de Rulfo. Es de suponer que la lista seguirá aumentando. No puedo resistirme a leer otra vez lo que Manuel de Lorenzo escribió en el año 2013 (a.2020) y compruebo que en el título del artículo incluye una parte de la más conocida de las novelas de Juan Rulfo, «Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo«. Sigo leyendo y a través de la selección de primeras líneas de la Literatura Universal que hace el gallego me reencuentro con frases que me sedujeron sin darme cuenta. Me alegró haber leído dos veces la soledad de los cien años de la familia del coronel Aureliano Buendía. Por otro lado, no sé cómo no marqué con lápiz la primera línea de Orgullo y prejuicio, a no ser que se debiera a que era una lectura obligatoria. Mas esto no puede pasar desapercibido para nadie: «Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa«.

Volviendo al tuit de Belmonte -y perdóneme el bamboleo- quise participar en la encuesta y aportar las líneas primeras de mis favoritos; sin embargo, no sabía con cuál quedarme. Indeciso andaba yo entre compartir líneas de libros y releer las citas escogidas por Lorenzo. Recordé la buenísima impresión del adolescente que veía por vez primera el libro de Saint-Exupéry en una edición de bolsillo de Alianza editorial, y no era la primera línea ni el primer párrafo, sino la página entera, la primera página de El Principito con su ambigua ilustración del sombrero a modo de adivinanza. Comenzaba con una dedicatoria y una serie de excusas muy bien razonadas: «A Leon Werth: Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor«. También me gustó mucho, muchísimo, el cartel de la librería del señor Koreander, leído como en un espejo, forzando el sentido común del lector que se le ocurrió a Michael Ende en la bicolor y casi bíblica La historia interminable.

Después del cartel de la entrada, la obra comenzaba así: «Ésta era la inscripción que había en la puerta de cristal de una tiendecita, pero naturalmente solo se veía así cuando se miraba a la calle, a través del cristal, desde el interior en penumbra«. El lector avispado notará el calambur al final de la obra solo posible en lengua española y gracias al apellido del autor y la curiosa coincidencia de éste con un adverbio.

Alguien dirá que hablamos de novela y no de cuentos. Entonces me vería obligado a descartar también La princesa prometida de William Goldman: «Éste es el libro que más me gusta de todos, aunque nunca lo he leído. ¿Cómo puede pasarme algo así? Haré lo imposible por explicarlo. Cuando era niño, los libros no me interesaban. Detestaba leer, no se me daba nada bien, y, además, ¿cómo dedicarse a la lectura cuando había montones de juegos que me esperaban?», y tendría que dejar fuera toda la ficción, las aventuras, las espadas y los gigantes, la belleza, la venganza y el amor verdadero. Tendría que obviar el atrevimiento del autor al dejar una hoja en blanco, sin letras, con la ingenua excusa de que una parte de la historia se ha perdido y la petición al lector de que la escriba él -o ella-.

En fin, que me veo como Neruda en plan «puedo escribir los versos más tristes esta noche«. Quizás, mejor anoto: «Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo. Chapoteaba un pesquero a un kilómetro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz llamando a la Bandada de la Comida y una multitud de mil gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de pitanza» (Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach). Anotaría también las primeras líneas de Un hombre soltero de Christopher Isherwood: «El despertar se inicia al decir soy y ahora. Lo que ha despertado permanece algún tiempo echado, mirando fijamente al techo y escudriñando en su interior hasta que reconoce el yo y deduce yo soy, yo soy ahora«.

Creo que escribiría muchas más primeras líneas de muchos escritores más que no he leído todavía y de los que he leído también. En la lista de Manuel de Lorenzo aparece el inolvidable «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”, de la novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Cervantes. Me gusta, me encanta, la primera línea de 1984 de Orwell: “Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece”. Cuando creo terminar la relectura de colección de primeras líneas de la Literatura Universal hechas por el escritor orensano, me doy cuenta de que una de las citas aparece sin autor, precisamente la que dice «Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa«…, la busco y veo que se trata de Borges y pertenece al relato «La forma de la espada» recogido en Artificios (1944) y que leeré en cuanto acabe esta columna. Por una superstición inútil quise saber cuántas citas recogía mi paisano gallego y conté veintiuna más la cita encubierta de Borges; o sea, veintidós citas en total. Es casi seguro que haya un sentido mágico en la figura de los dos doses, 22.

Después del empacho de tantas primeras líneas, pienso que al lector apasionado le gustaría mucho fijar su atención en las últimas líneas o líneas finales de las buenas novelas. Queda dicho y escrito.

En cuanto a la emoción que despierta en el lector las primeras líneas de una novela, a mí se me antoja similar a la sensación de Benedetti al saberse a solas con una mujer desnuda y en lo oscuro.