“No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz”. Jorge Luis Borges
El régimen, ya con veinticinco años a cuestas, ha desarrollado una cultura del odio, funcional por cierto a la dialéctica de la confrontación que ha guiado sus pasos sin solución de continuidad en estos duros años. El adversario pasó a ser enemigo, y esa dialéctica hizo para nuestra desgracia una división dicotómica entre los que están conmigo frente a los que están contra mí. Con el surgimiento de las redes sociales este odio y su expresión en la dialéctica de la confrontación no ha dejado de crecer, adquiriendo nuevas formas e insospechados contenidos. En definitiva se inscribe en una estrategia que el régimen ha sabido manejar con astucia y sin remilgos de ninguna clase en sus relaciones asimétricas con la oposición.
Esa cultura del odio se ha perfeccionado de tal modo, al penetrar sin ambages los intersticios de nuestra sociedad, de manera particular sobre el pueblo opositor, que podemos hablar hoy de una cultura del odio total e invasiva, presente a nivel político, incluida la oposición y sus anhelos democratizadores. La división penetra sus tuétanos y la posibilidad cierta de una unidad auténtica tanto en la élite opositora como en sus relaciones con el conjunto de la sociedad, constituyendo un pesado fardo que dificulta el real sentimiento de rechazo al régimen que muestran abrumadoramente todos los estudios de opinión.
Los venezolanos tenemos que hacer un denodado esfuerzo en todos los órdenes de la vida por transformar la cultura del odio y construir una cultura del amor, de la solidaridad, de la paz, de la comunión de anhelos y deseos, abierta a los valores universales de la prudencia, el diálogo y la sindéresis, en tanto guías de la nueva cultura a construir.
En esta tarea, permanente y consistente, el rol de la educación, de la escuela, de las instituciones educativas en todos sus ciclos se me torna fundamental. Lo recalco hasta con angustia: hemos fallado en la construcción de una ciudadanía democrática. Es necesario y hasta urgente comenzar a corregir ese lamentable error, esa falta de perspectiva que no tuvimos en nuestro siglo XX y que ha retrocedido pavorosamente en los años que llevamos del siglo XXI.
Me vienen a la mente unas palabras de Fernando Savater estampadas en su libro sobre el valor de educar, que recogen el sentido de lo que deseo transmitir: “El propio sistema democrático no es algo natural y espontáneo en los humanos, sino algo conquistado a lo largo de muchos esfuerzos revolucionarios en el terreno intelectual y en el terreno político: por tanto, no puede darse por supuesto sino que ha de ser enseñado con la mayor persuasión didáctica compatible con el espíritu de autonomía crítica. La socialización política democrática es un esfuerzo complicado y vidrioso, pero irrenunciable”.
Tenemos por delante la posibilidad real, si la oposición democrática y su liderazgo lo demuestran, como deseamos con una visión sincera de unidad, de obtener una victoria electoral que nos abra la puerta a una transición política, cierto que compleja y nada fácil, dada la prevalencia en la actualidad de una cultura del odio necesitada de exorcizar. No perdamos la oportunidad, es inaceptable, dado el reto de construir una nueva sociedad, una nueva política, un nuevo país donde podamos con el norte de la esperanza construir esa nueva democracia reconciliada consigo misma que nos abra el camino a un promisorio destino de libertad y progreso.
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