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La dote del cielo

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He aquí que los días de abrojos se han multiplicado, donde fijes la mirada hay un deguste de amargor por el descarrío de los hijos, la trampa impera, estafando a quienes timan sin titubeos. La pérdida dejó de ser eventual para normalizarse como desgaste cotidiano. Flemáticos deambulan sin son ni ton a donde quiera que van; la inspiración fue absorbida como por un tubo, y una sensación de fatalidad enluta a diestros y zurdos, opacando lentes y desenfocando ojos.  Una generación clama en su confusión por entendimiento; el razonamiento perdió toda crepitación y el perfecto amor no solo dejo de ser tendencia, sino que cuando aparece genera mucha sospecha, por lo inusual que resulta ser, pierde todo rasgo de familiaridad.

Los individuos no alcanzan fidelidad ni consigo mismos, mucho menos con invitados al corazón. Reconocen solo la imagen especular propia como digna de misericordia y atención. El derecho se mide con báscula personalizada inequívoca de gravamen, denso en autoconcepción y valoración. La ley que les atañe es solo aquella que les calza en su propio sistema de pensamiento y las pútridas conciencias les condenan, pero no le conmueven a cambio alguno, por ser dueños de su propia moneda. Sufren dolores de vientre, pero prefieren no pujar lo que les contamina la psiquis y el alma, estas últimas son acalladas por mostos unos alcohólicos y otros recreativos. Todo con el mismo final, unos minutos de soledad y profunda vergüenza cada día, antes que las ventanas del alma sucumban al cansancio recio de cotidianidad.

Son imágenes de una película repetida, en cada corazón que opta por mantenerse erguido lejos de casa, aún sin fuerzas, se han prometido no doblegar la insensatez y desterrar la rebeldía o el rencor del corazón. En lugar de ello, permanecen incólumes vertiéndose sobre sí mismos, lo cual contamina sus aguas con estancamiento, e insolubiliza saludables solutos por exceso de concentración, adquiridos con el único propósito de bendecir otros territorios. Algunos leerán y se preguntaran cómo esto tiene algún sentido, frente a una vieja práctica de unión familiar, que es la dote asignada para la esposa en un enlace matrimonial; en tal sentido, espero ahondar refiriendo mi pensamiento y vertiendo mis aguas.

En el momento que un corazón sincera sustancialmente sus contenidos, en un clamor transparente, libre de formalidades, expresando necesidad en una oración donde urge una intervención sobrenatural, tal individuo es redimido de su orfandad, donde no se concebía un Dios padre, El mismo aparece para mostrar su amor y bondad, otorgando la gracia de permitir hacerte parte de su gran familia, por medio de un pacto que hace partícipes de sus riquezas celestiales a los individuos, como una esposa es dueña de los bienes de su marido. Tal pacto, tiene naturaleza inquebrantable y en una dimensión de plenitud, lo único que se requiere es fidelidad de pensamiento y acción, lo cual no se logra en la fuerza humana sino echando mano de la asignación que ha sido entregada junto con la dote.

La dote del cielo no es otra cosa que la porción de amor y misericordia, sazonada con la justicia y el derecho, no desde la óptica personal de cada individuo, sino desde el vientre humilde de quien mira y reconoce su propia maldad y la aborrece voluntariamente, con el único propósito de no perder lo bueno que hasta el momento se ha cultivado. Dicho patrimonio produce una fidelidad incorruptible en seres altamente corruptibles, y enamora el corazón del padre, quien inclinará su oído como quien pretende escuchar las palabras tiernas de un niño pequeño. Así, volver el corazón al regente de los cielos es como entrar en pacto matrimonial y recibir la dote del cielo, una asignación de beneficios y riqueza, por medio de la cual podrás permanecer fiel a los votos que proferiste con inocencia, mucho antes de saber que serían sometidos a prueba, en el rigor de los fuegos que recorren la tierra, flameantes solo a través de farsantes timadores, para examinar la naturaleza fisicoquímica de lo que fundamenta cada vida.

@alelinssey20

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