“To expect the unexpected shows a thoroughly modern intellect” 1
(Oscar Wilde)
En medio de un naufragio o una cuarentena no hay que olvidar un par de cosas. Lo primero sería haber previsto las cosas imprescindibles para la supervivencia como los útiles de higiene y aseo personal, la ropa interior, una camisa blanca y unos vaqueros, un jersey o dos y calzado. Claro que en esto de los imprescindibles cada cual lleva su propia lista. Alguien dirá que antes de prepararse la ropa, se habría ocupado de la colección de sellos –sin la que no puede vivir–. Otro dirá que lo primero es disponer de pan, o en su defecto, de levadura y harina y que luego ya se buscará la vida. Habrá quien opte por salvar su smartphone, su portátil, y sus libros. Bueno, la verdad es que a mí me parece que en situaciones de emergencia uno suele pensar en guardarse al menos un par de cosas para sobrevivir. Obviamente, ropa y comida son productos de primera necesidad.
Sin embargo, otra cosa no debería faltarnos nunca; y creo que un ejemplo ayudaría a entenderlo bien. Aquellos que hayan visto en televisión la célebre historia ficticia del vuelo 815 de Oceanic Airlines procedente de Sydney (Australia) con destino a Los Angeles (Estados Unidos) recordarán lo buena que fue la serie. A grandes rasgos, la trama consistía en un avión de largo recorrido que sufría un extraño accidente en medio del trayecto de Australia a Estados Unidos y caía al mar. Los pasajeros se esfuerzan por sobrevivir en una isla de carácter mágico. La serie se llamó Lost (Perdidos, 2oo4).
El ambiente en la isla a medida que pasan los días se enrarece. La incertidumbre sobre su rescate es cada vez mayor y los supervivientes empiezan a ponerse nerviosos. Uno de ellos, Hugo, tiene una idea y se le ocurre hacer algo que aparentemente no sirve para nada. Prepara un campo de golf en el claro de un bosque, improvisa unos palos y una pelota en una de las escenas para recordar de la historia. Los náufragos se miran unos a otros, creen que es una estupidez jugar al golf cuando su preocupación es otra, cuando tienen miedo de fantasmas que surgen de la maleza con la figura de un oso blanco o incluso algo peor, pero con todo, sonríen, cogen su palo y juegan.
Habiendo pasado ya alrededor de cincuenta días de cuarentena en casa me acordé ayer de aquel partido de golf en el bosque en medio de una isla perdida en el océano y pensé que también era necesario divertirse, no amargarse del todo, y guardar siempre un poco de joie de vivre en nuestro equipaje.