«Now, you can’t be a stranger to any guy that’s on your own team»
(Meet John Doe, Frank Capra)[1]
Hojeaba un manual de inglés y pasaba despacio las hojas. Me detuve en un ejercicio que planteaba esta situación ficticia: un individuo es sorprendido robando un dispositivo electrónico de cierto valor en un centro comercial. Es la primera vez que sucede o, al menos, es la primera ocasión en que es detenido por el guardia de seguridad. La reacción inmediata del joven es negarlo todo. El guardia avisa a personal del centro y el joven, consciente de que las cosas pueden ponerse feas, devuelve el objeto robado con una excusa absurda. Dice que tenía intención de pagar la tableta digital (la llevaba oculta en el bolsillo interior de su abrigo, salía en la dirección contraria a las cajas de pago y había intentado escapar del vigilante).
En fin, estamos hablando de una actividad de rol (role-play) para que los alumnos practiquen el inglés hablado. Pero lo que me llamó la atención vino después. Durante el desarrollo del ejercicio, el manual proponía al jurado de adolescentes formado por compañeros del muchacho que le impusieran un castigo ajustado a su conducta. El jurado parece justo en su respuesta.
A mí me llamó la atención una de las correcciones que consistía en escribir una carta de disculpa a la dirección del centro comercial y al guardia que lo interceptó in fraganti. Alguien podrá pensar que es exagerado. Yo creo que no. Creo que es un gesto loable. Es que… luego me quedé pensando en el adolescente en su casa redactando las dos cartas de disculpa y supe que acudiría a la máquina universal, a la luz de Internet para que le solucionase la vida. Como suele hacerse últimamente, la red ofrece todo tipo de respuestas facilitando un modelo de carta de disculpa. En la pantalla encontrará un mensaje prototipo, estéril y repetido mil veces, fórmulas de disculpa sin sentimiento alguno «ruego disculpe mi actuación inapropiada» y una promesa de que no volverá a ocurrir nunca más. Me dije «esto ahora es así. Ve acostumbrándote«. Recordé entonces la película que dirigió Frank Capra en 1941, Juan Nadie –Meet John Doe– en la que Gary Cooper interpretaba a un hombre de verdad, con personalidad y conciencia. Pocos son quienes se esfuerzan en impregnar un escrito de disculpa de autenticidad y conciencia, invadidos como estamos hoy por patrones estandarizados y falsos.
La conciencia, me dije, es algo que no se enseña ni se aprende. El peso de la conciencia es algo que uno tiene o no tiene.
[1] «Bien, no puedes ser un extraño con quienquiera que sea que juegue en tu mismo equipo» (Gary Cooper en «Juan Nadie», Frank Capra, 1941)
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional