Finalmente, Maduro decidió bajar, como decía Caldera, a la arena de la lucha político-electoral. Después de realizar una campaña prácticamente encerrado en los estudios de televisión y en escenarios bajo estricto control, alejado del contacto público, en los últimos días está recorriendo el país y haciendo concentraciones con escuálidas multitudes. Ha tenido, seguramente, que pasar por encima de los estrictos protocolos de su círculo de seguridad cubiche, y dejar a un lado la vergüenza de saberse poco querido por ese pueblo en nombre del cual ha (des)gobernado y mal dirigido la nación esta última década.

El alejamiento del calor humano con el ciudadano común, es un rasgo notorio desde hace años no solo en él sino en toda la élite política chavomadurista. Desde los primeros tiempos de Chávez empezó a crearse un muro enorme entre la gente y las autoridades y dirigencia oficialista en general, al calor de los privilegios que fueron adquiriendo y acumulando. Uno ellos, entre tantos, la asignación de numerosos escoltas, con sus lujosas motos y cuatro por cuatro, que interrumpen el tránsito y cometen cualquier cantidad de abusos. La cantidad de escoltas, de hecho, se ha convertido en un barómetro del poder y del éxito pecuniario de cada engreído y prepotente funcionario, y por eso los guardaespaldas son exhibidos y visibilizados sin pudor alguno.

A fuerza de empobrecer y poner en minusvalía a las clases populares y al país en general, con sus mendrugos y paupérrimos subsidios, la oligarquía chavista ve y trata al pueblo -que al principio exaltaba- como la chusma de las narrativas aristocráticas y conservadoras (el populacho que menciona Marx en su trabajo sobre Luis Napoleón y también Arendt en su estudio del totalitarismo) y no son de extrañar las expresiones de impaciencia y de desdén que se observan frecuentemente en su trato con el común.

Todo esto explica, en buena medida, porque a Maduro le cuesta tanto realizar una campaña directa y desenfadada con la gente, como es normal en cualquier país democrático: aparte del altísimo rechazo que tiene, sus múltiples anillos de seguridad y sus privilegios lo han convertido en alguien para el cual la gente es extraña y ajena, no sabe ya cómo comunicarse con ella, y por eso no le queda otra opción que imitar a sus rivales, y particularmente a quien tiene una avasallante popularidad en los tiempos actuales, María Corina Machado. Cualquiera podría decir que este aislamiento es algo que le pasa a todo gobernante por la dinámica de su cargo, pero eso solo es muy parcialmente cierto, porque ahí están los ejemplos recientes de varios presidentes en nuestra región, como Pepe Mujica, Luis Lacalle Pou y el mismo Milei -y muchos otros en el mundo- que tienen un contacto directo con la gente.

Esto ha generado lo que seguramente es una curiosa novedad en el abigarrado mundo de las competencias electorales en el mundo moderno: una campaña que se limita a imitar y copiar lo que hace el adversario. Así, Diosdado no tiene que planificar cuáles regiones visitar según la situación y necesidades del partido en cada una, sino que sencillamente sigue a María Corina a todas partes, pegado cual estampilla. María Corina es arrastrada y subida -en todas las concentraciones que realiza- por las multitudes a la tarima -en una suerte de honda comunión y empatía – y ¡cataplum!, vemos a Maduro lanzando su pesada humanidad encima de escoltas y unos pocos fieles militantes, en algo digno de una comedia de Leslie Nielsen. María Corina se pone a voltear cachapas en un humilde restaurante del camino, o Edmundo se come unos perros calientes en la calle, y ahí mismito vemos a Delcy celebrando a un profesor que ante su esmirriado ingreso no le queda más alternativa que vender chicha.

Esta campaña por imitación parte del iluso presupuesto de que hacer lo mismo que hace el modelo de éxito traerá los mismos beneficios, esto es, el apoyo popular. Como si éste se comprase en botica. Lo cual ratifica la visión peyorativa de las mayorías que tiene el régimen, generada por haberse acostumbrado a manipularlas y engañarlas, y a darles las miserias que restan de sus desaguisados. Pero también es una prueba de que están plenamente conscientes de que perdieron ese apoyo y que están tan mal en las encuestas que necesitan mimetizarse con el adversario ganancioso.

Pese a todo lo anterior, el régimen inició desde hace unas semanas una campaña con encuestadoras fantasmas donde Maduro aparece encabezando, con amplia ventaja, la liza presidencial. Una forma, sin lugar a dudas, de preparar y justificar el fraude que eventualmente están dispuestos a realizar el 28 de julio. Aunque en días recientes (quizás al observar el ánimo de la oposición y la gente en defender los votos a través de los comanditos), parecen estar manejando otra estratagema igual de insensata y costosa, como sería la supuesta inhabilitación de Edmundo González por el TSJ.

Maduro y compañía, en pocas palabras, siguen sin percatarse de que su tiempo se agotó y que no estamos en el mismo escenario de 2018: se han quedado solos. Su base de apoyo partidista y organizativo se ha reducido significativamente, a fuerza de excomulgar a numerosos dirigentes y agrupaciones que eran parte del Gran Polo Patriótico, y luego con la fractura que ha significado la purga de El Aissami, de raíces más amplias de lo que se pensaba.

A su manera, más o menos lo mismo ha sucedido al interior de las FF AA, donde el descontento es latente. Y en el plano internacional ni se diga, su legitimidad y reconocimiento están sensiblemente resquebrajados, con sus antiguos aliados de izquierda tomando distancia, y los países caribeños idem por el asunto de Guyana. De cualquier forma, si estos planes de fraude llegaran a consumarse, las fuerzas opositoras deben continuar, como hasta ahora, en la ruta electoral y democrática, tomando las calles y canalizando de manera pacífica el avance hacia un proceso de transición.

@fidelcanelon 


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