Comúnmente, en el pandemónium que nos ha tocado vivir, hemos presenciado el discurso sobre cómo librarnos del régimen que lo ha causado. Esto no es extraño ya que, por lo menos en este punto de nuestra terrible historia, todos sabemos que si no hay un cambio en la dirección del Estado, entonces Venezuela no podrá salir de la desgracia en que está metida. Ahora bien, que la dimisión del régimen es una necesidad es obvio, lo que no lo es tanto es con qué lo reemplazaremos una vez que llegue la oportunidad. Considerando que las posibles alternativas de poder están, para bien o para mal, centradas en la oposición política venezolana (en todas sus manifestaciones), el panorama de lo que vendría después de un cambio institucional es muy nebuloso.
Lo turbio en este asunto yace en la multitud de ideologías presentes en la oposición, por lo que evidentemente hay planteamientos a nivel de políticas públicas, que se contradicen. Pero lo verdaderamente perturbador está en pensar que, matices puestos a un lado, una porción considerable del liderazgo opositor es socialista. Hecho que nos debe llevar a preguntarnos qué es lo que constituye un cambio real para el país. En lo que a este articulista respecta, el cambio está conformado por una sola cosa: un modelo sociopolítico y económico que nunca se haya aplicado en Venezuela.
Sobre la base de la referida premisa es que podemos empezar a chocar con elementos significantes de la oposición. Hay que ser claros y precisos en esto, nosotros no queremos más seudocomunismo, pero tampoco queremos más de los fracasos populistas y socialdemócratas del pasado. En tal sentido, partidos, todos inscritos en la Internacional Socialista, como Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo y Voluntad Popular, deben estar claros que Venezuela requiere de un cambio radical, pues necesitamos virar hacia la libertad y la productividad y no seguir pudriéndonos en la corrupción, el clientelismo y el subsidio. Puesto en otras palabras, todos los políticos sin distingo ideológico, después de todo el sufrimiento por el que hemos pasado, deben entender que las dádivas como política de Estado destruyen a los países.
¿Cuál es la alternativa al seudocomunismo y al socialismo “light” de determinados sectores políticos populistas? Un modelo de Estado que sea funcional, práctico, garantizador de libertades y que tenga como objetivo superior la prosperidad nacional al largo plazo y no a las necesidades coyunturales. “¿Cuál debería ser ese modelo?”, debe estar preguntándose el lector. La respuesta es simple, apliquemos lo que hicieron alguna vez las naciones civilizadas: instaurar un Estado Liberal de Derecho soportado en un sistema económico capitalista. “¿Por qué deberíamos instalar tal modelo?”, preguntará seguidamente el lector. Yo respondería en primera instancia porque es todo lo opuesto al socialismo, o lo que es decir, todo lo opuesto a lo que hemos presenciado en nuestra historia contemporánea. ¿Suena genial, no? Uno se emociona con el solo pensarlo porque el trauma de lo vivido es grande. Pero ¿qué es todo lo opuesto a lo que hemos experimentado? Pues lo digo sin tapujos: la eliminación del estatismo, el clientelismo y la dependencia en favor del libre mercado, el trabajo dignificante, la productividad personal y el respeto a las libertades individuales.
El referido modelo es la solución para Venezuela porque supondría un cambio en lo que, de origen, nos ha hecho tanto mal: una relación perversa con el Estado y una falsa perspectiva sobre nosotros mismos. En el Estado Liberal de Derecho no hay un gobierno que funja de papá de todos nosotros y que nos contente con regalos, por una parte, y por otra, en tal modelo se entiende que es con nuestro trabajo que se produce la verdadera riqueza nacional, en vez de igualar a la riqueza con la existencia de recursos naturales en el subsuelo. Como puede verse, en lo expuesto hay premisas que, en nuestro contexto, son novísimas y que, a pesar de lo que diga cualquier crítico, nunca nos hemos atrevido a asumir.
Lo más seguro, a mi parecer, es que, en desmedro de lo propuesto, la mayoría de la clase política no propondría más que lo que se propuso en 1999: un modelo de Estado de Bienestar. El problema con tal planteamiento es el simple hecho de que estamos arruinados. Los Estados de Bienestar, modelo que da grandes subsidios a la ciudadanía a nivel de servicios públicos, requieren por necesidad que haya prosperidad primero para que puedan haber beneficios sociales después, ya que de lo contrario, ¿cómo rayos se financiarían tales asistencias? Digo esto porque es muy fácil decirle a la ciudadanía que le resolverán y le darán todo, mientras que la realidad es que el pueblo venezolano va a tener que sudar la gota gorda, con su trabajo y emprendimiento, para salir de la catástrofe que le ha tocado presenciar. Además, preguntémonos, ¿queremos ignorar lo que nos trajo hasta acá? ¿El nuevo país se reduce al cambio de un repartidor de migajas por uno más competente en ello?
Pienso que ha sido suficiente. Hemos vivido los estragos de una ideología hasta su conclusión lógica. La fiesta del rentismo a costillas del oro negro, cuya magia hizo parecer al socialismo como “viable”, se acabó y la borrachera se ha traducido en un gigantesco dolor de cabeza. Sé que lo propuesto es la única alternativa a lo que siempre hemos hecho, pero puede encontrarse fácilmente con la resistencia de la gente. Aun así, pienso que dentro de la tragedia siempre está presente una oportunidad.
Quiero pensar que hemos dejado de ser los malcriados de antaño por los auges petroleros. Quiero pensar y tener la convicción que después de haberlo perdido todo por habernos dejado guiar por los encantadores de serpientes, y por tanto, haber tomado los caminos fáciles, nos ha dejado una lección fundamental: ¡No al populismo! ¡No al socialismo! Y para esto será vital la formación de una consciencia colectiva que no nos permita más nunca ser vasallos tarifados de un gobierno y que, por lo contrario, hallemos la reivindicación social en la realización propia, las oportunidades en el despliegue de las libertades y la autoestima en el ejercicio de los deberes ciudadanos.
@jrvizca