OPINIÓN

José Gregorio, evangelizador de la cultura

por Ovidio Pérez Morales Ovidio Pérez Morales

La beatificación del doctor José Gregorio Hernández ha puesto de relieve un conjunto de facetas de su personalidad. Hay un aspecto, sin embargo, que quisiera destacar ahora, el cual, sin ser de lo más resaltante en él, manifiesta la coherencia y hondura de su pensamiento y acción. Se trata de su incursión en el ámbito filosófico. Al respecto sirve de buen guía la obra Elementos de filosofía, reeditada en 1959, que, por cierto, reproduce también la dedicatoria del Autor a su “estimado amigo”, médico y académico, Luis Razetti.

José Gregorio no se identifica allí como filósofo de profesión y ocupación, ni asoma pretensiones de fundar escuela o exhibir originalidades. Su intención consiste en ayudar a comprender lo que es, en esencia, al “amor a la sabiduría” como actitud existencial, convicción personal y servicio humano. Muestra cómo antes de convertirse en estudio y reflexión metódicos, el filosofar es brote espontáneo de un ser abierto por naturaleza a la infinitud del ser, de la verdad y del bien. En este sentido todo humano se revela ineludible y potencialmente filósofo. Recordemos una sentencia clásica de raigambre aristotélica: “¿Qué no hay que filosofar? Eso es ya filosofar”. La negación de razones, causas últimas y sentido definitivo, es ya una afirmación de corte filosófico.

El científico santo trujillano justifica su incursión en la filosofía. De modo muy sencillo lo explica en el prólogo del libro citado: “Ningún hombre puede vivir sin tener una filosofía (…) En el niño observamos que tan luego como empieza a dar indicaciones del desarrollo intelectual, empieza a ser filósofo; le ocupa la causalidad, la modalidad, la finalidad de todo cuanto ve (…) El rústico va lenta, laboriosamente consiguiendo en el transcurso de su vida algunos poquísimos principios filosóficos”. Y estudios escolares ulteriores facilitarán conocimientos, que servirán al hombre “como de substancia de reserva para irse formando su filosofía personal, la propia, la que ha de ser durante su vida la norma de su inteligencia”. Para José Gregorio filosofía es razón de vida, fuente de unidad interior y paz.

José Gregorio sintetiza historia, cuestiones básicas y asume líneas de pensamiento filosóficas que estima válidas, pero con la finalidad de fundamentar su filosofía, “la mía, la que yo he vivido”, la que “me ha hecho posible la vida”. Sus Elementos de filosofía no son, por tanto, un texto frío, sino experiencia y convicción vitales.  Y las expone en un ambiente académico, intelectual, nada favorable; la tendencia cultural que priva entonces, a finales del S. XIX y comienzos del XX es de tipo racionalista, no creyente y, más propiamente, positivista, cientificista. Razetti (1862-1932) y los colegas de la Universidad estaban en una onda cerrada a lo trascendente, beligerantemente contraria a la del sabio y humanista de Isnotú. Por otra parte, es obligante reconocerlo, al pensamiento católico no habían llegado los aires de renovación, que se irían abriendo paso progresivamente en las décadas anteriores al Concilio Vaticano II (1962-1965).

José Gregorio fue un científico en el sentido moderno y estricto del término. De esto bastante se ha escrito. Estaba ejercitado, por tanto, para pedir y dar razones comprobables con los medios e instrumentos experimentales correspondientes. Pero como humano y creyente su horizonte se abría a un campo más vasto de conocimiento y verdad, a través de la reflexión y la fe. Para él no podía haber contradicción entre lo que válidamente se afirmaba desde la ciencia y lo que razonablemente se recibía desde otros ámbitos del saber y concretamente desde la revelación y su respuesta, la fe. José Gregorio fue un evangelizador de la cultura, que tuvo, por cierto, mucho de pionero y de héroe, comenzando por el testimonio personal de lo nuclear evangélico: el amor. La firmeza de sus convicciones, por ejemplo, no debilitaba su espíritu de comprensión y diálogo con los que no compartían su fe, como es el caso de Razetti, sino que alimentaba su disponibilidad y servicio, su compromiso ciudadano, al tiempo que fortalecía su predilección por los más necesitados hasta merecerle el título de “médico de los pobres”.

Para todos los venezolanos José Gregorio es ejemplo y modelo de valores humanos y cristianos. Para los laicos católicos es camino a seguir en su misión específica de evangelización de la cultura, impregnando lo global humano con los valores de la “buena nueva”.