En una reciente entrevista el rector de la UCAB, el padre Arturo Peraza S.J., destacaba que “la sociedad venezolana ya hace rato que superó las estructuras de polarización”, para más adelante señalar que “los jóvenes están, por ahora, muy lejos de los temas de discursos políticos sobre cómo vamos a salvar a Venezuela, yo a los muchachos no los veo en ese discurso ni por asomo”. Estoy plenamente de acuerdo con esa afirmación; está agotada la cultura de la confrontación, ya es hora de abrir espacios a la cultura de la reconciliación. En efecto, la cultura de la confrontación, que comenzó con el delirante discurso de Chávez apenas asumido el poder, solo nos ha conducido a la división entre los venezolanos, al cultivo del odio, a la irracionalidad de los mensajes, que fracturó de raíz la plataforma de convivencia que habíamos construido laboriosamente a partir del año 1958. Lo cierto es que ese discurso confrontacional no conduce a nada, salvo dividirnos más y agotar las reservas morales que todavía anidan en el ser nacional.
La experiencia histórica en cualquier latitud indica que la necesidad de acuerdos y fluidas negociaciones, son imprescindibles para construir una sociedad sana y auténticamente democrática. Hay que incentivar el diálogo, abrir espacios donde los ciudadanos debatan sus ideas, sus puntos de vista y asuman libremente compromisos en aras del logro de decisiones plausibles. Como bien señaló el siempre recordado padre José del Rey, S. J., las relaciones humanas deben construirse con base en el respeto, la consideración del otro como un ser con dignidad, del cual lo menos que podemos esperar es un trato justo. La agresión verbal, la ofensa, el desprecio, la humillación, no conduce a nada útil en las relaciones humanas. A esto hay que sumar un valor que en la política es crucial, y que no es otro que la jerarquización positiva de la palabra empeñada, la buena fe, el esfuerzo por asumir el compromiso. Ya nos lo advertía Raymond Aron, sabio estudioso de la sociología política: “La virtud esencial de la democracia es la conciencia del compromiso”.
El resurgimiento de la Venezuela posible exige paciencia, buena voluntad, espíritu de sacrificio y capacidad de dominar los rencores que nos ha dejado la traumática época que nos ha tocado vivir. Es una toma de conciencia nada fácil pero necesaria para reconstruir el país. Demasiado conflicto, promovido la más de las veces desde el poder, pero también de sectores de la oposición, ha sido la tónica absorbente que ha predominado en estos últimos veinticinco años, con resultados a todas luces deplorables. El conflicto está agotado, hay que abrirle la puerta al consenso, al espíritu de reconciliación entre los venezolanos. No hay alternativa, inventemos nuevos patrones de convivencia; parafraseando a Simón Rodríguez, o inventamos o erramos. Abandonemos la cultura de la confrontación; muy por el contrario, requerimos urgentemente del aire limpio y puro de la cultura de la reconciliación.
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