Ramón Hernández
António Guterres –António Manuel de Oliveira Guterres– es el burócrata más importante de la ONU. Llegó al cargo cuando la opinión pública, ese fantasma que se mete en todo y que todos desconocemos quién es, decidió que era tiempo que un político con experiencia ocupara la Secretaría General, que podría entender mejor los conflictos del mundo actual. Su nombre fue escogido después de varias rondas en el Consejo de Seguridad de la organización. No fue una elección democrática y abierta, sino una conspiración de intereses.
Contaba con muchos amigos y relaciones. Desde el 15 de junio de 2005 hasta el 15 de diciembre de 2015, diez años, se desempeñó como alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Aunque estaba al frente de la organización durante algunas de las peores crisis de refugiados de la historia, incluidas las de Siria, Afganistán e Irak, no se le recuerda ninguna actuación especial. Es un operador políticamente correcto y con gran sentido de la oportunidad. Hasta el 24 de abril de 1974 militó en organizaciones religiosas de las que hacían tan feliz al dictador António Oliveira Salazar, pero cuando la Revolución de los Claveles trajo un nuevo amanecer se inscribió en el Partido Socialista, en el cual llegó a secretario general y ganó las elecciones para ser primer ministro. En ninguno de los cargos hizo grandes cosas.
Es un personaje grisáceo aunque fue el mejor estudiante de bachillerato, con 18 puntos, y tras 6 años de estudios en el Instituto Superior Técnico se licenció de Ingeniería Electrotécnica con un promedio de 19 puntos. En 1994 sorprendió al electorado portugués porque siendo primer ministro y ex profesor de Teoría de Sistemas y Señales de Telecomunicaciones desconocía qué significaba el símbolo @ y para qué se utilizaba. No importó mucho, tampoco que como candidato a jefe de gobierno no supiera cuál era el PIB de Portugal.
Por la calidad de las imágenes y la asepsia de los textos, es evidente que un equipo bien pagado por la ONU maneja la cuenta oficial de António Guterres que el 13 de abril, por fin, se refirió a la necesidad que tienen 7 millones de venezolanos de asistencia humanitaria y señala que “trabajan para expandir la asistencia en consonancia con los principios de humanidad, neutralidad, imparcialidad e independencia. Asume de antemano que en Venezuela hay dos bandos en pugna, no que un tirano usurpa el poder y se ha entregado al gobierno de otro país, a costa de someter a su población a las mayores iniquidades y carencias para cumplir los tributos que les imponen los amos antillanos. Es imparcial, neutro e imparcial, es decir, se pone del lado del opresor.
No fue distinto de lo que expresó el pasado 20 de febrero cuando se reunió con el marido de Rosa Virginia Chávez y aseguró que “la ONU seguirá actuando de acuerdo con los principios de humanidad, neutralidad, imparcialidad e independencia”. Si antes no hizo nada, ahora tampoco. Es el blablablá de los funcionarios que ganan altos sueldos y solo se ocupan de quedar bien con las partes en pugna. Le importa poco la situación real de los venezolanos, solo pone atención a las señales de los amigos que lo mantienen en el puesto. Los informes sobre violación de derechos humanos, de desnutrición y de la violencia de los grupos represivos no alteran su neutralidad, imparcialidad y humanidad.
Guterres, el ex presidente de la Internacional Socialista, no rompió su escandaloso silencio, como batió palmas el periodista Andrés Oppenheimer, ni escuchó el grito desesperado de Venezuela luego del “trabajo tenaz y documentado de la oposición democrática venezolana”.
No, como en los peores momentos de la guerra fría, los burócratas tratan de no importunar a los que les pagan los salarios y administran el reparto de prebendas, bonos y nombramientos. Guterres no reconocerá al embajador hasta que no sienta un martilleo metálico detrás de la oreja. Poco le ha importado la gravedad de los informes que ha recibido en los últimos años de la Oficina del Alto Comisionado de los Derechos Humanos, está ocupado con los desplazamientos en Libia y los 300.000 niños que dejaron de estudiar en Palestina, sus agujetas contra Estados Unidos, el gran adversario del socialismo europeo. Remato burócratas imparciales.