No hace falta haberse leído Rebelión en la granja para estar de acuerdo con la idea subversiva contenida en el grafiti del muro común que decía así: “ALL ANIMALS ARE EQUAL, BUT SOME ANIMALS ARE MORE EQUAL THAN OTHERS” –todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros–. Esta sentencia de pésimo gusto para los primeros rebeldes significó el inicio de la contrarrevolución. Al menos uno de los animales de la granja distópica de George Orwell estaba en desacuerdo.
El principio de igualdad es hermoso, ideal y justo. Pero ese principio no se cumple. No puede cumplirse porque desde el instante en que venimos al mundo traemos con nosotros una señal que nos distingue. Somos hombres o somos mujeres. De acuerdo, que hay que contar con tercer sexo. Nacemos en una época y en un contexto social que nos va a tratar de un modo u otro dependiendo de nuestro origen, nuestra nacionalidad, nuestra posición. Gozaremos o sufriremos una situación económica heredada de nuestros padres y abuelos, o quién sabe, nos haremos a nosotros mismos. La fortuna nos tocará en una lotería, una quiniela o al quejarnos del atasco en una autovía a causa de un accidente en el que no estamos envueltos. La enfermedad del siglo, la peste, el cáncer, el sida, la guerra, el color de la piel, una religión extrema, quizás un terremoto, un tropiezo en la calle, atreverse a defender a otro contra una banda, ser honesto, no mentir nunca podrán cambiarnos la vida. No somos iguales. Hay un destino escrito para cada uno de nosotros. No le aseguro que esa tinta sea borrable, invisible o permanente. Lo peor que nos está pasando es que nos quieren engañar o queremos engañarnos con la bandera de la igualdad.
Hace unas semanas se perdía en la montaña una deportista muy conocida en nuestro país. Durante días todos hablábamos del suceso. Queríamos que apareciese pronto y en buen estado. A medida que corría el tiempo y caía una noche tras otra, la gente seguía intentando dar con ella. Finalmente se encontró su cuerpo sin vida. Entonces, algunas voces se quejaron de la atención exagerada que se le había prestado a esta mujer famosa mientras que había todavía gente desaparecida a la que no se le había hecho caso. Y con esto no quiero argumentar a favor de esta queja, ya que en ocasiones unos casos reciben un interés distinto debido a distintas circunstancias. Hemos conocido casos de desapariciones de jóvenes adolescentes y niños que no eran populares para nada y que atraparon nuestra atención de manera especial por diversos motivos. Piense en los casos de Diana Quer, Gabriel Cruz o el niño Julen que cayó a un pozo.
La verdad es que últimamente parece que hay muchas personas perdidas, tal vez sería mejor decir desorientadas en este mundo. Es preocupante que la gente no vea con claridad la línea que separa lo que está bien de lo que está mal. Sería deprimente acabar pensando lo que grita el personaje anónimo de la viñeta de El Roto en El País: “Distinguir entre el bien y el mal es discriminatorio”.*
* El País, 22.09.19. Viñeta de Andrés Rábago, El Roto